Este miércoles, a las 21 y en el Teatro del Libertador San Martín, se entregarán los premios Sur, instituidos por la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas Argentinas en 2006.
La ceremonia tendrá transmisión de TNT y de HBO Max (con pre-show de alfombra roja a las 20) y le dará a Córdoba una centralidad inusual, por cuanto esta premiación en nuestro máximo coliseo es complementaria a una decisión política de convertir a esta plaza en un polo audiovisual.
Eso fue confirmado tanto por Raúl Sansica, presidente de la Agencia Córdoba Cultura, como por Andrea Frigerio, la conductora de la entrega que, en contacto con La Voz, asegura estar feliz de volver a Córdoba para pivotear este evento que distingue a lo mejor del cine argentino del último año.
“Córdoba me remite a mi infancia, cuando con mi familia íbamos de vacaciones a Río Ceballos… Por eso, cuando me propusieron conducir esta edición de los premios Sur, contesté que sí muy segura. Además, estaré en el escenario del Libertador San Martín. ¡Qué lindo es ese teatro, por favor! Fui muchísimas veces a Córdoba a hacer teatro, pero nunca pude hacerlo en esa sala. Así que todo será disfrutable”, dice.
“Soy miembro de la Academia y parte de su comisión directiva desde hace un poco más de un año. Y, bueno, mis compañeros me preguntaron si quería ser la anfitriona, la conductora de este evento importante para la gente del cine en general y para la Academia en particular. E importante para Córdoba, porque sé que hay ideas de promoverla como un polo cinematográfico”, refuerza a continuación.
“En fin, me propusieron algo que me gusta muchísimo y que mi rol de actriz no me impide hacer”, redondea en un diálogo en el que se le observa que afrontará esta tarea, la del ser host de los premios Sur, a exactos 10 años de haber debutado como actriz de cine, tras una vasta experiencia como modelo y otra más acotada como actriz de televisión, rol que tuvo su participación en la segunda temporada de Poné a Francella (2002) como punto de partida.
“Exactamente, en 2015 debuté como actriz de cine”, confirma.
“El ciudadano ilustre (2016) no fue la primera película que hice, porque ese mismo año, unos meses antes, aparecí en Pasaje de vida (2015), de Diego Corsini. Pero la que tomó como más relevancia fue El ciudadano ilustre, con la que además hemos recorrido el mundo. Por ejemplo, fuimos al Festival de Venecia, donde fue seleccionada y Oscar Martínez se ganó la Copa Volpi como mejor actor… Pasaron muchas cosas con esa película, se vio en todo el mundo y se celebró en todo el mundo”, revisa.
“Es verdad, estoy cumpliendo 10 años con el cine, que para mí no fue sorpresivo pero sí algo que pedía muchísimo y no me llegaba. Y cuando finalmente me llegó, sentí que era mi lugar, porque de ahí no me moví más”, enfatiza.
–A propósito de “El ciudadano ilustre”: a partir de esa experiencia, te convertiste en fetiche o talismán de la dupla Cohn-Duprat.
–Puede ser, pero eso también me pasa con otros directores, con los que hice una película y luego me volvieron a convocar. Me pasó con Benjamín Naishtat, con quien hice Rojo (2018) y Puan (2023)… Con Diego Corsini hice tres películas (además de Pasaje de vida, en su filmografía sólo suma Sólo el amor de 2017) y con Cohn-Duprat, dos: además de Ciudadano ilustre, con ellos hice Mi obra maestra (2018). Me encanta que pase eso porque me da una idea de camino ya transitado que les transmite seguridad y confianza a los que me convocan.
Una película al hombro
–Pero, más allá de este relevamiento, tengo la impresión de que el papel más desafiante lo tuviste en “Una jirafa en el balcón” (2024), donde interpretás a una exiliada. ¿Fue así?
–Absolutamente. Y fue mi primer protagónico completo. Porque tanto en Ciudadano ilustre como en Rojo y en las otras películas, mis personajes eran centrales pero coprotagónicos. En Ciudadano ilustre, el protagónico era Oscar Martínez; en Mi obra maestra, Guillermo (Francella) y Beto Brandoni; en Rojo, Darío Grandinetti, y en Puan, Marcelo Subiotto. En el caso de Una jirafa en el balcón, creé el personaje desde cero y me puse la película al hombro.
En su momento, ponerse la película al hombro fue diseccionar en entrevistas a Lidia Muñoz, su personaje en el filme de Diego Yaker, en el que trabajó junto con su hija Fini Bocchino.
“Lidia Muñoz es una jubilada que vive en Barcelona desde 1978. Lidia se vio forzada a exiliarse de Argentina después de que la dictadura militar que gobernaba el país en esos años intentó secuestrarla y hacerla desaparecer”, comienza esa sinopsis.
“Embarazada de su única hija, Valeria, logró huir con destino a España. Cuarenta años después, recibe por correo una citación del Ministerio de Justicia argentino para declarar en el juicio por el secuestro y desaparición de Oscar Medina, su novio de entonces y padre de Valeria”, suma.
“Me sorprendió mucho la transición de Lidia”, le dijo Andrea Frigerio a La Nación sobre este rol jugado.
“Empieza como una joven fuerte, vital y apasionada por sus ideales y termina completamente quebrada por su historia y sus decisiones. A veces uno no ve esa transformación en el momento, sino que se percibe de golpe, como un corte abrupto en la vida. Para mí, fue muy revelador interpretar esa etapa. Me hizo conectar con una parte de la historia argentina que no viví directamente, pero que sentí muy cerca”, añadió en ese intercambio.
–En la ceremonia de entrega de los premios Sur, reconocerán a Guillermo Francella por su trayectoria. Lo considerás tu mentor, ¿no?
–Absolutamente. Y lo sigue siendo. En La extorsión (2023), la última película que hice con él, por supuesto que el director nos marcó cosas a todos. Sin embargo, Guillermo me sumaba consejos para mi trabajo. Es generoso a la hora de compartir con los compañeros. No sólo conmigo, con todos. Guillermo suele situarse desde fuera de la producción para ver cosas que otros no pueden; consigue perspectiva y, desde esa posición, aconseja. Aparte de muy talentoso, es muy profesional en su manera de trabajar. Entonces, tomo lo que me plantea. Esa actitud la mantengo con otros compañeros o compañeras a los que admiro y respeto. Estudio lo que me plantean, no lo abrazo a rajatabla sin pasarlo por lo que me pasa a mí como profesional. Pero soy muy permeable, me gusta mucho que mis compañeros me digan lo que piensan de lo que estoy haciendo.
–Sobre el mundo del modelaje, siempre pesa la sospecha de que es sórdido y competitivo. Sin embargo, en entrevistas siempre celebrás tu paso por él y lo describís en las antípodas de este diagnóstico.
–Voy a ir un poquito más atrás. Yo estudiaba Biología en la Universidad de Buenos Aires, después lo tuve a mi hijo Tomy y entonces empecé a trabajar, un poco de casualidad, como modelo. Y cuando llegué a ese mundo, entre los ’80 y los ’90, pasó que fui recibida muy amorosamente por las que hoy, 2025, siguen siendo mis amigas. Eso me unió para siempre con ellas. Por otro lado, aprendí muchísimo trabajando como modelo. Yo era una chica que me gustaba la moda como a la mayoría de las chicas, leía Para Ti, estaba pendiente de la cuestión, pero nunca soñé con que iba a ser parte de su elite. Y lo fui. No reniego para nada, todo lo contrario, aprendí mucho de lo que significa el glamour, la elegancia, la distinción… Me dio muchísimas herramientas para mis personajes. Fue por esa experiencia por la que conseguí oportunidades, primero en televisión y luego en cine.
–¿Tenés preferencias con respecto a los nominados a los premios Sur?
–Obviamente, tengo el guion asimilado y sé lo que tengo que presentar, pero no quiero estar atravesada por nada. Como miembro de la comisión directiva de la Academia, estoy al tanto de todas las películas. Las vi a todas y he votado en su momento, por lo que tengo conocimiento sobre qué se premiará. Pero insisto, sólo quiero ser la conductora.
–¿Cómo te situás vos como espectadora de cine? ¿Qué películas te gustan ver? ¿Tenés alguna actriz o actor o director favorito?
–Bueno, yo soy muy cinéfila de toda la vida. Toda la vida me ha gustado ir al cine. Es una ceremonia mágica. Por supuesto, también sigo lo que se estrena en streaming, en las plataformas, que hacen que uno esté incluso más vinculado con todo lo que pasa en la industria cinematográfica. Tengo muchísimos actores y actrices, de afuera y de mi país, como ídolos absolutos. Cada vez que veo algo argentino que me gusta, a la actriz, al actor o al director los llamo para felicitarlos, porque, bueno, entiendo que hacer cine en Argentina es una epopeya absoluta. Y con los talentos que tenemos, te lleva a preguntarte “por favor, ¿por qué no hacemos más?”. Si te digo a quiénes admiro, tendríamos que hablar toda la tarde. Pero me gustan Cate Blanchett, Meryl Streep, Nicole Kidman, Anthony Hopkins… Y de acá: a Guillermo y a Luis Brandoni los quiero y los admiro; me encantan Juan Minujín, Leo Sbaraglia, Pilar Gamboa, Griselda Siciliani…
–Va la última: ¿en la Academia se habla de la situación sociopolítica que afecta a la producción cinematográfica nacional? ¿Es tema de discusión permanente o se mantiene al margen?
–Como los colores políticos son variopintos, no se habla de política. Yo particularmente no hablo de política públicamente. Es una decisión que tomé hace muchísimos años. Ayudo desde donde puedo, por mis contactos, por la gente que conozco, aportando soluciones a algunos problemas, pero sin vincularme con la política particularmente. De hecho, cuando me propusieron ser anfitriona de los premios, dejé muy claro que no haría ningún tipo de declaración política. Por supuesto, como toda persona, tengo una posición, sólo que no la hago pública.