La mano viene cambiada y difícil de asumir. El prolongado mal momento de Talleres derrumba, semana tras semana, la esperanza de un cambio que se ansía y no llega. Y sus dos últimas presentaciones fueron cachetazos por demás desalentadores. Porque la caída en Perú ante Alianza Lima, en el último minuto y jugando con un hombre de más, vino a ratificar la bronca expresada el viernes último en el Kempes, cuando las voces de protesta fueron masivas tras la derrota 1-0 contra Vélez Sársfield.
Esa noche, el “que se vayan todos/ que no quede/ uno solo” tuvo, incluso, el lapidario poder de transformar a la reciente conquista de la Supercopa Internacional, obtenida hace poco más de 40 días, en un lejano recuerdo. Claro, es que desde ese genuino festejo, que para muchos amerita una segunda estrella en su escudo, lo que siguió fue un indigerible eslabón de resultados negativos: cinco empates consecutivos (incluido el porrazo ante Armenio por la Copa Argentina), tres derrotas por Copa Libertadores y la consignada caída ante Vélez. Para rescatar, apenas un empate ante River en Núñez (1-1) y un solitario éxito versus Gimnasia (2-0). Una cosecha muy magra.
¿Cómo calificar a este 2025 de Talleres? Es una tarea difícil y con la subjetividad típica de quien emite un juicio al ver un vaso por la mitad. ¿Medio lleno o medio vacío? Porque la alegría de su primer título en la máxima categoría de AFA convive con resultados espantosos en los demás compromisos. El balance numérico de lo que va del año refleja que el equipo dirigido por Alexander Medina, primero, y por Pablo Guiñazú, después, apenas logró dos victorias en 19 partidos, con una campaña que sólo tiene cuatro unidades más que Aldosivi y San Martín de San Juan, los últimos de la tabla.
La gestión que encabeza Andrés Fassi está atravesando, en lo numérico, su peor momento futbolístico en 10 años. Pero, a su vez, resulta imposible no reconocerle el posicionamiento deportivo e institucional conseguido en una década que, a pesar de esta tormenta, sólo puede considerarse como “ganada”. Porque también parecen cosa muy lejana, casi de la prehistoria, aquellos días de tránsito en el infierno del Federal A con el que inició el camino el actual proceso. Talleres es hoy uno de los clubes más poderosos de la liga argentina, afirmando, de paso, su despegue internacional. Puso la vara alta y, por eso, al hincha le resulta inadmisible este presente sin dudas penoso.
Talleres cuenta con uno de los planteles más caros del fútbol argentino y nadie discute la calidad de la mayoría de sus jugadores. Si bien su presupuesto está lejos de los números que manejan River o Boca, la inversión realizada es millonaria y, al menos hasta ahora, no tiene frutos acordes a ese desembolso.
En el deporte profesional, contar con el equipo más caro de todos nunca fue garantía de éxito. La tabla de billetes destinados al armado del cuadro y la tabla de puntos cosechados suelen tener cierta similitud, pero no siempre ocurre así. En Talleres lo saben bien.
El “Dream Team” de 1981
Después de haber peleado por el título en el Metro de 1980, Talleres armó para el año siguiente un plantel con el cual pretendía volver a estar en la lucha, en una situación análoga a la actual. Cuando terminó de confeccionar aquel equipo, no fueron pocos los hinchas que se entusiasmaron con la posibilidad de dar la vuelta olímpica en una temporada que, “plata dulce” mediante, generó el campeonato de mayor jerarquía exhibida en el fútbol argentino. Fue el año en que Boca contó con Diego Maradona, River con Mario Kempes y 18 de los 22 futbolistas ganadores del Mundial ’78 jugaban en el país. Salvo honrosas excepciones (Osvaldo Ardiles, Julio Villa y Ricardo Bertoni), Europa era el destino para quienes no encontraban lugar en nuestras canchas, plagadas de figuras.
Enmarcado en ese exigente contexto, Talleres contaba con cuatro campeones mundiales vigentes (Luis Galván, Daniel Valencia, Miguel Oviedo y Héctor Baley), otros habitués del seleccionado nacional (Humberto Bravo, José Reinaldi, Victorio Ocaño y Luis Ludueña), un integrante de la selección brasileña (Julio César da Silva), otro de Perú (Roberto Mosquera), dos campeones mundiales juveniles del ’79 (Abelardo Carabelli y Juan José Rossi) y un futuro campeón mundial del ’86 (José Luis Cuciuffo). El resto, con un poco menos de “cartel”, también era lujoso: Angel Bocanelli, Guillermo Aramayo, Rafael Pavón, Ángel Hoyos... Por entonces, el término no existía, pero bien puede decirse que ese Talleres era un auténtico “Dream Team” (equipo soñado) con un presupuesto varias veces millonario. Sin embargo, el sueño terminó en pesadilla.
Dirigidos por Vicente Cayetano Rodríguez y más tarde por Humberto Taborda, la “T” fue una lágrima. Fecha tras fecha, las pálidas se sucedieron sin solución de continuidad y, en lugar de luchar por el título, como se esperaba, se metió en una encarnizada pelea por el descenso, del que logró zafar en la última fecha merced a un polémico triunfo 2-1 sobre Instituto para condenar a San Lorenzo a jugar en la “B” por primera y única vez en su historia. Una decepción inmensa.
Está visto que en el fútbol no basta con ser “un gran equipo” con base en jugadores de buenas aptitudes y condiciones. También hay que parecerlo. Ese es el gran desafío de este Talleres modelo 2025 que, por ahora, tiene rumbo errático y un vaso a medio llenar.