Si algo me deja esta experiencia inesperada de seguir a la categoría más importante del automovilismo a nivel mundial, entre tantas cosas que me han sorprendido, es la facilidad dentro del ambiente de generar “comidillas” y noticias que muchas veces carecen de veracidad. Y que pareciera que algunos se retroalimentan con ellas para trasmitir dudas e incertidumbre. Son algo así como usinas creando expectativas varias y falsas en mucho de esos casos. Por momentos a nivel conventillo.
Es más, tengo la convicción que hacen al negocio en sí y que los propios equipos no son ajenos a esta política de meter, crear y construir pánico y hasta cierto temor entre aquellos que son elegidos como víctimas de semejante delirio.
Delirio porque en muchos casos no trascienden ni se transforman en realidad, demasiadas fakenews que andan girando tan rápido como los autos en pista.
El periodismo de Fórmula 1 es competitivo y la rivalidad camina en boxes como lo hacen los ingenieros y mecánicos. Muchos trabajan para estar mejor dotados de primicias y portar la data justa.
Pero a la vez, son condescendientes porque, como en todas partes, si se exceden, los penan con restarle la posibilidad de acceder a la intimidad de los equipos y en líneas generales, ninguno está dispuesto a perder dicho privilegio.
No son los medios sino sus empleados o representantes quienes fundamentan (o no) entender que están bien relacionados con la información y sus fuentes.
Pero cuidado, los mánagers de las escuadras también forman parte del juego siniestro, que es desleal, tirano y muy doloroso para quienes tienen que padecerlos.
Las víctimas son normalmente los pilotos. Que “fulano” va por “mengano”, que aquel pagó tanto por sentarse en un coche, que éste si no mejora “lo cambian” y miles ejemplos más.
Es parte del diccionario y el lenguaje perverso que anda por el paddock o el pitline de cada Gran Premio.
Pocos miden lo que hablan, o callan lo que piensan y entre una tanda de entrenamientos y otra, derraman como agua de vertiente, versiones que todas van a parar al corralito (zona de entrevistas) y allí los pilotos encerrados en esa jaula peligrosa, apuestan con dignidad, si pueden, a medir sus palabras, o evadir con criterio cada cuestionario que haga poner en riesgo su situación, dado el caso, obvio.
Todo es tan precipitado que llega un momento que no sabés a quien creerle.
¿Max Verstappen va Mercedes? Horner hace dos años que está por hacerlo renunciar como manager en Red Bull y lleva 20 temporadas en el equipo. ¿Franco Colapinto se vuelve a Buenos Aires? ¿Valteri Bottas va a Alpine o se retira a pescar en los lagos finlandeses?
Es difícil lidiar con eso que no a todos les encanta y es tan traumático de manejar como cuando con el auto no salen los tiempos.
¿Esto es bueno o es malo? Creo que no suma ni edifica. En este proyecto de gestión, como en todos. La credibilidad es un elemento que hay que saber consolidar, pero algunos la rifan. No es un arma, más bien es el símbolo que representa la verdad y ésta última no todos la conocen y menos la veneran en F1.
¿Quien posee la franqueza y fidelidad en las respuestas? Esa es la gran pregunta.
Hay todo un esquema con el cual conviven y no hay nada más conflictivo que eso, convivir en un clima de desconfianza. Confrontan dentro y fuera de la pista.
Las relaciones humanas y la mala interpretación de ellas pueden promover debilidad en pilotos que con el casco puesto son muy buenos pero cuando se lo sacan aparece la falta de robustez. “Yo quería correr en F1, pero no estaba preparado para todo lo otro, incluido la prensa y el marketing”, dijo el Pilarense el viernes último.
Algunos juegan con la prensa toda y no se avergüenzan de subastar lo que analizan.
Ustedes, por ejemplo, se imaginan a Messi con la personalidad y la soltura de Colapinto. Claro, Franco no es manejando lo que el campeón mundial lo es jugando. Pero el rosarino no habla nada ni le interesa hacerlo. El joven piloto, en tanto, gana adeptos por imagen y gestión mediática. Aunque acuse que no le agrada.
Tal vez si condujera como Fangio no se expresaría con tanta predisposición.
La comunicación hoy lo es todo, pero en la categoría suprema se están excediendo porque se mofan de ella y es una receta errónea. No es sanadora, pero sí perversa, la falta de lealtad en el discurso.
Ya poco se cree, todo se duda y nada parece cierto. Entonces, sumando las redes y sus inmediatez (no dije idiotez) la gente se limita a entender que le pueden estar vendiendo frivolidad y eso cada vez se compra menos en el mundo de los deportes y más en el del espectáculo, pero no es éste el caso.