El fútbol argentino está lleno de historias de redención. De esos jugadores que alguna vez fueron promesas, que conocieron el olvido prematuro, el silencio de los bancos de suplentes o el ruido de un avión que los llevó demasiado temprano al exterior.
Mateo Bajamich es uno de esos casos. Cordobés, nacido en Morrison, criado futbolísticamente en Instituto, se convirtió esta semana en el protagonista de una de las noches más inolvidables de la Copa Argentina: su gol eliminó a Boca Juniors en los 16avos de final y lo devolvió al centro de la escena.

A sus 25 años, el delantero vive el mejor momento de su carrera. La camiseta de Atlético Tucumán parece haberle devuelto lo que tanto buscaba: continuidad, confianza y goles.
Pero el camino hasta esta consagración parcial estuvo lleno de curvas y baches. Después de un arranque prometedor en Instituto, fue vendido a Houston Dynamo de la Major League Soccer en 2020, en plena pandemia, cuando apenas tenía 21 años. Aquella transferencia representó un salto económico importante para el club y un desafío mayor para el jugador.
“Me fui solo, en medio de una pandemia. Nadie ve eso. Todos ven los números, si hacés goles o no. Pero hay muchas cosas atrás. Era muy chico… A los dos meses ya me quería volver. Fue duro”, reconoció Bajamich, todavía emocionado por su conquista frente al Xeneize.


En Estados Unidos, las cosas no salieron como esperaba. Jugó poco y nunca logró adaptarse del todo. Fue cedido a Huracán, en un intento por recuperar terreno en la Primera División argentina. Sin embargo, el Globo tampoco fue tierra fértil: no tuvo lugar y, como suele pasar con tantos jóvenes, su nombre se fue apagando en el radar del fútbol grande.
Lejos de rendirse, tomó una decisión valiente: bajar al ascenso. En Estudiantes de Río Cuarto, un club que conoce de cerca la realidad de los futbolistas del interior, Bajamich volvió a sentirse importante. Allí encontró un lugar para reinventarse como jugador. Jugó, metió goles, lideró y ganó minutos. “La temporada en Estudiantes me ayudó mucho. Me reencontré con el jugador que había sido en Instituto. Ahí empezó todo de nuevo”, contó.

El premio a ese esfuerzo fue su arribo a Atlético Tucumán en 2024, donde rápidamente se ganó la titularidad. En un equipo austero pero ordenado, el cordobés encontró un ecosistema ideal para desplegar su juego: velocidad, potencia y definición. Ya acumula goles importantes, pero el que anotó contra Boca (para eliminarlo del certamen federal) marcó un antes y un después.
Fue una jugada rápida, un movimiento quirúrgico dentro del área y un remate certero. Ese gol no solo puso a Atlético en los octavos de final, sino que dejó fuera de carrera a uno de los gigantes del fútbol nacional y lo convirtió en tendencia en redes sociales. “Siento que me gané el lugar a fuerza de goles. El delantero vive de eso. Hoy me siento en un buen momento”, declaró.
Más allá de su presente, Bajamich no olvida sus raíces. “El Instituto en el que yo jugué no es el de hoy, que está hermoso. Está avanzando todo. Cuando está bien todo de arriba se refleja en resultados. En algún momento me encantaría jugar de nuevo en la Gloria. Me dieron casa de chiquito. Eso no se olvida”. Su sentido de pertenencia con el club cordobés es tan fuerte como su deseo de seguir creciendo.
En lo personal, el atacante también tiene aspiraciones fuera del país. Tiene ciudadanía croata por su ascendencia familiar, lo que abre una ventana a Europa y, quizás, hasta a una posible citación internacional. “La citación para esa selección no avanzó, pero sería hermoso. A fin de año veremos para lo que estoy”, expresó con ilusión.

Con 25 años, Bajamich todavía tiene mucho camino por recorrer. Su historia es una muestra clara de que el talento necesita tiempo, confianza y maduración.
De promesa precoz a exiliado silencioso, de olvidado en el banco a verdugo de Boca, su recorrido no fue lineal ni fácil. Pero hoy, con el aplauso de la gente, el respeto del vestuario y la atención de los medios, Mateo vive su resurrección deportiva.
El fútbol, como la vida, siempre da revancha. Y Bajamich acaba de encontrar una de las más dulces, con una sonrisa cordobesa y una mochila que empieza a pesar un poco menos.
Su noche más feliz ya quedó escrita. Ahora, sueña con que no sea la última.