El fútbol suele regalar sorpresas, pero casi nunca produce milagros. Que un entrenador se vaya tres días antes del comienzo de un torneo ofrece a su reemplazante muy pocas garantías de un buen debut. Por eso no hubo sorpresa, ni mucho menos milagro, tras la salida no tan sorpresiva de Diego Cocca y la llegada de Carlos Tevez. Talleres, en su estreno con derrota ante San Lorenzo, ofreció una síntesis del estado de confusión deportiva que lo envuelve. Dejó ver una estructura con jugadores en puestos improvisados y consumó sus ya repetidas fallas en defensa, esas que desde hace mucho tiempo lo tienen en vilo desde el comienzo y hasta el final de cada partido, sin que, para ellas, aun con el paso de varios entrenadores, haya surgido algún tipo de solución.
Tevez expuso sus ganas de dirigir, llegó rápido a Córdoba, pero no cambio los males que en Talleres se están volviendo crónicos. Al respecto, el listado de deficiencias es extenso: en su defensa jugó de lateral derecho un habitual volante (Matías Gómez), reemplazante de Augusto Schott, el habitual ocupante de ese sector, quien jugó marcando en el otro costado; en su respuesta básica, que es la de defender su arco, cometió errores en todos los sectores, y más en los dos goles de su vencedor; repitió un esquema ya histórico de dos volantes centrales a los que no les alcanza con correr mucho, mientras que los tres volantes creativos (Rubén Botta, Emanuel Reynoso y Luis Sequeira; en particular los dos primeros) aparecieron en cuentagotas y en breves lapsos para equilibrar un juego en el que la visita se mostró mucho más despierto, decidido y ordenado.
Como contexto de esta situación difícil, jugadores que en su momento fueron importantes y que lo serían ahora en necesarios tiempos de cosecha ante la amenaza del descenso, como Juan Carlos Portillo, Matías Galarza Fonda y Gastón Benavídez, están comprendidos en posibles transferencias que no se sabe si provocarían el imprescindible ingreso de refuerzos para compensar sus partidas.
Todo esto le sucede a los albiazules en el comienzo del torneo, cuando la mayoría de los equipos ya tienen sus planteles debidamente conformados y con un objetivo determinante. Ayuda a que la situación no ingrese en territorios peligrosos el buen comportamiento del público, más allá de sus enojos y sus protestas por un comienzo repetido en incertidumbre y hasta en improvisación, aspectos que en los primeros años de la actual gestión ni siquiera se vislumbraban como una posibilidad.
Como lo impone de manera impiadosa este deporte, los resultados mandarán y determinarán si a cada uno le cabrá un nuevo espacio de idolatría en barrio Jardín o un destierro rápido y tumultuoso sin ningún tipo de reconocimiento.
Después de San Lorenzo, llegará Independiente, y 14 partidos más hasta terminar de competir en la fase de grupos. Lo que parece lejano, podría acelerarse y llegar sorpresivamente como un alud tapando todo lo bueno realizado hasta ahora. Lo peor que le puede pasar a Talleres como institución deportiva es relativizar su actual momento de extravío y minimizar la posibilidad de sufrir un descenso. Se sabe, al más pintado le ha sucedido. Y por eso se insiste: el fútbol casi nunca produce milagros, pero genera sorpresas (a veces, gratas; otras, muy desagradables) de manera mucho más cotidiana.