Todo director de género quiere tener su versión de Drácula, la obra maestra de Bram Stoker, y el francés Luc Besson no se amilana ante el desafío y sorprende con una versión bastante personal, en el sentido de que se toma algunas licencias respecto al texto original y también respecto a las versiones más serias que se hicieron sobre el Conde vampiro. Esta es una versión cargada de herejías y traiciones que son, justamente, lo que la hace más risueña y descontracturada, y una digna merecedora del adjetivo “original”.
Ahora bien, si lo logró o no es lo de menos, porque la gran ventaja que tiene Besson (como la que tuvieron todos los que lo adaptaron) es que el libro de Stoker es tan poderoso, tan genial, con personajes tan bien definidos y tan bien elaborados, que hasta la peor de las adaptaciones queda bien.
La de Besson es una versión más humorística, más autoconsciente, como si se tomara en broma la trama. Pero a su vez (y esto es lo interesante), el planteo que tiene con el tema del amor, con la relación romántica entre Drácula y Mina, es serio, lo que provoca un contraste interesante entre la solemnidad de la pareja y lo que está alrededor.
Los otros personajes, por ejemplo, cambian: Renfield no es un hombre, sino una mujer, Maria (Matilda De Angelis); y Van Helsing no está. En su lugar aparece un cura interpretado por Christoph Waltz, que levanta cualquier película porque es un actor muy sólido y muy talentoso.
El actor que hace de Drácula, Caleb Landry Jones, está muy bien, porque le da cierto tono humorístico que recuerda más al Drácula de Leslie Nielsen que al de Francis Ford Coppola. Y eso es lo interesante: que se posicione en las antípodas de la versión de Robert Eggers en su Nosferatu (estrenada a comienzos de año), una propuesta mucho más solemne, que apuesta por la atmósfera, por la fotografía, por la composición pictórica, por el encuadre, por los planos.
En cambio, Drácula de Besson es mucho más descontracturada e incorpora muchas situaciones que son medio ridículas, medio bizarras, y que pueden resultar anticlimáticas.
Además, el director introduce una pequeña subtrama con un perfume particular: Drácula, desde el siglo XV hasta el XIX, recorre distintos lugares del mundo con la esperanza de encontrar a su amada Elisabeta (Zoë Bleu) reencarnada en una mujer parecida, y mientras tanto va aprendiendo a hacer perfumes para atraer a las mujeres, hasta dar con una fórmula infalible.
Y esta pequeña subtrama del perfume es otra de las licencias, respecto al texto original, que se toma Besson. Es el momento en el que juega con otras referencias, con otros subgéneros, además de sumar elementos nuevos y de probar otras variantes, como cuando introduce a las gárgolas vivientes o todo lo que hace con el personaje de Jonathan Harker (Ewens Abid) cuando llega al castillo de Drácula para que el conde venda unas tierras que tiene en Londres.
No apta para puristas del texto de Stoker, la Drácula de Besson se anima a divertirse y a jugar con los diálogos y con los personajes, con una propuesta diferente a casi todas las que se hicieron hasta ahora sobre el vampiro. Algo que, según se mire, puede ser un arma de doble filo, ya que puede verse como la incapacidad de Besson para hacer algo serio, o como la prueba de su talento para dinamitar una obra sagrada del género fantástico.
Para ver
Drácula (Dracula: A Love Tale, Reino Unido / Francia, 2025)
Terror
Calificación: buena.
Guion y dirección: Luc Besson, basado en el libro de Bram Stoker. Elenco: Caleb Landry Jones, Christoph Waltz, Zoë Bleu, Matilda De Angelis, Ewens Abid, Guillaume de Tonquédec, Bertrand-Xavier Corbi, Raphael Luce y Haymon Maria Buttinger. Fotografía: Colin Wandersman. Música: Danny Elfman. Duración: 129 minutos. Apta para mayores de 16 años. En cines.