El Eternauta está en boca de todos. Se puede ver en Netflix desde el pasado miércoles 30 de abril, pero desde entonces ya la hemos visto en todos lados.
En redes sociales, en los diarios, en revistas especializadas, todo el mundo quedó cautivado por el universo planteado por Héctor Oesterheld, allá en el 57. En esta ocasión, el prestigioso director argentino Bruno Stagnaro (Pizza, Birra, Faso, Okupas) tuvo la monumental tarea de traer al formato audiovisual la historieta.
Un reflejo musical
Lo principalmente destacable de esta ambientación es cómo estamos representados. El ambiente de argentinidad se respira en cada plano, cada escena y cada secuencia de esta historia.
Más allá de los acentos y los modismos, que es lo mínimo esperable de una serie ambientada en Buenos Aires, la serie se esfuerza y consigue con creces crear un universo argentino, donde nos vemos absorbidos hasta lo más profundo a través de la música.
El uso de la música nacional (e internacional) no se queda únicamente en poner nombres de canciones conocidas a los capítulos. Está presente en todo momento.
En toda producción audiovisual la música toma un papel preponderante. No se trata solamente de emplear música movida en momentos que lo requieran, sino de formar un ambiente creíble para el espectador.
Si bien la serie tiene su banda sonora original, resalta el uso de música diegética en escenas de relajación. Mínimo una vez por capítulo un personaje enciende un reproductor o entona una canción.
La clave está en manejarse con canciones lo suficientemente reconocibles como para que el espectador reconozca, pero también que aporten de alguna manera a la trama.
Encontrar el balance es primordial, ya que si este se rompe se romperá también la ilusión de la obra, y el espectador volverá de un tirón a su sillón del living, alejándose de la nevada Buenos Aires.
Música para enaltecer escenas
La serie de hecho abre en compañía de la música. Cuatro adolescentes en un barco conversan al ritmo de Paisaje de Gilda. La música es interrumpida cuando se destruyen todos los dispositivos electrónicos. La introducción es brusca, y nos pone rápidamente en contexto para lo que va a venir.
Inmediatamente después pasamos a los protagonistas, momentos antes de la caída de la nieve. Ellos se encuentran cantando No pibe de Manal, para entretenerse mientras esperan a que se solucione un piquete en la calle.
Posteriormente, llegan a destino y se sientan a jugar al truco, al ritmo de éxitos del rock nacional como Post-Crucifixión, de Pescado Rabioso.
La música está presente en todo momento, y no solamente nos ayuda a conocer más a los personajes a través de su gusto musical, sino que también elevan la escena, enriqueciendo en matices una escena de una simple juntada de amigos.
Este tipo de progresiones se repite todo el tiempo, en cualquier situación. Por eso no sorprende ni desentona cuando en el segundo capítulo, cuando tienen acorralado al protagonista Juan Salvo (Ricardo Darín) y a su exesposa Elena (Carla Peterson) uno de los perseguidores entona el tango Volver, del maestro Carlos Gardel. O cuando el personaje de Lucas, (Marcelo Subiotto) se pone a cantar Salgan al sol de Billy Bond al principio del quinto capítulo. Cabe destacar que el segundo capítulo de la serie lleva el nombre de la canción de Bond.
Generalmente cada capítulo cierra con una canción. En el primero cierran con El magnetismo de El Mató a un Policía Motorizado, el cuarto con Caminito de Gardel y el tercero con Cuando pase el temblor, de Soda Stereo. Finalizando este tercer capítulo, la mujer que asaltó a Juan y Carla está eligiendo cassettes para escuchar. “Al fin algo como la gente” murmura mientras introduce el álbum Nada Personal en la casetera del estéreo del auto.
Un amplio repertorio
La serie busca implementar un amplio catálogo de temazos de la historia musical nacional.
Hace un recorrido por todos los géneros: El rock clásico de Spinetta en los 70, el moderno indie con El Mató, la cumbia con Gilda, tango con Gardel y ahora con Credo (Chacarera Trunca) de Mercedes Sosa. En un momento cúlmine de la serie, cuando incendian una catedral, suena la negra Sosa de fondo. Sin embargo, Credo es el también el nombre del capítulo.
Suena chacarera también en el quinto capítulo, interpretada por unos refugiados del supermercado. Esta vez es de mano de Los Nocheros: Chacarera del rancho.
Sin embargo, se alejan de lo nacional en este mismo episodio. Cuando acompañamos a Elena y Juan en un flashback, suena en el centro comercial Let It Snow de Dean Martin. Quizás de manera irónica pasan una canción que anuncia la nieve en un lugar donde generalmente nunca nieva.
Posteriormente vuelven a lo internacional en el sexto y último capítulo, con Auld Lang Syne, de Robert Burns.
El cierre
Este último capítulo es el que más canciones de artistas ajenos a la producción tiene.
Ya mencionamos el de Robert Burns, pero en este mismo capítulo hay un llamado a una de las primeras escenas de la temporada.
En este caso, Darín entona junto a otros supervivientes Jugo de tomate frío, de Manal: la misma banda que compuso Pibe No y que, aunque en contextos completamente diferentes, entonan los personajes de la historia. Jugo de tomate frío es también el nombre del episodio.
Hay otro llamado al primer capítulo en este cierre de temporada: Nuevamente se sientan los personajes a jugar al truco, otra vez musicalizando con rock de fondo. Esta vez, en vez de Post-Crucifixión, escuchan El blues del atardecer, de El Reloj.
Finalmente, y en sintonía con las demás canciones implementadas en el capítulo, suena Porque hoy nací, nuevamente de Manal.
Ricardo Darín ya confirmó que se viene la segunda temporada de El Eternauta, por lo que es seguro esperar una musicalización semejante.