En Alta Córdoba hay noches que se guardan para siempre. No por los goles, ni por los títulos, sino por esas pequeñas señales que, con el tiempo, uno entiende que fueron el inicio de algo grande. El 12 de agosto de 2011 fue una de esas noches.
Instituto estrenaba temporada en la B Nacional, en el torneo más mediático que la categoría haya visto, con River como atracción principal. El rival era Huracán y el equipo de Darío Franco se presentaba con una apuesta audaz: tres pibes en el ataque. Nicolás López Macri, Pablo Burzio… y un flaco de 17 años, nacido en Laguna Larga, del que se sabía poco y nada: Paulo Dybala.
En los días previos el entrañable periodista Marcos Russo juntó a los tres delanteros para una foto de tapa en La Voz, como presintiendo que algo estaba por pasar. Dybala sonreía tímido, pero seguro. “Estoy un poco ansioso, pero no pasa nada, es sólo un partido de fútbol”, dijo, sin imaginar que esa frase quedaría en la memoria.

Tras el debut, este diario describió así la victoria 2-0 de la Gloria: “¡Qué manera de empezar el torneo, Instituto! Ganó, gustó y, si no goleó, fue porque se atragantó muchísimos gritos…”.
Claudio Fileppi y Facundo Erpen hicieron los goles, pero los ojos se posaron en ese chico con la “9”, que encaraba sin pedir permiso, que se animaba a buscar el arco y que, cada vez que se juntaba con Burzio y López Macri, hacía que la gente se levantara de los escalones.

El “pibe” debutante tendría que esperar una semana para gritar su primer gol como profesional: fue en Mar del Plata, ante Aldosivi. Después vendría una campaña inolvidable, que no alcanzó para ascender pero que dejó huella con sus 17 tantos. Y más tarde, la partida a Palermo, la consagración en Juventus, el presente en Roma y la gloria máxima con la Selección Argentina, campeón del mundo en Qatar.
Años después, Dybala recordaría aquel 12 de agosto con emoción: “Es una fecha que no voy a olvidar nunca. Poder cumplir el sueño de mi vida con todos ustedes en la tribuna fue increíble. Siempre lo recuerdo con orgullo. Es un placer para mí representar el escudo de Instituto por el mundo y llevarlo a lo más alto”.

Lo que para muchos fue “sólo un partido” terminó siendo el comienzo de una historia que todavía se sigue escribiendo. Porque esa noche, sin saberlo, los 15 mil gloriosos en Alta Córdoba asistieron al debut de un campeón del mundo.
