Cuando uno busca el significado de la palabra “surreal” en la Real Academia Española aparece como resultado que es algo: “Irracional, ilógico, absurdo, demencial, delirante”.
Este término es el que Gabriela Quebedo, profesora de educación física y natación de 39 años nacidaen Córdoba capital, usó para describir lo que sintió al nadar en aguas gélidas de 2 grados centígrados en la Patagonia argentina en el “Winter Swimming World Cup 2025”.
La cordobesa logró la medalla de oro en los 200 metros crol en la categoría de 35-39 años, durante el mundial de invierno de esta categoría. Hubo otro cordobés “por adopción” Alexis Gregorat Krebs, de Alta Gracia
Este evento, que forma parte del campeonato mundial de aguas gélidas, se llevó a cabo en El Calafate, Argentina, entre el 6 y el 10 de agosto de 2025, en la impresionante vera del glaciar Perito Moreno, dentro del Parque Nacional Los Glaciares.

Una hazaña dorada en la Patagonia gélida
Para Quebedo, esta fue su primera participación en un evento de esta magnitud. Gabriela también da clases de natación con un método llamado “Agua Calma” para adultos con miedo al agua.
“Soy cordobesa de capital, trabajo como profesora de natación en el Colegio Alemán, también en el Instituto Educativo Alta Córdoba que es el colegio que está dentro del club IACC y en la Pileta del Club Matienzo”, se presenta Gabriela.
“Práctico nado en aguas abiertas en el Dique la Quebrada, en el Dique José de la Quintana y en el Piedras Moras, y para estas salidas frías voy con una amiga que me cuida siguiéndome en el kayak”, añade.
El desafío único del Glaciar Perito Moreno
Nadar junto al hielo es un desafío que requiere una preparación física y mental considerable, y no es para cualquiera.
Gabriela describió su llegada a El Calafate como algo “surreal”, con el paisaje cubierto de nieve, haciéndole dudar: “¿En serio me voy a meter al agua?”
Ver las paredes de témpanos es sublime, que alguno se desprenda aún más, al punto tal que cuando hubo viento miembros de la Prefectura intentaban arrastrar los bloques de hielo para evitar riesgos con los competidores.
La competencia internacional contó con la participación de casi 200 deportistas de 17 países. Las condiciones extremas llegaron al punto de que el mundial tuvo que ser suspendido y cancelado en dos días debido al viento que arrastraba témpanos de hielo desprendidos del glaciar, requiriendo incluso que la Prefectura tuviera que “atar los bloques de hielo y remolcarlos”.
“En cuestiones físicas, el frío te duele en esa temperatura de 2 grados. En los primeros 25 metros no pude meter la cara porque los espasmos respiratorios no me dejaban sumergirme, casi que no podía respirar”, dijo sobre la aclimatación.
“Toda la ida fui con la cabeza afuera y a la vuelta recién pude meter la cabeza y nadar bien pero a medida que iban pasando los días es como que te vas acomodando a ese frío”, agregó.
Al salir del agua -por suerte- sus recuperaciones fueron rápidas en un sauna puesto para tal fin.
“El frío tiene eso, como que te genera cierto dolor pero te hace conectar mucho con vos, con tus emociones, con lo que vos estás pensando, con lo que vos estás sintiendo”.
“Es muy hermoso porque te lleva hacia adentro tuyo a un nivel que no lo experimentas haciendo otra cosa y este frío produce unas descargas hormonales tan intensas que incluso se mantienen en el cuerpo durante horas”.
“Cuando estaba haciendo la vuelta de los 200, que es la prueba en la que gané mi medalla, me acordé que una señora me dijo ‘cuando estés volviendo tenés que ver el glaciar mientras nadás’. Entonces yo que respiraba para ese lado empecé a sacar la cabeza y mirar el glaciar y me dio una sensación de tanta felicidad que se ve en el video que yo termino los últimos 50 metros riéndome”.
Más allá de la competencia: Un vínculo inesperado
Lo que más impresionó a Gabriela de esta experiencia fue el espíritu de camaradería y hermandad que se generó entre los participantes.

A diferencia de los torneos tradicionales donde el rival es otro nadador, en las aguas gélidas de El Calafate, “el desafío era el agua”, lo que unió a todos los competidores en un mismo equipo.
“El rival era el agua. Automáticamente eso nos ponía a todos nosotros en el mismo equipo”, indicó a La Voz.
Desde el momento de la aclimatación espontánea, facilitada por un grupo de WhatsApp, se forjaron conexiones entre personas de diversas nacionalidades que, a pesar de las barreras idiomáticas, se entendían por la experiencia compartida.
“Por más de que la primera nadadora estaba muerta de frío esperaban a que llegaras para felicitarte y darte un abrazo porque habían completado el recorrido”, señaló sobre la camaradería en estas competencias extremas.
Nadadores de Finlandia, Colombia, Rusia, Canadá (incluyendo una canadiense olímpica de Montreal), México, Chile, Inglaterra, España y Brasil (como Ramón, quien “no solamente nunca había nadado en el agua fría, sino que él no conocía la nieve”), compartieron momentos de inmensa felicidad y apoyo mutuo.
Gabriela relató cómo, al finalizar cada serie, los nadadores esperaban a los demás para felicitarlos y abrazarlos, demostrando un profundo respeto “porque habían completado el recorrido”.
Los nadadores locales, conocidos como los “nadadores del Glaciar”, recibieron a todos con los brazos abiertos, y figuras como la “Espartana del hielo”, una mujer española, brindaban asistencia a los competidores al salir del agua, con la frase: “Es que entre nosotros tenemos que darnos calor”.
Historias que calientan el alma: inspiración en el hielo
No solo fue una competencia deportiva, sino un escenario de historias humanas increíblemente inspiradoras.
Las categorías de edad se extendían hasta los 74 años, y Gabriela se cruzó con numerosas mujeres mayores de 60 años con relatos de vida “increíbles y muy inspiradores”.
Entre ellas, destacó la historia de una mujer que había padecido poliomielitis de pequeña, con múltiples cirugías y “fierros” en su pierna que le dolían con el frío, pero que “estaba feliz de la vida nadando un montón de pruebas”.
“Las categorías iban hasta los 74 años, no podías creer la cantidad de mujeres grandes (más de 60 años) que participaron, con historias increíbles. Por ejemplo, me crucé con una mujer en el sauna (lugar donde nos recuperábamos) y la había visto caminando con bastón. Entonces le pregunté cómo se sentía y me dijo que bien, pero que le dolían ‘los fierros’, y me contó que había tenido Polio de pequeña y que le hicieron muchas cirugías en su pierna y que cuando los fierros se le congelaban en el agua le hacían doler, pero ella estaba feliz de la vida nadando un montón de pruebas”.
También mencionó a una nadadora no vidente que competía con la ayuda de una guía, quien le tocaba los pies para indicarle la dirección en el nado de aguas abiertas. “Fue emocionante”.
Otro testimonio conmovedor fue el de una mujer que había escapado de una relación tóxica. Tras encontrar el valor para separarse, invirtió todos sus ahorros en viajar a la competencia, a pesar de quedarse sin dinero para su dieta especial de celiaquía, afirmando con profunda emoción: “No tengo más plata para comprarme la comida que necesitaría comer, así que tengo la panza rota. Pero no podría estar más feliz porque pude venir, pude nadar y yo sí lo merezco”.
Gabriela entiende en su conclusión que: “Nadar cura”. Y ese mensaje, es el que recalca en la charla.
Para Gabriela, estas experiencias fueron el aspecto más valioso del torneo, uniendo a personas “sin importar de dónde veníamos” y generando una profunda “hermandad” y “felicidad”.