Se lo va a extrañar a Lionel Messi. Tanto como a aquellas plácidas madrugadas, en las que una naranja nos ponía frente al televisor para ver al gran Michael Jordan y a sus Chicago Bulls. No hacía falta conocer al detalle el reglamento del básquetbol. La habilidad y los gestos del líder alfombraban esas dos horas dedicadas al placer. Tanto, como para lograr que la pregunta se repitiera: ¿Cómo pudo hacer eso?
Lo que se producía con Jordan, tras un vacío de varios años, empezó a suceder con Messi. En su caso, las siestas o las noches se iluminaban cuando siendo más joven componían con Xavi y con Iniesta, en Barcelona, algunas de las más logradas sinfonías que pudo ofrecer el fútbol desde el Brasil campeón mundial en 1970 hasta estos días.
Aquel equipo mostró imágenes bellísimas, hechas por uno o hechas por varios, en una sucesión de conciertos que lo hizo inmortal desde hace un buen tiempo. Con ellos, el interrogante volvió a instalarse: ¿Cómo pueden jugar así?
Después de mucho andar y de renegar; de tantos festejos y desilusiones; de algún renunciamiento con el obvio regreso, Messi ya es campeón mundial y, tras llegar a la cúspide, se está dando el lujo de mirar con mansedumbre el frenético movimiento del orbe. Y a actuar en consecuencia. La lógica lo empujaba de regreso a Barcelona.
Su principal nido lo tiene y lo tendrá ahí, cuando deje de jugar. Sin embargo, él ha preferido la competencia sin tantos rigores; él ha preferido la distendida competencia, aunque llena de marketing y fastuosidad. Su espalda, ya vaciada de peso, lo yergue por sobre cualquier presión. Y por eso, para él, ya nada se discute.
En estos días el periodismo y la gente ha querido saber su derrotero y cuándo decidirá el final de su carrera. El ha respondido con un golazo de madrugada, con un pase que como contra Holanda en Qatar, desafía cualquier laberinto; con un remate de derecha que no alcanzó a “cucharear”, porque si no había que cerrar el estadio, y con una muestra de habilidad pura por la que tres australianos quedaron mirando a la tribuna.
No obstante, si algo puede darse por seguro es que pasa el tiempo y es cada vez mayor la simbiosis entre el rosarino y la camiseta nacional, al observársele gestos que hablan de su bienestar en un espacio que lo cobija con respeto. Sus compañeros lo quieren y admiran; su entrenador lo apoya. Y la gente, en Argentina y en todo el mundo, cada vez lo quiere más y hasta lo venera.
Messi jugará desde cuando quiera en el Inter Miami. El no ha puesto plazos ni objetivos. Participará en las eliminatorias con la selección nacional y, entre tanto, “irá viendo”. Mientras tanto, sigue haciendo cosas a 15 días de cumplir 36 años (los festeja el 24 de junio) que ningún otro jugador puede hacer.
Hoy Messi se siente libre. Su alma vuela muy por encima de contratos, compromisos y mucho menos exigencias. Tiene a su familia y a su Copa del Mundo. Son, respectivamente, el mayor valor para su espíritu y el mayor valor para su carrera deportiva. Desde ahora volará hasta que sus alas digan basta. Mientras tanto, lo seguiremos disfrutando.
