La demencia avanza a un ritmo implacable y silencioso. En 2021, 57 millones de personas vivían con este síndrome en todo el mundo, de las cuales más del 60% se encontraban en países de ingresos bajos y medianos.
Cada año se registran casi 10 millones de nuevos diagnósticos, lo que la convierte en una de las enfermedades con mayor impacto social, económico y sanitario.
Pese a que la edad es el principal factor de riesgo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recuerda que la demencia no es una consecuencia inevitable del envejecimiento, sino el resultado de distintas enfermedades y lesiones que dañan el cerebro, afectando la memoria, el pensamiento y la capacidad de realizar actividades cotidianas.
La forma más común es la enfermedad de Alzheimer, que representa entre el 60% y el 70% de los casos. Le siguen la demencia vascular y las demencias frontotemporales.
Hoy es la séptima causa de defunción en el mundo y una de las principales responsables de discapacidad y dependencia en personas mayores.
Síntomas y evolución
La demencia suele manifestarse con cambios sutiles, a veces confundidos con el envejecimiento normal: olvidos frecuentes, extravío de objetos, desorientación en lugares conocidos o dificultades para resolver problemas sencillos.
Con el tiempo, los síntomas se intensifican y comprometen la vida diaria: incapacidad para seguir una conversación, pérdida de noción del tiempo, errores de juicio al conducir o caminar, y cambios de conducta como apatía, ansiedad o conductas inapropiadas.
En etapas avanzadas, los pacientes pueden dejar de reconocer a sus seres queridos, perder movilidad, control sobre esfínteres y experimentar alteraciones de la personalidad. Estos progresivos deterioros incrementan la necesidad de cuidados especializados y afectan profundamente a las familias.
Si bien no existe cura, sí hay margen para la prevención. Entre los factores que aumentan la probabilidad de desarrollar demencia están: hipertensión, diabetes, obesidad, tabaquismo, consumo excesivo de alcohol, inactividad física, depresión e incluso la contaminación ambiental. También el aislamiento social y un bajo nivel educativo elevan los riesgos.
La demencia de inicio temprano, que aparece antes de los 65 años, representa hasta un 9% de los casos, lo que refuerza la idea de que no se trata solo de un problema de la vejez. Estudios recientes muestran que un estilo de vida saludable —ejercicio regular, alimentación equilibrada, abandono del tabaco y el alcohol, control de la presión arterial y la glucosa— puede retrasar o disminuir el riesgo de deterioro cognitivo.

Tratamientos y cuidados
Aunque la ciencia aún no encontró una cura, existen tratamientos farmacológicos que ayudan a controlar los síntomas. Los inhibidores de la colinesterasa, como el donepezilo, o los antagonistas de receptores NMDA, como la memantina, mejoran la memoria y la cognición en ciertos tipos de demencia.
Asimismo, fármacos para la hipertensión y el colesterol reducen los riesgos de la demencia vascular, mientras que los antidepresivos pueden aliviar los cuadros emocionales asociados.
Más allá de los medicamentos, se recomienda un abordaje integral que incluya actividad física, interacción social, estimulación cognitiva y apoyo psicológico tanto para pacientes como para cuidadores.
Mantener rutinas, practicar aficiones y participar en la vida comunitaria son estrategias que sostienen la calidad de vida.
El rol de los cuidadores es central y, a menudo, invisible. En su mayoría mujeres, asumen la carga física y emocional de acompañar a quienes conviven con la enfermedad. Esto repercute en su salud mental, su desarrollo profesional y su estabilidad económica. Por eso, es imprescindible que existan redes de apoyo, formación, descansos periódicos y acompañamiento psicológico.
Derechos y desafíos
A nivel global, persiste la estigmatización hacia las personas con demencia. En muchos países, la falta de información deriva en diagnósticos tardíos o prácticas que vulneran los derechos humanos, como el uso excesivo de medios de inmovilización. Es urgente contar con marcos legales que garanticen la dignidad, la autonomía y la participación de quienes viven con la enfermedad.
En 2017, la Asamblea Mundial de la Salud aprobó el Plan de acción mundial sobre la respuesta de salud pública a la demencia 2017-2025.
Este programa establece siete áreas prioritarias: reconocimiento de la demencia como problema de salud pública, reducción de riesgos, diagnóstico y tratamiento oportunos, apoyo a cuidadores, sistemas de información, investigación e innovación, y creación de sociedades inclusivas.
Como parte de esta estrategia, la OMS creó el Observatorio Mundial de la Demencia, que recopila datos de 35 indicadores clave, y una plataforma de intercambio de buenas prácticas entre países. Ambos instrumentos buscan acelerar la adopción de políticas y generar cooperación internacional.
La demencia es un desafío sanitario, social y económico de dimensiones crecientes. Con el envejecimiento de la población mundial, los casos se multiplicarán en las próximas décadas, con un impacto desproporcionado en los países de ingresos bajos y medianos.
Invertir en prevención, diagnóstico temprano y apoyo a cuidadores no solo es un imperativo ético, sino también una decisión estratégica. El costo de la inacción será mucho mayor que el de implementar políticas efectivas hoy. La demencia, la epidemia silenciosa, ya está entre nosotros: la respuesta global determinará si el futuro será de acompañamiento y dignidad, o de abandono y sufrimiento.
Dato
El 21 de septiembre es el Día Mundial del Alzheimer, fecha establecida en 1994 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Federación Internacional de Alzheimer. El objetivo es generar conciencia y apoyo sobre esta enfermedad neurodegenerativa.