Hay dos productos “exportables” al mundo en la actualidad del fútbol argentino. Uno es, por lejos, la selección argentina campeona del mundo. El otro es el superclásico River-Boca/Boca-River, un enfrentamiento que es promesa de atracción y que trasciende las fronteras para instalarse desde siempre en el plano internacional.
El clásico entre los dos equipos más poderosos de nuestro fútbol, al margen de cómo llegue uno y otro, asegura adrenalina, espectáculo, intensidad, mucha tensión, emociones y, a veces (menos que más), buen fútbol y un partido digno de ser disfrutado desde el juego, además de lo que depara en el ritmo cardíaco. A todo eso, ayer se sumaron dos hechos que suman ingredientes, uno más habitual que otro en Argentina.
El primero, un nuevo arbitraje polémico, poco claro, a tono con el nivel de los árbitros (y el VAR) que soporta la realidad futbolística albiceleste. Todas las fechas hay jueces bajo la lupa y, en la mayoría de las oportunidades a quienes se quejan les asiste algo de razón, o por lo menos argumentos que avalan el malestar de su protagonistas. La situación, minimizada sin sentido por las autoridades arbitrales que debieran ocuparse de realizar lo necesario para que la justicia deportiva se aplique, merece una respuesta y un análisis urgentes para tener arbitrajes acordes a una liga que pretende ser de elite. Deben dirigir bien.
El otro, menos común pero igual de preocupante, fue el escándalo del final en el River-Boca de ayer, un bochorno indigno de jugadores profesionales, aunque estén con las pulsaciones a mil y haya habido provocaciones y respuestas desmedidas. Luego del penal que puso el 1-0 a favor de local llegó ese tumulto generalizado que dejó una imagen lamentable que nadie quiere ver en semejante espectáculo. El ejemplo fue deplorable y el “partido del año” (hasta ahora) terminó con una versión vergonzosa, lejos de lo pretendido. Porque está claro que la imagen que desde ayer da la vuelta al mundo es la de dos planteles, en este caso los -en teoría- más jerarquizados de Argentina, peleando más que jugando. Por eso, este clásico pasará a la historia por esa gran vergüenza.
