Este domingo termina una de las más gratas sorpresas televisivas del año, y candidata con justicia a estar entre las series del año. Se trata de El pingüino, serie de MAX, que tal como su nombre lo indica, es un spin off de la última The Batman, centrada en uno de los villanos más recordados del hombre murciélago en Ciudad Gótica.
La serie, protagonizada por Collin Farrell (totalmente irreconocible) en el rol protagónico, tiene varios aciertos que la hacen volar más allá de las habituales fronteras de los universos de súper héroes, ya sea de Marvel o DC Cómics, como en este caso.
Todo funciona bien en El pingüino: las actuaciones, la estética, el pulso de la narración y el montaje.
Pero tiene sobre todo una gran virtud, que también empieza a ser signo de los tiempos: abordar a los villanos como personas en un todo, con sentimientos encontrados, gestos deleznables pero también, en su intimidad, con una contracara humana que permite entenderlos más allá de la visión que durante décadas moldeó estos relatos (y nuestra percepción).
Personajes encasillados
En la serie televisiva de Batman, que se emitió entre 1966 y 1968 (recordada por las famosas onomatopeyas impresas cada vez el hombre murciélago o Robin le daban un golpe a los malos), el pingüino era una suerte de comerciante de galera y smoking, siempre pero siempre con malas, malísimas intenciones. Era una caricatura, y remarcada con trazo grueso.
La versión cinematográfica de 1992, Batman regresa, lo tuvo a Danny De Vito haciendo una recordada caracterización del villano, mucho más oscura y salvaje.
Aquel Pingüino era un ser detestable, una suerte de rata de alcantarilla, muy influenciado por la estética gótica del director del filme, Tim Burton. De hecho, dentro de la lógica de aquella narración, el personaje no se sentía un ser humano, sino que se identificaba más con ser un pingüino “de sangre fría”.
Otra aparición menos recordada del personaje fue en la serie televisiva Gotham, que estuvo a cargo del actor Robin Lord Taylor. Aunque aquí estuvo algo más “humanizado”, siguió preso de la dicotomía “superhéroe bueno 24-7 / villano malísimo”.
Es que ese planteo maniqueo fue el que dominó la narrativa del universo de superhéroes en términos generales, hasta hace algunos años.
Los malos eran sólo eso, seres despreciables que dedicaban hasta el último átomo de su humanidad en concretar planes macabros, casi sin matices, sin contradicciones o un pasado que explique cómo fue que llegaron ahí.
Gracias, Joker
El gran quiebre en esta lógica se dio en 2019, con la maravillosa Joker de Todd Phillips, con Joaquin Phoenix como un Guasón mucho más complejo y realista.
La aproximación al personaje es otra, abriendo la puerta a generar empatía (esa palabra tan bastardeada últimamente) con un tipo que padecía gravísimos problemas de salud mental, muy arraigados en su historia personal.
Esa película corrió el foco en la lógica de las películas de súper héroes, a punto tal que “los buenos” dejaron de importar y no aparecieron. Batman no llegó para salvar a nadie.
Ahora, la serie El pingüino lo hizo de nuevo, pero con los tiempos más extensos que permite una serie televisiva (¡una lástima que sean sólo 8 episodios!).
Ya con una estética mucho más realista, con el tono de película de gángster y mafiosos (por momentos hace recordar a Los Soprano), el Pingüino que interpreta Farrell es tanto un asesino a sangre fría como un pobre tipo que siempre anheló hacer feliz a su madre, preso de un complejo de Edipo brutal.
Es el que soportó el basureo durante años de sus jefes mafiosos, hasta que vio la hendija para asociarse a otros malandras de las ligas menores como él, pero para subvertir el sistema y quedarse con el poder.
Es alguien a quien no le tiembla el pulso si tiene que vaciar el cargador en el cráneo de alguien, pero que a la vez asume un rol paternal con Victor Aguilar (Rhenzy Feliz), un joven huérfano que también hace lo que puede con su vida.
En definitiva, es una persona con contradicciones que incluso tomó malas elecciones que marcaron su camino, pero que nos es presentado con una visión mucho más global y compleja.
Aquí en todo caso hay una lectura en 360 grados del personaje, o como dijo el propio Farrell, se refleja la “incomodidad, la fuerza y la villanía” del personaje, así como el “hombre desconsolado que hay dentro”.
“Vivir desesperadamente y después tener la oportunidad de conseguir más es el lado oscuro del sueño americano”, interpretó Matt Reeves, el productor ejecutivo de la serie.
La antagonista ideal
Para coronar esa misma línea, es mejor aún lo que pasa con la antagonista de la serie. La actriz Cristin Milioti interpreta magistralmente a Sofia Falcone, hija del capo mafia que -atención, spoiler- utilizó todo su poder para hacerla pasar como asesina de mujeres y que estuviera encerrada 10 años en un violento asilo.
Si algo queda en evidencia en El pingüino es que ella tuvo motivaciones de sobra para convertirse en villana, pero que aún creciendo en un entorno de violencia extrema y riqueza mal habida, no fue malvada “por naturaleza”.
Sería interesante que este recorrido más amplio de los villanos que ahora proponen este tipo de producciones sirva para hacernos derribar prejuicios, y entender que en la cada vez más difícil vida del mundo actual, incluso quienes pueden parecernos la peor basura vivieron algo que los llevó hasta ahí. Comprender eso, ya sería un nuevo comienzo.
