Si algo distingue a Lionel Scaloni y a sus colaboradores directos Walter Samuel, Roberto Fabián Ayala y Pablo Aimar es la templanza, la mesura, el equilibrio, la calma, la ubicación que exhiben en sus comportamientos y en sus declaraciones.
El cuerpo técnico de la selección argentina, que llega al Mundial catarí con el respaldo que le da haber cumplido el ciclo completo de cuatro años (2018-2022), se caracterizó desde el primer minuto por tener los pies sobre la tierra. Esto sucedió incluso cuando su nombramiento recibió una catarata de críticas (lógicas, por cierto) porque se trataba de entrenadores que daban sus primeros pasos.
Pero tuvieron Scaloni y su grupo la sabiduría de concentrarse en la responsabilidad asumida para lograr una renovación indispensable para devolverle al equipo de todos la credibilidad, la mística, la alegría y el funcionamiento (como grupo y como equipo) que se había perdido durante la nefasta etapa de Jorge Sampaoli.
Y aun en la euforia, el entrenador se aferró a un discurso medido, cauto, en el que remarcó, desde el conocimiento por haberlo vivido de adentro, que un mundial es exigente al máximo y que todo puede pasar, más allá que se llegue con un presente tan alentador como el de Argentina.
El DT y el plantel le pusieron un corsé a ese exitismo traicionero del cual, por fortuna, la selección supo abstraerse. Y eso amplía sus chances.
