Antes del proceso liderado por Lionel Scaloni, en Argentina todo era Messi. No era la selección. “Juega Messi”. “Va por la copa Messi”. “No puede en las finales Messi”.
Todo pasaba por si Messi ganaba lo que todos suponían que estaba predestinado a ganar: un trofeo con Argentina. Y cuando Messi empezó a ganar se coló en el lenguaje nacional la palabra “Scaloneta”. Que tiene en su esencia el significado “de equipo”.
Establecido el aura de la Scaloneta, quedó en la prehistoria esa desesperación añeja de convocar jugadores para armarle un equipo a Messi. El desgaste estructural de armar todo para Messi se fue diluyendo. Y, de esa sabia decisión, la de armar un equipo con Messi y no para Messi, se forjó una dinámica grupal en la que se erigió el mejor Messi.

Hoy Argentina es Argentina. Con Messi. Y sin Messi. Y ese es “el” legado de Scaloni. No sólo el de los títulos y el de terminar con la malaria en partidos decisivos. El legado de Scaloni es un equipo. Tanto que si Messi llega al Mundial será un refuerzo. Y si Messi no llegara al Mundial, lo mismo habrá un plantel candidato a defender con prestigio el título ganado en Qatar 2022.
El drama que suponía el “último Messi” no es tal. No hay necesidad de retener a Messi para que rescate a Argentina. No hace falta ningún rescate. El “último Messi” transita sus días en un proceso tan sólido que asusta. Porque la selección parece un país aparte a la Argentina social, económica y política.
Algo, en este caso la selección, que funcione y tenga éxito durante tanto tiempo (desde 2021) estableció en el país una dinámica inédita para cualquier ámbito: no hay grietas, no hay reclamos desmedidos. Hasta las derrotas generan comprensiones inesperadas en audiencias siempre dispuestas al escarnio.
La Argentina equipo es mejor con Messi y, a la vez, está totalmente lista para vivir la vida sin Messi.