En cada punto que disputan, en cada volea, en cada smash, hay mucho más que una pelota cruzando la red. Hay una historia de amor por el deporte, de familia, de esfuerzo y de sueños compartidos. Son Andrés y Antonio Graupera, los mellizos de Totoral, dos chicos de 16 años que ya pisan, con paso firme, la elite del pádel mundial.
Todo comenzó en su pueblo, Villa del Totoral, Córdoba. Tenían apenas 3 años cuando empuñaron por primera vez una raqueta de tenis. “Los llevamos casi como un juego”, recuerda Juan Graupera, su papá, quien hoy sigue cada paso de sus hijos con una mezcla de orgullo, emoción y asombro. El camino los fue llevando naturalmente al pádel, de la mano de la misma profesora de tenis que los inició.
A los 9 años jugaron sus primeros torneos, mientras aún dividían su tiempo entre el pádel y el fútbol. Pero en 2020, la pandemia, que para muchos fue una pausa, para ellos fue un impulso. El pádel fue uno de los primeros deportes en habilitarse y, desde ese momento, los mellizos encontraron su lugar. Día tras día, peloteaban entre ellos, en las canchas que su padre había construido años atrás, anhelando que fueran el escenario de los primeros pasos hacia un sueño que hoy comienza a tomar forma. “Yo las hice pensando en que en algún momento les iban a servir”, dice Juan. Y vaya si sirvieron.
El primer salto
El talento empezó a brillar temprano, pero fue en 2022, con apenas 13 años, cuando dieron un salto clave. Viajaron a La Plata para entrenar con Sebastián Mocoroa, uno de los entrenadores más reconocidos del país. Allí no solo mejoraron su técnica y su físico, también encontraron algo más profundo: una convicción férrea por el trabajo, el esfuerzo y el entrenamiento diario. Cambiaron el aula tradicional por la escuela a distancia para poder seguir un régimen profesional, sin descuidar sus estudios.
Los resultados no tardaron en llegar: subcampeones nacionales sub 14, campeones Panamericanos en Brasil, y desde allí, una curva ascendente que parece no detenerse.
En 2023 debutaron en sub 16. Como ambos son zurdos, decidieron separarse como pareja deportiva, aunque nunca dejaron de ser un equipo fuera de la pista. Antonio ahora juega con Naim Diaz y Andrés lo hace con Mateo Álvarez. “Ser hermanos y compañeros no es sencillo, pero siempre fueron muy generosos entre ellos”, cuenta el padre.
Su ascenso continuó también en los circuitos profesionales: escalaron desde las categorías privadas hasta los primeros torneos de la Asociación de Jugadores Profesionales de Pádel (AJPP), mostrando un nivel sorprendente para su edad.
La decisión más pensada
A principios de 2024, la familia tomó una decisión valiente: los mellizos se mudaron a Corrientes para entrenar en la academia de José María Velozo, un semillero de talentos. Allí entrenan a diario con algunos de los mejores jugadores del país. “Desde que están allá, el crecimiento es exponencial”, explica Juan. “Su rutina es salir de la cancha y entrar al gimnasio. Les encanta. A veces el entrenador les tiene que pedir que paren”.
Hoy, a los 16 años, Antonio es el N° 1 de Argentina en la categoría sub 18 A. Andrés no se queda atrás. Recientemente, ambos fueron convocados a la selección argentina juvenil para disputar la Copa América. Ganaron a Paraguay de visitantes y alcanzaron las semifinales, que se jugarán próximamente.
Pero el gran hito llegó hace pocas semanas, cuando Antonio cumplió uno de esos sueños que parecen reservados para unos pocos: debutar en Premier Pádel, el circuito profesional más importante del mundo. Aunque perdió en su debut, plantó batalla ante los N° 1 de Paraguay, rozando el sueño de enfrentarse a uno de sus ídolos, el español Paquito Navarro. “Fue una experiencia hermosa. De esas que te marcan”, relata el padre.
Ambos firmaron contrato con Bullpadel, una de las marcas más prestigiosas del circuito, pero lo más valioso está en su forma de vivirlo: con alegría, sin renegar. “No lo sienten como una obligación. Saben que si un día ya no quieren, pueden dejarlo. Por ahora, su foco está puesto en entrenar y mejorar. Lo disfrutan”, dice Juan.
Aún adolescentes, tienen claro que el camino recién comienza. Son ejemplo de disciplina, pero también de pasión. De cómo los sueños se construyen día a día, con trabajo, con el acompañamiento de una familia, y con esa sonrisa que, según su papá, nunca pierden dentro de la cancha.
Porque, en definitiva, los mellizos de Totoral no solo persiguen un sueño. Ya lo están realizando.
