“Nos tenemos que acostumbrar a esto, este equipo está para estas cosas. Ya no es algo histórico, es la cuarta vez que les ganamos. Tiene que ser más común, tenemos que hablarlo así“.
El tucumano Mateo Carreras, una de las tantas figuras que tuvieron Los Pumas en el gran triunfo del sábado sobre Nueva Zelanda, hablaba de la necesidad de naturalizar estos logros, de alejarlos cada vez más del rótulo de “históricos”.
Ese objetivo, el de conseguir que estas actuaciones (y sus eventuales resultados) ante las potencias sean más habituales es uno de los mensajes que, desde antes de asumir como head coach argentino Felipe Contepomi buscó instalar en la mente y en las convicciones de sus jugadores.
Sin duda el desafío es gigantesco porque además de competir contra selecciones donde el rugby es fuerte por sus raíces, su estereotipo físico, su contacto con este deporte, su facilidad para rozarse con pares por ubicación geográfica y su poderío económico, Argentina debe contrarrestar su propia idiosincrasia, cuestiones culturales que le dificultan mantener la concentración durante mucho tiempo en un mismo partido o de repetir actuaciones de un test a otro.
Cuando consiguen eso, Los Pumas son capaces de generar y regalar (y regalarse) satisfacciones como las vividas el sábado frente a los neozelandeses. Porque si algo tienen estos Pumas (que son los mismos que una semana atrás habían dejado tantos interrogantes abiertos en Córdoba frente al mismo rival) es ser fieles a la historia y su capacidad para romper barreras, para nunca darlos por vencidos, para plantarse firmes y para levantar cabeza en las más difíciles.
Argentina tiene jugadores (la mayoría se mide todas las semanas en sus clubes con colegas de la elite mundial), base, corazón y recursos para pararse de igual a igual contra cualquiera. Lo demuestra y confirma cada vez con más asiduidad. Cuando logra quebrar esa tendencia ciclotimia, hilvana desempeños colectivos e individuales y logra sostener durante mucho tiempo tanta intensidad, las alegrías son mayúsculas, como en esta ocasión contra los míticos All Blacks (son mucho más que una selección de rugby). Ese debe ser su reto para lograr el éxito, al margen de ganar o perder.
Con esa receta de primer nivel, Argentina pudo vencer a Nueva Zelanda por primera vez como local. Antes, había estado a nada el 2 de noviembre de 1985, cuando con un 21-21 (todos puntos de Hugo Porta) en el estadio de Ferro se le escapó el try del triunfo en la última jugada. Y también perdió en el minuto final (41 del segundo tiempo), el 1° de diciembre de 2001 en River. Con un 20-17 en tiempo cumplido, el apertura Felipe Contepomi (sí el actual entrenador albiceleste) dejó una pelota adentro, los de negro se vinieron y el octavo Scott Robertson (sí, el hoy entrenador de los All Blacks) definió con un try en la bandera para el 24-20.
Ahora la historia fue toda para Argentina, que en la medida que se codee cada vez más seguido con la gran versión del sábado estará más cerca de que estos triunfos dejen de ser “históricos” y se transformen en “más comunes”, como sostuvo Mateo Carreras y como desean todos.