Un filósofo poco leído, no está entre los consagrados, decía que «la concentración es la piedad del alma». Lo que Malebranche afirmaba, y al extraordinario George Steiner le gustaba citar cada vez que podía, tiene una resonancia decisiva (para el cine de nuestro tiempo).
La dispersión es una afección de la percepción contemporánea. Sostener la mirada y la escucha, dejarse llevar por las secuencias de una película sin interrumpir la atención es un pequeño milagro cognitivo.
¿Qué decir, además, acerca de una segunda demanda de la comunicación actual, aquella que apura desesperadamente los tiempos de reproducción? Que las películas se miren en tiempos distintos y veloces es un indicativo de una patología del entendimiento. El impaciente poco puede comprender.
El encuentro con una película extraordinaria como Fogo do Vento resulta así una aventura perceptiva.
La noción de lo que significa un encuadre —el dar a la vista y al oído un conjunto que vive en cada plano y es el mundo de una película— es ubicua: el empleo de la profundidad de campo para proponer una relación de un toro amenazante con varios campesinos subido a los árboles para protegerse; el plano concentrado sobre una mano que sostiene otra; la distancia exacta para tomar en un primer plano a varios hombres y mujeres que dicen frases cortas hilvanando el relato coral de una comunidad son prueba no de una cineasta formalista, sino de una que reconoce un secreto olvidado: filmar a alguien o algo es preguntarse por la ligazón entre la verdad de quien habla y respira frente a una cámara que registra.
En esto, poco importa si se trata de una ficción.
Y ¿qué decir de la sensualidad y el misterio de la luz en Fogo do Vento? El sol es un camarada comprometido con la película, su auténtico efecto especial. ¿Hace cuánto que no se acude a «la noche americana» para filmar una noche de luna como lo hace Mateus?
La aventura, en verdad, no es sólo perceptiva. Los relatos del cine del presente repiten un abracadabra. Adentrarse a otra posibilidad del relato es casi una interdicción. Si el multiverso es la última invención al respecto, habrá que resignarse y aceptar que el coraje no es parte del cine y la invención es solamente una jurisdicción de los científicos locos.
En Fogo do Vento, Mateus comienza con una situación insólita: un toro huele la sangre de una jovencita que se ha cortado mientras cosechaba las uvas del lugar en donde trabaja; cebado, va en búsqueda de su presa. Un accidente laboral y un animal voraz funcionan como un macguffin.
Es así como la película despliega inicialmente su movimiento narrativo, cuya lógica caleidoscópica implicará abandonar el peligro del toro y centrarse primero en la historia personal de los trabajadores del viñedo hasta que después se encienda de las brasas del olvido la memoria histórica que tiñe lo íntimo.
De la sangre liviana de la niña se arriba a la sangre espesa de la historia, la tinta con la que se suele escribir.
La comodidad y la pereza podrán alegar que Fogo do Vento es una película entre tantas otras portuguesas que prescinden del realismo y el naturalismo en su consecución. Que la película vibre en una tradición, que ni siquiera es del todo portuguesa, no significa desconocer su originalidad.
Sí, sí, están las huellas de los Straubs y las de otra pareja, Reis-Cordeiro, pero a esta singularidad no se le baja el precio por citas eruditas. El modo en el que los tiempos de los personajes y sus fantasmas irrumpen en el relato es de por sí merecedor de un estudio. Por otro lado, ¿quién ha concebido los troncos de algunos árboles como el escenario central de una película?
A un día del paso de la Revolución de los Claveles, de la que acá se dice mucho, como también de otros episodios fundantes del siglo pasado, sería prodigioso que hubiera más cineastas como Mateus. Un gesto insurgente hace falta para desactivar el sonambulismo vulgar que produce tantas mercancías de consumo a las que se le llama cine. Si eso sucede, Fogo do Vento será parte de una memoria de la desobediencia y de amor por el cine al promediar el primer cuarto de siglo.
Para ver "Fogo do Vento"
Portugal, 2024, DCP, 72’, AM18. Dirección: Marta Mateus. Con Safir Eizner, Maria Clara Madeira. En el cineclub Hugo del Carril hasta el miércoles.