La costumbre impide que reconozcamos lo absurdo en los espacios que habitamos. El trabajo es en la actualidad un tópico de los productos culturales que permite encontrar la raíz de subjetividades que se definen en ese absurdo. Un ejemplo muy logrado desde la comedia es La Silla, serie recientemente estrenada en HBO.
Creada y protagonizada por Tim Robinson, la serie sigue la vida de Ron Trosper, empleado de una empresa constructora. El día del lanzamiento de un ambicioso proyecto, Ron da un discurso ante sus colegas y al abandonar el estrado se sienta en una de las sillas dispuestas en el escenario junto a su equipo. La silla se rompe, Ron cae al suelo y lo devora la vergüenza.
A partir de ese incidente, que por supuesto alguien filmó y viralizó, emprende una obsesiva y descontrolada investigación sobre la empresa fabricante de esa silla. Se siente víctima de una conspiración, su espacio de trabajo se vuelve asfixiante por la inoperancia de sus compañeros y las preguntas insólitas de Recursos Humanos.
Ron pierde el control de su vida y de su trabajo. Un tono, un gesto y hasta un silencio mal ubicados ponen en riesgo su puesto. No tiene energías para fingir que le interesa la fiesta que organizan sus subordinados, ni para ser amable con la colega más vieja de la oficina.
Su soledad es completa: a nadie le importa aquella caída, sólo a él.
Permanencia
La literatura contemporánea proporciona otros ejemplos del trabajo como tema, también en su versión absurda.
Oposición (Anagrama, 2025) es una novela de Sara Mesa que retrata la llegada de una mujer a su nuevo trabajo en una repartición pública. Los primeros días los dedica a habitar un vacío: no sabe qué tiene que hacer, quién es su jefe ni qué se espera de ella. Paulatina y fragmentariamente recibirá instrucciones para ocupar sus jornadas. Es consciente de que su trabajo y el de sus colegas son una ficción, un trasladar papeles para trasladar otros papeles que se responderán con más papeles.
El mismo sinsabor pero con una angustia existencial más pronunciada es lo que vive Jimmie, el protagonista de Polvazo (Anagrama, 2025) de Katharina Volckmer. Esta novela retrata el clima laboral de un call center. Según el retrato que ofrece esta obra, es un empleo elegido especialmente por quienes se perciben diferentes y sienten que su apariencia ofende la sensibilidad estética dominante.
En su trabajo Jimmie se siente una cosa: una voz cuando atiende y la distracción sexual de su jefe durante el break. Pero no puede soltar su empleo: se acostumbró, al igual que sus compañeros, a recibir un salario mediocre por una tarea mediocre.
En los protagonistas de estas novelas, los empleos operan como principio identitario. Son trabajos que no demandan de ellos capacidades intrínsecas, sino un conocimiento práctico que podría hacer cualquier otra persona. Se ven envueltos en lógicas que deben ser asumidas como importantísimas mientras las tareas diarias, especialmente la socialización con colegas, carecen de relevancia. Están presos de un absurdo que deben sostener.
Fuga
La incomodidad y la sobreinterpretación son los denominadores comunes de los ambientes laborales que recuperan estas narrativas. Los nuevos formatos de trabajo (remotos, emprendimientos, plataformas) acaparan las preguntas por el futuro mientras los ambientes laborales tradicionales siguen existiendo.
Los nuevos ritmos y formas de socialización se encuentran con las ficciones de entornos que se consolidaron antes de las redes sociales y las aplicaciones. Antes, incluso, de la visibilización de conductas inadecuadas que engrosan los expedientes de Recursos Humanos.
Ese solapamiento produce un sinsentido que amenaza la rutina laboral, donde la salida puede consistir en radicalizar ese absurdo. La conspiración que habita el protagonista de La Silla es una alternativa que transforma la tensión en risa, mientras que Oposición y Polvazo ensayan respuestas de destrucción simbólica. Son casos donde la existencia se dirime en el trabajo, donde todo es importante y a la vez no lo es.























