Cuando Julián Álvarez no era Julián sino “Juliancito”, la pelota era solamente suya. Cuando jugaba en cancha chica los partidos de fútbol infantil, no había otros jugadores en cancha. O eso parecía.
La pelota siempre estaba en sus pies. Y desde ahí, al fondo de la red. Pasaba a los rivales como si hubiera venido desde el futuro, sabiendo lo que iba suceder un momento antes que el resto de los niños.
Por eso alguien muy ocurrente le puso “Arañita”, porque parecía que tenía más de dos piernas para no soltar jamás la pelota.
Todo esto sucedió en Calchín, un pequeño pueblo de más de 3 mil habitantes en el interior cordobés. Allí se empezó a gestar la historia de un niño predestinado a grandes cosas. A sueños imposibles, gigantes.
“Juliancito” se fue transformando lentamente en Julián. Y el “Arañita” en “Araña”. Todo esto sucedió tan rápido que quizá ni el propio Julián pueda entender hoy, a sus 22 años, que está alzando una Copa del Mundo. Que ese trofeo tan único esté entre sus manos.
Todo esto que vivió la selección argentina de fútbol en Qatar 2022 parece extraído de alguna película de ciencia ficción. Algo así como “Spiderman”, con ese chico con la “9″ de Argentina en la espalda como uno de los grandes protagonistas.
Y eso que Álvarez no estaba para ocupar ese papel protagónico en la previa. Era eso: un pibe de enorme talento que iba a la Copa del Mundo a tratar de sumar su granito de arena. A ayudar en los minutos que le tocara con su velocidad, con picardía, para darle una mano a los “Dibu” Martínez, a los Otamendi, a los De Paul, a los Messi.
Pero es tan impresionante la carrera de Julián Álvarez que se terminó subiendo al podio de las figuras de este Mundial. Rompiendo récords de goles y presencias a su edad, haciendo una corrida al estilo Mario Kempes para dejar tirados a todos los croatas o juntándose con el propio Messi a tirar paredes como si estuvieran en el campito.
Velocidad supersónica
Todo lo que ha sucedido en la carrera y en la vida de Álvarez va a otra velocidad.
De aquellos comienzos en Club Atlético Calchín donde rápidamente llamó la atención por su facilidad para hacer goles de todas las formas y colores.
Los miles de clubes que fueron a golpear la puerta de su casa para hablar con sus padres. Todos lo querían. Boca, River y hasta el mismísimo Real Madrid de España, donde viajó con solo 11 años a hacer una prueba.
¡11 años! Pónganse en el lugar de ese niño que se calzaba la camiseta de uno de los clubes más grandes del mundo. Y lo hacía con la misma soltura de siempre. Sin ataduras ni presiones.
Así creció Julián, a su tiempo. Esperando el momento justo para dejar su querido Calchín y eligiendo muy bien el destino, la que sería su nueva casa: River.
Su crecimiento siguió siendo exponencial y veloz en la cantera del Millonario, hasta que Marcelo Gallardo lo puso bajo su ala.
Se puso la “9″ de River como si no pesara, como si nadie la hubiera usado antes, demostrando que era la nueva “joya” del fútbol argentino.
Obviamente, Manchester City no demoró en poner una montaña de euros para tenerlo y disfrutarlo, mientras Álvarez seguía tomándose todo con su especial forma de ser: tímido, callado, centrado, humilde.
Todo eso afuera de la cancha, porque adentro te liquida. Agarra la pelota y cuando te queres dar cuenta, está adentro del arco.
Ese niño que salió de un pueblito de 3 mil habitantes se puso la “9″ de la Selección en su primer Mundial y brilló, realmente voló a lo más alto.
Y se ganó el cariño del pueblo argentino por todo eso. Porque ven un chico del interior, trabajador, soñador, centrado y de gran corazón.
En Calchín siempre lo supieron. Julián Álvarez era el nuevo jugador del pueblo. Ahora lo descubrió el mundo entero.
