A Favor: Pasa en la vida, pasa en las series
Cecilia Sánchez
Escucho diferentes cosas: que no es lo mismo, que Carrie cambió, que Samantha no está, que qué le pasó a Miranda, que es muy woke.
El mejor ejercicio para poder hablar de And just like that… como, obviamente, el sucesor de Sex and the city, es hacer una reflexión personal como acto de sinceridad.
Piénsese hace 20 años y responda: ¿vive en la misma casa que a principios de siglo?, ¿tiene acaso los mismos amigos?, ¿su situación económica no tuvo modificaciones? Y, lo más revelador, ¿su estado civil sigue igual?
El cuestionario no es más que un juego. Habrá cosas en la vida de una persona, en especial una que transitó su juventud en los 2000, que no se modificaron y muchas otras que habrán cambiado. La oferta de esta serie es, justamente, mostrar una foto de ello, tomando a personajes conocidos de una historia que en su momento fue innovadora, sexy y revoltosa, y descubrirlos con el paso del tiempo.
El resultado final puede gustar más o menos, pero la idea de Sarah Jessica Parker de liderar este revival de las chicas transcurriendo la mediana edad es divertido y fresco. La moda y la vida en la ciudad más glamorosa de este continente siguen siendo un atractivo agregado.
El choque generacional con los hijos, la realidad de los vínculos en los 50 o 60, la viudez de Carrie y su reencuentro con Aidan, y la salida del clóset de Miranda son arcos narrativos distintos pero interesantes e identificables; que no impiden reflexionar, pero que optan por despojarse del drama. Esto hace a sus capítulos llevaderos, entretenidos, fluidos.
And just like that… no viene a cambiar el mundo, sino a mostrarlo, con gracia. Y Samantha no está porque se peleó con su amiga y salió de su vida, como tantas veces pasa en la vida real. Es hora de superarlo.
En contra: Una corrección forzada
Noelia Maldonado
La tercera temporada de la serie que continúa a Sex and the city viene a confirmar la malintencionada idea que surgió al principio de esta nueva entrega, 20 años después de aquella: se la podrían haber ahorrado.
Y ojo, quien suscribe estas palabras supo recibir con beneplácito la idea de la continuación de la historia porque, como muchos, sentía curiosidad por el devenir de esos personajes que, aunque estereotipados y frívolos, eran icónicos.
Aquella primera serie había marcado a varias generaciones de mujeres: las que transitaron su juventud admirando, amando y odiando a esas cuatro chicas de Nueva York, y las que llegamos después, cuando las repeticiones del cable nos acercaron a la ficción.
Como sea, el regreso de tres de los personajes principales fue interesante en la primera temporada, estrenada a fines de 2021. Estábamos saliendo de la pandemia y la historia también tenía una pátina de ese acontecimiento que la hacía novedosa.
Pero, ahora que transitamos la tercera entrega, se notan aún más los giros sinsentido de la trama y sobre todo el subrayado en el intento de ser políticamente correcta.
Cuando en la original se mostraba a cuatro mujeres hegemónicas, exasperantes y neuróticas (mal que nos pese, esas eran nuestras heroínas), en la continuación de la saga se incluyeron personajes de todas las razas y diversidades sexuales como si se tratara de un formulario con cupos que hay que cumplimentar. No quedó minoría por convocar.
Y esa es una gran diferencia con la idea original, que se había presentado más bien disruptiva, incorrecta y hasta algo cínica.
De todo aquello sólo quedaron los trajes de Carrie que, ahora devenida millonaria y sin obligaciones, puede lucir sin culpa. Y ya no tenemos que preguntarnos cómo hace para comprar tantos zapatos con la paga de una columna semanal.