Un incierto tiempo y locación sirven de convulsionado escenario rural en La cosecha, el primer filme en inglés de la reconocida directora griega Athina Rachel Tsangari (1966) que llega a Mubi.
Basada en la novela Harvest, de Jim Crace, y rodada en Escocia, la ficción se emplaza en una aldea feudal británica que afronta la llegada de migrantes extranjeros, así como de un terrateniente que amenaza con expropiar a sus habitantes y cambiarlo todo.
Los conflictos externos e internos (incendios, muertes de animales, redadas) asolan a la pequeña población, que incrimina injustamente a los foráneos para expurgar su crisis terminal. El granjero Walter Thirsk (Caleb Landry Jones) es testigo imparcial e inquieto de lo que ocurre, siendo que mantiene un lazo afable con su amo Kent (Harry Melling), así como frecuenta al vilipendiado cartógrafo Quill (Arinzé Kene), moviéndose a la vez entre casas, campos y lagos de un entorno engañosamente idílico. El filme de Tsangari se apoya con maestría en esas derivas, desplazando el foco visual y narrativo con el fin de sugerir más que de denotar, aunque el espejo de época sea evidente.
Surgida de la inconformista nueva ola griega que deparó talentos como el oscarizado Yorgos Lanthimos (Tsangari produjo Kinetta, Caninos y Alpes, los primeros y mejores filmes del director de Pobres criaturas), la realizadora viene labrando una notable estela autoral con trabajos como The Slow Business of Going (2000), Attenberg (2010, acaso su versión personal de la revulsiva Caninos) y Chevalier (2015).
La cosecha, su cuarto largometraje, emana no solo de la novela de Crace, sino también de la experiencia personal de haber visto la tierra rural de sus abuelos convertirse en autopista, y por eso a ellos les dedica el filme. ¿Cómo unió Tsangari todas estas piezas? ¿Qué le llamó la atención del relato de Crace?
“Me atrajo esa alucinatoria y bíblica semana que narra la novela durante la cual una comunidad desaparece completamente del mapa, cuestión que en la ficción ocurre en Inglaterra durante las actas de cercamiento y que yo desplacé a Escocia durante el desalojo de los gaélicos, pero que podría asimismo suceder en la Argentina o en mi país”, dice la directora en conversación por Zoom.
Y completa: “Hace diez años que quería concretar este proyecto desde que la tierra de mi familia desapareció a causa de la construcción de una carretera. Esa historia personal sucedió en 2013, y por eso la película no es del siglo XVI sino del 21, y todavía contando. Es una historia contemporánea. Estaba interesada en fusionar ese sueño febril con un anti-western, poniendo a un antihéroe, un cobarde, en su centro”.
“Walter no representa nada, simplemente es –agrega–. En algún punto, soy yo, sos vos, equivale a todos los que somos transeúntes en este final de los tiempos. Se siente el fin del mundo ahora mismo, y nosotros estamos aquí, viéndolo y consumiéndolo y disfrutándolo y rechazándolo. Es todo una locura, ¿no? La cosecha no tiene un comienzo, un desarrollo y un desenlace, sino que se despliega como la narración confusa de este muchacho que está siempre ausente. El libro era mucho más radical, me hubiera gustado haber hecho exactamente lo mismo que hizo Jim, en su texto Walter nunca se da cuenta de lo que está sucediendo. Todo pasa a través de su relato impreciso, donde Walter básicamente no sabe qué es verdad y qué es mentira y qué es fantasía. Es como esa expresión terrible que hoy usamos a diario, las fake news o esta distorsión de la realidad que implica el fin de la ideología. Es el comienzo del fin de la ideología, y de la posesión de la tierra y de nuestros cuerpos como zonas autónomas. Eso es lo que siento que Walter representa, él es mi alter ego de algún modo. Y también lo es Quill el cartográfo, en el sentido del artista que al registrar y nombrar las cosas las destruye. Quill acaba siendo cómplice del poder por ser un artista, y ese es el temor que a mí me acecha cada mañana al despertar”.

Una historia sencilla
–¿Cómo se conecta ese mundo feudal con el presente? ¿Cree que los hechos que exhibe el largometraje son atemporales, de algún modo?
–Sí, son atemporales. Es una historia que nunca se detiene. ¿Qué podemos decir de todo lo que ocurre? Lo estamos experimentando, y la película consiste en asistir a esos primeros pasos en una historia muy ingenua, un filme naíf. Es gente naíf en una porción de tierra virginal, en donde se empieza a percibir la xenofobia, el sexismo y el capitalismo con el arribo del joven neoliberal, pero a través de gestos sencillos. Es como una fábula.
–La cámara se detiene en el musgo, las abejas, los hongos, las flores. ¿Qué le atrae de ese mundo natural que rodea a los acontecimientos humanos?
–Todas esas criaturas son testigos de su propia destrucción, son el coro de esta tragicomedia griega. Para mí, juegan el mismo rol que los hombres que son castigados en la picota, que están influenciados por La vida de Brian de los Monthy Python y que dan una sensación de tragicomedia absurda. Yo no creo realmente en lo que llamamos drama puro, porque nuestras vidas no son así. Y la naturaleza es también lo que se está perdiendo, se está perdiendo en esa pequeña comunidad de fines del siglo XVI y a cada momento aquí mismo, de alguna manera ella constituye nuestro cuerpo físico y la estamos matando. Los insectos y los hongos y todas las flores que Walt cataloga adorablemente son herencias que estamos destruyendo. Pero no pretendo ser didáctica en torno a eso, espero no haberlo sido. Me limité solo a situarlo todo en ese escenario.
Para ver “La cosecha”
Reino Unido, Alemania, EE. UU., Francia, Grecia, 2024. Guion: Joslyn Barnes y Athina Rachel Tsangari. Dirección: Athina Rachel Tsangari. Con: Harry Melling, Caleb Landry Jones y Rosy McEwen. Duración: 134 minutos. Plataforma: Mubi.