Colores saturados, travellings panorámicos, violencia estilizada: el sello de Nicolas Winding Refn (Copenhague, 1970) se patentó con potencia definitiva en la tríada formada por Drive (2010), Solo Dios perdona (2013) y El demonio neón (2016), filmes encabezados por Ryan Gosling y Elle Fanning que lo consagraron a nivel mundial en simultáneo a un hastío que el director empezó a expresar por los medios audiovisuales.
Declaraciones provocadoras sobre que el cine o la televisión habían muerto escoltaron un largo alejamiento de la pantalla grande y unos herméticos, erráticos y fascinantes experimentos en streaming (Too Old to Die Young, Cowboy de Copenhague) que le merecieron nuevos fanáticos y detractores. Ahora que Winding Refn prepara su primer largometraje en una década (Her Private Hell, con Charles Melton y Sophie Thatcher), MUBI reestrena la poco conocida trilogía Pusher con que el danés debutó en cine, rodada en su Dinamarca natal con un registro en las antípodas del que lo hizo conocido.
Protagonizados por los eminentes Kim Bodnia, Mads Mikkelsen y Zlatko Buric, Pusher (1996), Pusher II (2004) y Pusher III (2005) arman una inseparable unidad en su retrato de dealers de poca monta que discurren por un submundo de talleres mecánicos, restaurantes, oficinas y traslados en coche.
La droga, la prostitución y los ajusticiamientos son moneda corriente en el conjunto, que comparte tono de época con Trainspotting o Pulp Fiction aunque sin la épica o exageración de esos hitos: más cercanos al Dogma 95 de sus compatriotas Lars Von Trier y Thomas Vinterberg (al que de alguna manera Winding Refn se anticipó), estos filmes captan una Copenhague inusitadamente lóbrega y depreciada con ánimo casi documental y de la mano de unos personajes no menos ásperos y verosímiles.
Ciertas escenas de lentitud cromática y música sintética anticipan sin embargo al Winding Refn por venir, y en ese sentido la trilogía permite además trazar la contrastante arqueología del autor.
El realizador da cuenta con sus propias palabras de ese radical antes y después que revela Pusher: “Cuando empecé a filmar estaba obsesionado por crear autenticidad y poder capturarla. Cuando hice la primera Pusher en 1994 no existía el reality en la televisión, la realidad solo se captaba a través del cine, y después de filmar la tercera parte entendí que nunca iba a poder captar del todo la autenticidad de lo real. Por entonces la televisión había vuelto a explotar, había surgido el reality que significó el paso previo a las redes sociales, y al final dejé de interesarme por la realidad. Lo que pasó a atraerme a partir de entonces fue la irrealidad, lo que no quiere decir que esta sea inauténtica, sino que tiene que ver por completo con la fantasía. Es una fetichización de lo que te gustaría ver. Al fin y al cabo vengo de un país que inventó a Hamlet y a Hans Christian Andersen. Lo tenemos en los genes”, reconoce Winding Refn por Zoom.
Y completa: “Tuve que pasar un largo tiempo revisando la trilogía Pusher porque me encargué yo mismo de restaurarla en 4K, yo impulsé el regreso a los negativos e hice la restauración y la digitalización y la supervisión, tuve que ponerme a ver los filmes de nuevo. Y una vez que atravesé el proceso e hice el trabajo que había que hacer, me puse a pensar ¿qué le diría a alguien que me preguntara qué significó volver atrás? Lo que puedo decir es que caí en la cuenta de que a los 24 años no tenía educación, me habían expulsado de la escuela de actuación en Nueva York, vivía aún en mi casa, no tenía novia ni futuro. Me había inscrito en la escuela de cine de Copenhague, pero al final abandoné porque pude realizar mi primera película. Y qué increíblemente afortunado fui. Porque eso lo cambió todo. Es importante a veces relajarse y recordar la época en que todo comenzó. Puedo señalar el día específico en que mi vida cambió de forma radical, y todo lo que puedo decir es ¿por qué yo?, ¿por qué no yo?, ¿por qué no otro? Solo puedo llegar a la conclusión de que tuve mucha, mucha suerte”.
-¿Qué explica tu interés de siempre por el inframundo de los gánsteres?
-No soy un fan del policial, el género no me interesa especialmente. Y además cuando pasás cierto tiempo en el tema te das cuenta que no hay nada romántico en él. El crimen tiene que ver esencialmente con el miedo, es autodestructivo y nihilista y consiste más que nada en tener miedo. Cuando hice la primera Pusher, cuando empecé a filmarla tenía una fascinación por la masculinidad del crimen, pero cuando comencé a rodar la película y a internarme en ese mundo pude ver a través de él y lo único que había era nihilismo. Mi primer filme entonces no trató sobre el crimen, sino sobre personas en un entorno criminal, lo cual es distinto. Y esa fue la única idea a la que me aferré cuando volví a la historia y filmé la segunda y la tercera parte. Que no son sobre el crimen, sino sobre gente que existe en un mundo criminal, y lo que eso supone. No estoy juzgándolos, no digo que sean mejores o peores, esas son las circunstancias en las que ellos viven. Y que no tienen nada de romántico. Es simplemente triste y doloroso, hay un dolor constante en ese mundo, y por eso la ironía de estos días, especialmente en las redes sociales, donde hay una glorificación de este tipo de ambientes. Pero todo eso está fabricado, está todo armado en un sentido extraño de fetichización mundana. Es como cuando Shakespeare escribió sobre la familia real, en esas obras todo gira en torno a la desesperación y la muerte. Pienso que eso es algo que debemos recordar. No hay algo así como un gánster feliz.
La madre de todo
-¿Cómo recordás la filmación de “Pusher”? ¿Qué motivó su nacimiento?
Lo que inspiró la primera Pusher fueron tres cosas: hubo un documental de los últimos 80s en Nueva York llamado One Year in a Life of Crime, que fue una de las primeras veces en que un documentalista siguió a tres gánsteres por separado a lo largo de un año registrando sus vidas. Después estuvo La batalla de Argel de Gillo Pontecorvo, que me causó una impresión fuerte cuando yo era joven, y finalmente The Killing of a Chinese Bookie de John Cassavetes. Cuando vi por primera vez ese filme, creo que yo tenía 17 o 18 años, me dije que si algún día filmaba una película ese era el tipo de actuación que quería para ella. Esos tres filmes fueron la base. Al momento de filmar la primera Pusher tuve mucha suerte de poder convocar a las tres estrellas danesas del momento. Mads Mikkelsen, Kim Bodnia y Zlatko Buric, todos decantaron en el filme. Fui afortunado de poder trabajar con grandes actores en épocas bastante críticas. Inventar a Mads y a Kim y a Zlatko, y tener la misma oportunidad de descubrir a Tom Hardy (en Bronson), o de proyectarme en Ryan Gosling o Elle Fanning. Recuerdo esos tiempos de trabajo con todos ellos como muy explosivos.
-¿En qué medida “Pusher” capta fielmente la Copenhague de esos años?
-No sé cómo podría haberla hecho más auténtica, pero creo que necesitás preguntarle a alguien que no sea yo para que te diga cuán real es en la escala. Yo diría que probablemente entre uno y diez sería un once (risas).
-Has dado de muerte al cine y lo has revalorizado. ¿Cuál es tu conclusión?
-Creo que el cine es todavía la madre de todo, porque el cine como medio de proyección fue primero y ante todo creado como una experiencia colectiva, está hecho para verse en una catedral, eso es cine. Y hemos estado mucho tiempo hablando sobre cómo preservar y proteger películas, sobre cómo financiarlas, lo que está bien, pero creo que hemos dejado atrás el acontecimiento del cine, lo que significa tener una sala para una comunidad, para un área urbana, para la fundación de esa experiencia entre personas. No hay nada que me deprima más que pasar por un supermercado donde antes hubo un cine. Es genial que exista todavía tanto interés en el cine, y en verdad más que nunca, pero el sentido del cine como experiencia puede ser cuestionable porque si no está hecho para la sala entonces ¿qué es? Es televisión. Pero la televisión es más que nada interesante en mi opinión cuando desafía la idea de tiempo, eso es lo que puede lograr una serie cuando disolvés la idea de duración. Una película de 90 minutos, a pesar de que pueda verse bien en una pantalla de televisión, y lo hará, lo que intenta iniciar a pesar de todo es una experiencia colectiva. Y que eso desafortunadamente esté desapareciendo es algo que me entristece. Debemos preservar eso.
Para ver. La trilogía Pusher está disponible desde el 18 de julio en MUBI.