Son tiempos olímpicos y los tiempos olímpicos, antes que nada, movilizan un montón de sensaciones que revuelven el cuerpo con emociones que mezclan alegrías, tristezas, asombro, admiración, expectativa...
Son tiempos olímpicos que para quienes aman el deporte implican estar horas y horas pegados a las pantallas, a la tele, a las redes, con las antenas al máximo para intentar permanecer alerta a todo.
Son tiempos olímpicos que abren un abanico de actividades, realidades y deportistas, todo puesto en simultáneo sobre el mismo escenario en 20 días a pura adrenalina, algo impagable de poder acceder a las grandes figuras del deporte.
Y cuando hablamos de grandes figuras hay que referirse a cada deportista que tiene la posibilidad de acceder a un juego olímpico y representar a su país.
El sólo hecho de estar ahí ya es un triunfo inigualable para esa persona que eligió abrazar la carrera deportiva, por la cual se jugó con el apoyo de su familia, de su entrenador, de su club, de su provincia, de su país... Desde la más laureada hasta la menos comparten por estos días el sueño olímpico, de convivir en la villa, de ser parte de la máxima cita del deporte mundial, esa que pone a igual nivel súper profesionales con entusiastas amateurs.
Están dando el máximo de lo máximo, compiten, antes que nada, contra sí mismos y mismas, y ese instinto de superación es lo que les dio como premio estar, en este caso, en París 2024, un privilegio único. Ya ganaron. Porque eso significa estar en un juego olímpico, haber superado barreras, haber cumplido desafíos.
Luego, puede suceder que ese esfuerzo y esa puesta en escena a la hora de la verdad alcance para determinada posición que, como esto es deporte, lo más posible es que quede fuera de la foto en el podio final, al cual trepan sólo tres.
Y sí, habrá sabores amargos en esa exigencia máxima, como por ejemplo le pasó a la selección argentina masculina de rugby de siete, que llegó a París con la chapa de gran candidata y terminó séptima. Nadie puede dudar que esos muchachos hicieron todo y se prepararon como pocos, a tal punto que arribaron a los Juegos en la cima del ranking. El destino, con un rendimiento por debajo de la habitual y un cruce con Francia (luego oro) en cuartos, entre otras cosas, dejó a Los Pumas 7 lejos de sus pretensiones. Pero son tiempos olímpicos y los tiempos olímpicos también incluyen estas frustraciones.
Y, aunque se estima que desde lo organizativo todo roza la perfección, suceden escándalos inadmisibles como los acontecidos en el Argentina-Marruecos del miércoles pasado en el inicio del torneo de fútbol.
A administrar emociones
Mientras tanto, hay que disfrutar, adecuar pretensiones, controlar exigencias, acomodar expectativas, entender realidades y administrar emociones. Eso si el cuerpo lo permite, porque es casi imposible lograrlo ante imágenes como en la ceremonia inaugural las de la mezzosoprano Axelle Saint-Cire cantando La Marsellesa en el techo del Grand-Palais, la de Celine Dion haciendo vibrar el mundo o leyendas como Rafael Nadal, Nadia Comaneci, Carl Lewis y Serena Williams juntos en una lancha.
Y también las protagonizadas por leyendas como el mismo Nadal, disfrutando igual que un primerizo de sus participación olímpica. Como el cordobés Gastón Revol (hizo historia en el rugby siete) en su retiro. Como la del gladiador del handball Pablo Simonet pidiéndole matrimonio a la Leona de hockey Pilar Campoy a las orillas del Sena. O como la de Michaela Blyde, jugadora de rugby de Nueva Zelanda, quien cumplió en la villa el sueño de su vida conocer a Shelly-Ann-Fraser-Pryce, atleta jamaicana y una de las mejores velocistas de la historia.
A prepararse, porque hasta el domingo 11 estos regalos olímpicos se sucederán sin pausa. Porque son tiempos olímpicos, mágicos, imperdibles e irrepetibles y fantásticos tiempos olímpicos.
