Uno de los vampiros más icónicos de la historia del cine se levanta de su tumba en Nosferatu, adaptación de Robert Eggers del clásico de F.W. Murnau de 1922. Versión espectacular de un hito rústico, lineal, todavía ascético en la recreación de Werner Herzog de 1979, el filme de Eggers lleva a más de dos horas el consabido relato que se ampara libremente en Drácula, de Bram Stoker, apoyándose en una parafernalia de efectos novedosos para la leyenda.
Como es sabido, el abogado Thomas Hutter (Nicholas Hault) recibe en 1838 el encargo inmobiliario de dejar momentáneamente Alemania para viajar a una distante región de Bohemia, en la altitud nevada de los Cárpatos, donde debe cerrar contrato con el excéntrico conde Orlok (Bill Skarsgård). En el transcurso deja en casa a su reciente y atribulada esposa Ellen (Lily-Rose Depp), que delira por la recepción de sueños y visiones que presagian una maldición en ciernes.
Con ligeras variantes, Nosferatu respeta el curso de los ominosos acontecimientos, que incluyen el descubrimiento por parte de Thomas del ataúd donde duerme Orlok y su afición sangrienta, la revelación de que el retorcido jefe inmobiliario Knock (Simon McBurney) envió a Thomas conspirando a favor del advenimiento de su amo, el viaje de Orlok a Alemania en barco trayendo consigo la peste de las ratas, y el encuentro decisivo y final entre la convaleciente Ellen y el horrible vampiro enamorado y sediento de ella.
Habiendo dado muestras de un talento extraordinario para el terror en La bruja, El faro y El hombre del norte, Eggers parecía un elegido ideal para repasar el mito de Nosferatu, pero aquí se limita a exhibir su potente maestría visual sin poder extraerle ninguna gota de sangre nueva a la ancestral dinámica digna de Perséfone.
El director estadounidense rellena la historia con diálogos y segmentos innecesarios y apenas araña la superficie de un abismo de deseo adúltero en el que laten la inapelable entrega nocturna de Ellen y el sacrificio a la luz del día que iluminará al monstruo para traer la “redención”, en palabras del enfebrecido doctor Albin Eberhart von Franz (Willem Dafoe).
Es interesante constatar cómo este vampiro busca morder el corazón, como si la película buscara ese centro ciego al que es incapaz de acceder por sus propios medios, revelándose vanamente pornográfica en sus escenas capitales (destellantes de sexo, desnudez, gemidos, vómitos y convulsiones exorcistas) y muy lejos del agónico erotismo de sus predecesoras.
En ese sentido, Nosferatu es un digno ejemplar del presente hiperreal, fatalmente vampírico en sus pantallas digitales incapaces de conjurar ni luz ni oscuridad. No hay goce, no hay consumación trágica en este Nosferatu que vela al cine en su viejo sarcófago sin lograr resucitarlo.
Para ver
Nosferatu. EE. UU., 2024. Guion y dirección: Robert Eggers. Con: Lily-Rose Depp, Nicholas Hoult y Bill Skarsgård. Duración: 133 minutos. Clasificación: Apta para mayores de 16 años. Plataforma: HBO Max.