Antes de decir algo de la historia de Vermiglio, que no tiene nada de excepcional, pero que no le resta ni un momento de verdad, es menester reconocer a una cineasta a la que le interesan la luz y el encuadre. A Delpero y sus colaboradores les importa narrar, pero también demuestran cuidado por el sentido de un plano. Hay planos generales excepcionales y otros planos medios notables.
La distancia elegida resulta siempre exacta. La figura humana y el paisaje son acá una juntura estética. El espacio es una categoría decisiva en el cine. Delpero honra ese saber. Ninguna montaña sobreactúa. La nieve no se extralimita en su hermosura. El pueblo y el ecosistema forman un gran personaje.
La trama de Vermiglio
El mundo de Vermiglio ya no existe entre nosotros. La relación con el tiempo que tienen sus criaturas es inconcebible para cualquier persona del siglo en curso. Un hombre viaja del pueblo a una ciudad y solamente una carta (que nunca llega) es la prueba de que sigue vivo.
Puede haber creencias reconocibles que aún persisten, pero el modo de experimentarlas es inconmensurable.
En un rincón del cuarto, al lado del guardarropa, se reza mejor que en otras zonas de la casa. En un cuaderno se enumeran las penitencias para purgar pensamientos dudosos y actos indebidos. Los hombres pueden fumar, no las mujeres. Mirar fotografías de mujeres desnudas puede ser un motivo de temor y arrepentimiento.
El tiempo en cuestión es el de la Segunda Guerra Mundial y algunos meses después de su fin. Del enfrentamiento bélico nada se ve, excepto el acopio de cruces en un cementerio; en algún momento, el sonido de los aviones irrumpe en el silencio del pueblo. Los pobladores discuten sobre el hecho de cobijar a dos desertores.
Los italianos están en guerra, aunque es una contienda liderada por alemanes lo que no detiene el displicente razonamiento de algunos hombres para considerar cobardes a los que eligen escapar de la guerra.
El maestro de escuela tiene algo para decirles: “Si todos fueran cobardes, no habría más guerras”.
El centro del relato es la familia numerosa del único maestro del pueblo. Tiene hijos de todas las edades: es casi un regimiento. Una de sus hijas vivirá un romance con uno de los desertores, pero el relato no se circunscribe únicamente a ese hecho y sus consecuencias, cuyo desenlace es inimaginable. Hay otras pequeñas historias que gravitan alrededor de esa historia de amor.
A través de cada escena despuntan inquietudes de distinto calibre: el valor del conocimiento, los límites de un orden social (en vías de extinción), las condiciones materiales elementales que determinan la experiencia en sí y las microscópicas formas en las que un dogma encastra las conductas de quien lo obedece.
Delpero retrata una mentalidad como si hubiese viajado en el tiempo y filmara desde el presente de sus personajes.
Cuando otra época es el escenario de un relato, el cine confronta con la materia del tiempo. La luz de Vermiglio es prodigiosa; en los interiores se desplaza respetando la iluminación de otro siglo. No se trata de ser solamente escrupuloso con la indumentaria y el mobiliario. ¿Qué significaba tener un cuaderno en 1945? ¿Cómo se filman los objetos de antaño? Hay un plano magnífico en el que una de las hijas lleva un bidón mochila para traer la leche del día. Ese detalle cifra el rigor estético e histórico de la puesta en escena.
Lo mismo pasa con la música. ¿Cómo se escuchaba una sonata en aquel entonces? ¿Qué lugar tenía para el alma?
Vermiglio restituye un lugar olvidado para la música; es un insumo espiritual, no solamente un sonido de compañía. Chopin, Schubert y Vivaldi son como las vacas y las cabras que proveen el alimento.
Nadie puede escapar a su tiempo. Cuestionarlo sí, desobedecerlo también, pero quien nace en una época es inicialmente un hijo del presente. En el siglo XX desaparecieron el pájaro carpintero de Carolina, el tigre de Java y el lobo de Tasmania. Ciertas formas de vida y ethos también. Vermiglio repone en la ficción algo que ya no es.
Para ver Vermiglio
Italia, 2024, DCP, 119’, AM18)Dirección: Maura Delpero. Con Tommaso Ragno, Giuseppe De Domenico. Enel Cineclub Hugo del Carril.