Luis Adolfo Galván se fue siendo un “hombre Talleres”, selección y del futbol. A la noticia de que estaba internado por su enfermedad renal, le sucedía otra.
“Mire García. Usted sabe cómo es Galván. Se fue de la clínica al bar de Bravo. Ahí lo va encontrar, viendo fútbol con sus amigos”, decía Cristina, la mujer de uno de los mejores defensores de la historia del fútbol.
“El Maestro” ya sabía que estaba complicado, pero irse a ver fútbol a lo de su amigo Humberto Rafael Bravo era como una medicina. A metros de la Boutique de barrio Jardín, el bar del goleador histórico albiazul era el reducto donde veía los partidos de Talleres, hablaban del club y de la selección. “El Tigre” y otros amigos como “Angelito” Bocanelli, compañero en varios Talleres de oro, también se sumaban a las charlas.
Ahí también recibía el reconocimiento de los hinchas. Grandes y chicos. Siempre dispuestos a escuchar al “Maestro”. “¿Qué pasa con Talleres?”, era la pregunta más repetida.
“En estos últimos años, estuvimos más juntos que nunca. Era como si aún estuviéramos jugando en Talleres. Estábamos mañana y tarde. Se había hecho más familiero. Entonces, venía al bar después de estar en Talleres. Merendaba en el bar, a veces, se quedaba a cenar. Participaba de los cumpleaños de mi familia, de mis hijos. Era de la familia. Lo acompañamos hasta último momento. Sufrí como Luisito. Ojalá tenga un lindo viaje. Luchó hasta último momento”, recordó Bravo, con profundo dolor.
“Fue una excelente persona. Era como un hermano. Al último ya era como dueño del bar., ja. Siempre vestido de Talleres ayudando a mi hija. Cuando yo me enfermé estuvo pendiente de manera permanente. Yo estuve internado y era quien me quería llevar al bar. ‘Humberto, ¿vamos a tomar un café, que juega Talleres’?, me decía, ja”, agregó.
“Nos acostumbramos a él. Con Bocanelli, que también. Va a ser difícil. Maestro para muchos cuando jugaba. Para nosotros, lo era como amigo. Como dice la canción. Ojalá sea un gran viaje”, cerró Bravo.