Peor que ceñirse a una fórmula o a un género (que en este caso vienen a ser lo mismo) es inventarse una fórmula personal, un estilo propio, una manera de hacer cine que permita identificar al autor con un solo plano. Ajustarse a una fórmula ya establecida implica, al contrario de lo que se cree, mayores desafíos, riesgos y, sobre todo, una gran habilidad para lograr que las reglas del género elegido funcionen.
En cambio, desarrollar un estilo propio resulta más fácil porque su lógica depende exclusivamente del creador (lo que impide que otros puedan reproducirlo). Eso ocurre con Wes Anderson y sus composiciones simétricas, sus meticulosos desplazamientos de cámara, su fotografía entre retro y vintage, su “humor particular” y sus personajes excéntricos sin gracia.
Lo que hace Anderson resulta tan agotador que uno se pregunta si no fue siempre aburrido e insustancial, o si en sus primeras películas había algo del genio que tantos le atribuyen. Habría que repasar su filmografía para ver si, en el fondo, siempre hizo lo mismo: películas encerradas en un formalismo ombliguista, marcadas por un esnobismo hipster que hace creer a su público que mirar su cine lo coloca por encima del espectador que disfruta Rápidos y furiosos.
La prueba más clara de la confusión que genera Anderson es su nueva película, El esquema fenicio, protagonizada por Benicio del Toro.
Una vez más, el director nos duerme con sus piruetas técnicas: planos perfectos, encuadres milimétricos, composiciones que no se desvían un solo paso de lo que él quiere mostrar. Pero todo ese preciosismo de la puesta en escena resulta inane, porque nada importa lo suficiente (ni siquiera la historia, que dejamos de seguir a los 20 minutos).
Ambientada en 1950, la película presenta a Anatole “Zsa-zsa” Korda (Del Toro), un industrial y empresario que figura entre los hombres más ricos de Europa. También es un estafador profesional, perseguido por distintos funcionarios que buscan eliminarlo debido a sus múltiples fraudes y al riesgo que representa para sus negocios.
Los pormenores de la trama no se comprenden del todo, ya que se mezclan temas como el precio de ciertos materiales que suben en el mercado y la habilidad de Korda para salir ganando o quedarse con algún que otro vuelto (le dicen “el señor 5 por ciento”).
Al comienzo, Korda sufre un atentado en avión y pasa al cielo, donde enfrenta un juicio de admisión. Luego regresa a la vida con la condición de corregir algunas cuestiones y nombra como única heredera a su hija Liesl (Mia Threapleton), a quien no ve desde hace años, ya que ella tomó los hábitos como monja de clausura. Cuando la visita, también están sus nueve hijos varones y el enigmático sueco Bjorn (Michael Cera), tutor de Liesl.
Como es habitual en sus películas, hay una galería de personajes interpretados por actores consagrados (Tom Hanks, Bryan Cranston, Scarlett Johansson, Bill Murray, Charlotte Gainsbourg, Willem Dafoe, Mathieu Amalric, entre otros). Pero, al tratarse de roles secundarios, su presencia no se justifica y apenas aportan algunos gags en las típicas escenas de cameos que caracterizan su cine.
Y así, perdida en una trama que funciona como pretexto para lucir la forma (la estética, los planos), El esquema fenicio termina aburriendo. Su prolijidad visual, tan virtuosa y perfecta pero vacía de contenido, genera decepción y tedio, incluso entre sus seguidores más fieles.
Para ver
El esquema fenicio (The Phoenician Scheme, Estados Unidos/Alemania, 2025).
Comedia.
Mala.
Dirección: Wes Anderson. Guion: Wes Anderson y Roman Coppola. Elenco: Benicio Del Toro, Mia Threapleton, Michael Cera, Willem Dafoe, F. Murray Abraham, Alex Jennings, Matthew Jordan, Jeffrey Wright, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Bryan Cranston, Mathieu Amalric, Riz Ahmed, Benedict Cumberbatch y Bill Murray.
Fotografía: Bruno Delbonnel.
Música: Alexandre Desplat.
Duración: 101 minutos.
Apta para mayores de 13 años. En cines.