Hace poco más de una semana, en el programa Soñé que volaba, conducido por Migue Granados en la plataforma de streaming Olga, Guillermo Francella fue invitado con motivo del estreno de Homo Argentum, la nueva película de Mariano Cohn y Gastón Duprat, que lo tiene como protagonista (en 16 papeles distintos).
Apenas empieza la entrevista, Francella pronuncia lo que generó polémica y el enfurecimiento (más que justificado) de gran parte del campo cultural. Y digo campo cultural porque la onda expansiva de la ponzoña de Francella llegó no solo a los del subcampo del cine (cinéfilos, directores, actores, técnicos, espectadores), sino también a artistas e intelectuales que no necesariamente pertenecen al cine.
Ni bien se acomoda en la silla, Granados le comenta que vio la nota que le hizo Sebastián De Caro (referente de la cinefilia porteña) y que le pareció “larguita y divina”. Francella asiente y agrega: “Sabe una bocha de cine y me gustó charlar con él”.
“¿Para saber de cine hay que ver mucho cine?”, le pregunta el conductor. Y el actor responde: “No, no, pero… podés tener tu criterio, pero no”. Y sigue: “Así fui yo toda mi vida, fui muy cinéfilo. Creo que entiendo de cine, o por lo menos del cine que a mí me gusta. Siempre lo digo: hay cine que es muy premiado, pero le da la espalda al público. Ese cine no me gusta”.
El conductor interrumpe y le pregunta: “¿Qué quiere decir que le da la espalda al público?”, y Francella responde: “Que van cuatro al cine. Ni la familia del director va, porque son obras de arte, pero que no tienen identificación, no representan a nadie”.
Granados pregunta: “¿Y dónde está la diferencia?”, y el actor contesta: “En la estética, cómo cuentan, el universo que cuentan, que es muy atractivo… el modo de encuadre, el modo de iluminar, el modo de decir”.
“¿Y por qué ganan premios?”, repregunta. “Por todo esto… por lo raro. Bueno… generalmente, hay obras que son muy premiadas y que a veces decís ‘¿pero qué pasó?’, o estás viendo y decís ‘¿terminó?, ¿cómo terminó?’”.

No vamos a seguir con la cita, aunque sí decir que el actor continuó hablando del arte contemporáneo con un tono burlón, diciendo que cualquier cosa es considerada arte para los que, supuestamente, saben de arte. Todo dicho medio entrecortado y con risitas cómplices de los streamers que lo rodeaban.
Hasta que, en un momento, le preguntan: “Pero ¿qué le da altura de arte a eso?”, y Francella responde: “Bueno, es la pregunta del millón, qué le da arte, es verdad… yo no le veo el arte a eso, pero evidentemente los entendidos de arte los premian… Lo que quiero decir es que lo fundamental es que tenga identificación. O sea, que sea popular. Que lo popular no tiene por qué estar peleado con la calidad, digamos. Lo popular puede tener un nivel altísimo, pero que te veas reflejado”.
El problema de los dichos de Francella, más allá de que es una opinión que no se sabe si la enunció desde la más supina ignorancia o desde una mala leche insostenible, es que se alinea con la política cultural adversa del Gobierno, justifica las medidas de desfinanciamiento del Incaa y muestra una falta de apoyo total a sus colegas y compañeros, que quedaron sin trabajo por la perjudicial medida, esa que el Gobierno defiende diciendo que si financian al sector dejan sin comida a “los chicos pobres del Chaco”.
Que Francella haya dicho “van cuatro al cine” es el desliz que lo posiciona junto al Gobierno, porque es el mismo número que usó Manuel Adorni, el vocero presidencial, cuando anunció la medida. Francella no es inocente, y con estos dichos deja clara su ideología afín a la del oficialismo, la misma que cree que “ser pobre es un privilegio”.
El factor cuantitativo
Un actor de la fama y la llegada de Francella no puede decir lo que dijo sin mostrar la más mínima solidaridad con la difícil situación que atraviesa el cine nacional. Sin mostrar el más mínimo interés por opinar con responsabilidad sobre el estado de nuestro cine. Esto lo convierte en una contradicción andante, en alguien que no puede ver más allá de sus propios y mezquinos intereses.
Claramente, la concepción del arte y del cine que tiene Francella se reduce a una mera cuestión cuantitativa, de números, de taquilla. Pero no se trata acá de masacrarlo. Al fin y al cabo, es un actor que tiene que salir a dar entrevistas y promocionar su nueva película, con todas las metidas de pata que eso puede implicar.
El problema es que no logre detenerse a pensar, discutir o argumentar por qué defiende lo que defiende, ni mucho menos intentar una respuesta a las cuestiones que él mismo plantea sobre el cine arte y el cine popular, siempre saludables y necesarias de debatir.
Y todo esto sin mencionar al sociólogo Pierre Bourdieu, quien dedicó su vida a pensar, justamente, aquello que Francella enuncia de manera casual: quién legitima el arte, quién determina qué obra merece ser considerada como tal. Preguntas que Bourdieu abordó, entre otros trabajos, en El sentido social del gusto, un libro al que no le vendría mal echarle un vistazo. Al menos para que en futuras entrevistas Francella sea más cuidadoso al opinar sobre qué es el arte. Sobre todo porque su opinión, por ser quien es, tiene peso.
Francella no es que haya cruzado una línea con estas declaraciones. Es que siempre estuvo de ese lado: el de quienes le dan la espalda al pueblo mientras, bajo un discurso falsamente popular, lo empujan a vivir con menos, a pasarla peor.