La historia de Instituto siempre estuvo abrazada a los grandes goleadores. A esos hombres que vivían en el área, que olían el gol antes que todos y que sostenían al equipo cuando el aire parecía acabarse.
El repaso es inevitable: Oscar Dertycia, máximo goleador histórico del club en AFA; Mario Kempes, símbolo de un país entero; Hugo “Tula” Curioni, el crack que llevó sus goles a Boca; Diego Klimowicz, referencia en Alemania y en España; Daniel “Miliki” Jiménez, el ídolo que se hizo tribuna; y Paulo Dybala, la “Joya” que conquistó el mundo.

Más acá en el tiempo, los hinchas todavía tienen frescas las imágenes de Pablo Vegetti y de Adrián “Maravilla” Martínez. Dos que pasaron por Alta Córdoba con la misma naturalidad con la que dejaron una montaña de goles. Centro y cabezazo, gambeta y definición: la red siempre se inflaba.

Hoy, el presente duele porque la comparación es inevitable. Son 20 partidos sin gritos de un “9” en el club. En las cinco fechas del Clausura, cero. En todo el Apertura, casi nada.
El último gol de un delantero en la Liga fue de Facundo Suárez, de penal, allá por el 25 de enero, frente a Gimnasia de La Plata en la primera fecha.
Y si uno busca un tanto de jugada, hay que retroceder hasta el 14 de diciembre del año pasado, cuando el mismo Suárez marcó ante Godoy Cruz. Pasaron más de siete meses. Una eternidad.
La lesión del “Diablito” desacomodó todo. Llegó Nicolás Cordero como bombero improvisado. Lo tiraron a la cancha con apenas un par de prácticas, pero no alcanzó.
También tuvieron minutos Luca Klimowicz, que sólo gritó en Copa Argentina ante Deportivo Madryn, y Jonathan Dellarossa, quien terminó a préstamo en Atlanta.
Silvio Romero, otro que se puso la “9″ este año, no convirtió en 2025 y ya ni siquiera tiene club.
La dirigencia buscó refuerzos en el último mercado, pero la solución no aparece. El uruguayo Matías Fonseca llegó como una apuesta, con algunos destellos en sus primeros partidos, pero todavía sin gol en la Liga.

Y si bien ningún jugador garantiza nada solo con su nombre, los hinchas esperaban por un “9” de más jerarquía para este segundo semestre.
Por otra parte, el juvenil Matías Klimowicz espera su chance, aunque la camiseta parece demasiado pesada para lanzarlo a la batalla en este momento complicado.
La sequía es tan marcada que empieza a rozar lo simbólico. Instituto, un club que forjó su identidad con delanteros de área, hoy extraña como nunca a esos hombres que hacían temblar las tribunas. El contraste con la memoria es cruel: donde antes estaban los gritos de Dertycia, “Miliki” o Klimowicz, hoy hay un silencio incómodo.
Alta Córdoba pide goles. Los necesita para salir de la modorra, para recuperar la fe, para volver a creer que cada centro puede terminar en abrazo. Porque la Gloria siempre tuvo un “9” de verdad. Y si algo aprendió este club a lo largo del tiempo es que sin ellos el camino se hace demasiado largo.
Hoy, Instituto mira al cielo y espera un milagro. El hincha sueña con que alguno se rebele contra la estadística y rompa la racha este sábado, desde las 14.30, ante San Lorenzo.
Porque la historia enseña que en Alta Córdoba siempre hubo un “9” que rompió la sequía y encendió la tribuna. El desafío es encontrar quién será el próximo en devolverle al barrio ese grito que tanto se extraña.