Cancha de Colón, todavía con tablones en las tribunas y fresco aún el mito que lo designó como “Cementerio de Elefantes”, donde los más grandes equipos se marchaban derrotados. Era un domingo 29 de septiembre de 1974, día previo a la celebración del San Jerónimo.
La cita no tenía demasiados atractivos: el local, penúltimo en la tabla, enfrentaba a Gimnasia La Plata, que tampoco llegaba con gran presente a la 11ª fecha de la Zona B de un Nacional que tenía por sensación al Talleres de Labruna.
Difícil es encontrar este cotejo en una referencia histórica, pero para quien esto escribe marcó una bisagra en su vida. Esa tarde, con nueve años, asistí por primera vez a una cancha de fútbol para quedar atrapado por este deporte y una figura consular de aquellos años: Hugo Orlando Gatti, por entonces arquero del “Lobo”, quien a los 80 años se fue de este plano y acaba de ratificar su inmortalidad.
En mi memoria infantil quedó grabada una salida del “Loco” arqueándose en el aire para embolsar un centro y atrapar la pelota con sus brazos echados hacia atrás y aprisionándola contra su espalda.
La revista El Gráfico calificó la actuación de Gatti con un “10”, mientras que Goles también lo eligió como figura. Pero fue un medio local, el Nuevo Diario Color de Santa Fe el más contundente: “El asombroso Gatti fue el eje central del espectáculo. Con sus salidas, con sus tapadas, con su cabrolas y hasta con las aparatosidades que en otros pueden ser criticables, pero que en él son parte del ‘espectacular’ que brinda siempre y que el público, por supuesto, también espera”.
Otros tiempos, claro está. No hacía falta ser hincha de Gimnasia, tener los cabellos largos o las medias bajas para idolatrar al “Loco”. Todos los chicos que iban al arco en el “fulbito” sentían y querían ser Gatti.
La figura de Amadeo Carrizo ya había pasado al archivo y la explosividad de Ubaldo Fillol recién estaba por estallar. Gatti era garantía de atracción, emoción y show. Por eso, Ginebra Bols lo eligió como actor central de un corto publicitario en que convertía un gol de arco a arco tras tomar un trago.
De la mano de Osvaldo Zubeldía, apareció en el arco de Atlanta el 5 de agosto de 1962, en un partido en el cual los Bohemios perdieron 2-0 contra Gimnasia. Alfredo “el Tanque” Rojas fue su primer verdugo al vencerlo de cabeza a los 39 minutos.
A pesar del contraste, enseguida comenzó a cosechar elogios, lo que derivó en su contratación para River, en febrero de 1964. Ese mismo año, el 27 de marzo, se presentó por primera vez en Córdoba, para enfrentar a Belgrano en un cotejo amistoso disputado en Alberdi, definido a favor del Millonario por 4-1, con doblete de Ermindo Onega y Luis Artime, descontando Salvador Sánchez para el local.
Al margen de sus condiciones, Gatti era distinto a todos. Excéntrico para vestirse, desafió la moda de la época en que los arqueros lucían invariablemente de amarillo. Impuso buzos de distintas tonalidades y motivos, agregando además la vincha para recoger el cabello largo (apenas unos centímetros de más según el estándar de la época), lo que le valió un nuevo mote: “el arquero Beattle”, por asociación con los integrantes del trasgresor grupo musical inglés.

En River compitió con Carrizo, otro “monstruo sagrado” que no le permitió lucirse en plenitud, aunque alcanzó a disputar 77 partidos entre 1964 y 1968. En 1966, en tanto, le llegó la oportunidad de la selección argentina, convocado por Juan Carlos Lorenzo para el Mundial de Inglaterra, donde viajó como tercer arquero detrás de Antonio Roma y Rolando Irusta.
En 1969 pasó a Gimnasia y allí terminó de despegar definitivamente. Tuvo grandes actuaciones, destacándose nítidamente sobre la medianía de su equipo. Gimnasia era noticia por él. Con el Lobo disputó 224 partidos oficiales durante seis temporadas.
Lorenzo se cruzó otra vez en su camino y en 1975 lo llevó a Unión, un equipo que fue animador del Metro que finalmente ganó River con el acoso constante del Tatengue, sustentado en buena parte por su figura.
En 1976, Lorenzo y Gatti pasaron a Boca e impulsado por la vidriera del club Xeneize, Gatti gozó de sus mejores años. Múltiple campeón con Boca, nuevamente fue citado a la selección, esta vez por César Menotti, quien le asignó la titularidad del equipo y parecía perfilarse como número puesto para el Mundial ’78. Una inoportuna lesión derivó en su alejamiento y posterior renuncia al equipo, en un episodio que dejó más de una versión sobre sus causales.

Figura clave para el primer éxito internacional de Boca (la Libertadores de 1977) cuando le detuvo a Wanderley, del Cruzeiro, el decisivo penal de la definición desde los 12 pasos, Gatti fue inamovible del arco de Boca hasta 1988, cuando ya con 44 años y algunas flojas actuaciones, debió ceder su lugar ante el empuje de Carlos Navarro Montoya.
Su última imagen con los pantalones cortos no fue la soñada: en partido ante el modesto Deportivo Armenio, por la primera fecha del Torneo de Primera 1988/89, un error suyo derivó en derrota 1-0 en la Bombonera. El técnico José Omar Pastoriza, que recién asumía en sus funciones, lo desafectó del platel y le bajó el telón a una campaña de 26 años ininterrumpidos.
Admirador confeso del boxeador Muhammad Alí, de perfil tan alto como él, tenía ante los micrófonos sus frases célebres. “En el puesto más bobo, yo soy el más vivo”, era una de sus preferidas, además de autopostularse permanentemente y hasta sus últimos días como el mejor arquero de todos los tiempos, lo que le costó un choque de egos con Ubaldo Fillol, con quien tuvo una disputa pública.
En los últimos años se había destacado como columnista en el programa El Chiringuito, de la TV española, donde se convirtió en todo un personaje por sus opiniones desestructuradas. En junio del año pasado soportó el golpe más fuerte de su vida cuando perdió a Nacha Godar, la esposa de toda la vida, quien lo acompañó durante más de medio siglo.
Gatti fue sinónimo de arquero. Nunca pasó inadvertido en una carrera tan plagada de éxitos como de anécdotas. Un personaje de película, polémico, único. Una figura difícil de olvidar.