A fines del siglo XIX, sacarse una fotografía era una experiencia milagrosa. En la actualidad, posar frente a cámara y producir una imagen constituye a menudo un acto irrelevante adosado al no menos insignificante narcisismo.
En las primeras fotografías, el retratado descubría algo de sí; sucede exactamente lo opuesto en el presente: la imagen debe coincidir con el ideal que se tiene de sí. De fallar, se hace otra, y si la realidad se empecina en desmentir el ideal existe una aplicación para satisfacer el deseo.
Hay una escena en Godland: entre el cielo y la tierra (programada en el Cineclub Municipal Hugo del Carril, bulevar San Juan 49, desde hoy y hasta el miércoles; chequear horarios en sitio oficial) en la que un fotógrafo y la mujer de su foto observan el instante en que el revelado comienza y algo que ha sido vuelve a ser para siempre como una imagen. Es un milagro materialista, un descubrimiento, una invención técnica contra la finitud.
La finitud es el gran tema de la extraordinaria película de Hlynur Pálmason. Mueren dos caballos, mueren tres hombres. Uno de los hombres que muere es un traductor.
Un poco antes de que muera, Lucas, el pastor danés y protagonista, hace una foto de él. En una escena tardía, Lucas mirará la foto. Aquel hombre fue enterrado al lado de un río. En otro pasaje del relato, el crecimiento de las aguas del río desentierra al cadáver.
Esa contingencia climática resuena en dos escenas posteriores. En ambas, un caballo muerto en la vastedad de la geografía de Islandia se desintegra lentamente. El falso raccord elegido permite observar el paso de las estaciones y el trabajo del tiempo en el cuerpo tendido del animal. Es la contundente plasmación de la finitud, el contrapunto de todo lo que prometen las religiones, porque la promesa consiste en conjurar la decrepitud y persistir en otra dimensión.
El pastor tiene una misión: construir una iglesia en una pequeña comunidad que vive en una zona montañosa cercana al mar.
Es un paisaje sin árboles, pero de una hermosura apabullante. El pastor apenas habla islandés y sus futuros feligreses pueden comprender poco del danés.
La traducción es mucho más que un tema lingüístico. Denota la imposición de una forma de hablar sobre la fe y sentirla; también del dominio de un país sobre otro. La confrontación silenciosa y creciente entre Ragnar (personaje fascinante que ha sido inicialmente el guía del religioso para llegar de una región a otra de Islandia) y Lucas es personal, pero también glosa la antipatía entre las dos naciones. “Un demonio danés”, murmura el corpulento al conocer al escuálido hombre de fe.
La primera hora de la película de Pálmason es un viaje por escenarios que constituyen un placer óptico garantizado.
El cineasta prescinde de la postal e integra la geografía al drama del religioso. El desafío dramático es su adaptación, el estético, la integración al relato para que las montañas no luzcan como un mobiliario orgánico.
El hecho de que el formato de imagen sea 4:3 comprime sabiamente lo vasto en un concepto de encuadre que se mimetiza con el de la cámara de fotos y asimismo con el punto de vista del hombre de fe. El casting de rostros es magnífico, lo mismo respecto de las locaciones. Hay planos que se imprimen para siempre después de verlos.
Pero Godland: entre cielo y la tierra no se agota en su prepotencia pictórica, porque avanza a la par conforme a un drama que acopia variaciones de la experiencia humana: la amistad, el amor, el deseo de trascendencia, la desesperación, el sentido de comunidad son escenificados con delicadeza y precisión.
Hay un plano secuencia circular que empieza y termina con Ragnar tocando el acordeón en el que el concepto de comunidad no es solo eso; se toca con los ojos y se siente con los oídos. La cámara es en ese momento caligráfica; su elocuencia es pura devoción por la vida humana.
En el interior de la película de Pálmason se dilata parsimoniosamente una impugnación respetuosa del camino de la fe. La orientación vertical para justificar el paso por la Tierra puede ser una emboscada. Si el pastor se hubiera entregado a su pasión fotográfica en vez de obstinarse en su consagración a la figura de Cristo es posible que hubiera sentido por anticipado la salvación de su alma. Los creyentes de estirpe tienen que abordar esa pregunta. Es probable que Lucas haya entrevisto ese dilema.
La ficha
Godland (2022, Islandia - Dinamarca).
Calificación: Excelente
Dirección: Hlynur Pálmason. Producción: Katrin Pors, Eva Jakobsen y Mikkel Jersin. Guión: Hlynur Pálmason. Música: Alex Zhang Hungtai. Fotografía: Maria von Hausswolff. Montaje: Julius Krebs Damsbo. Vestuario: Nina Grønlund. Elenco: Elliott Crosset Hove, Ingvar Eggert Sigurðsson, Jakob Lohmann, Ída Mekkín Hlynsdóttir, Waage Sandø y Vic Carmen Sonne.