El chico se colocó su gorrito de Belgrano, llegó a la Plaza San Martín y esperó pacientemente el ómnibus naranjita de transporte escolar que los fines de semana se convertía en “expreso” para hinchas. En el parabrisas del vehículo, un cartel de acrílico anunciaba un destino sin escalas: “ESTADIO”.
Cuando vio venir el coche, colmado de barras de Talleres que marchaban entusiasmados hacia el Chateau para ver a su equipo contra River, por el Metro ’81, no titubeó un instante en subir. Se ubicó parado, en medio de bombos y redoblantes y enseguida, uno de los pasajeros, embanderado de pies a cabeza con los colores albiazules, se le acercó. Le puso una mano en el hombro, lo miró fijamente y le preguntó: “¿a quién vas a alentar hoy?”. El joven no dudó, y con absoluta franqueza le respondió con otro interrogante: “¿No te das cuenta que soy cordobés? ¡A Talleres!”. Se dieron un abrazo y a otra cosa mariposa.
La historia es verídica y ocurría con frecuencia cuatro décadas atrás. Para muchos, la rivalidad entre Belgrano y Talleres acababa en cada clásico. Después, cuando la ocasión lo requería, se alentaban mutuamente en cualquier enfrentamiento contra los equipos porteños o de otras provincias.
En los viejos nacionales de Primera (1967/85), la consigna generalizada era alentar a los representantes cordobeses más allá del color que vistieran. Los de Talleres apoyaban a Belgrano y viceversa. Pero también aparecían los de Instituto, Racing, Juniors, Unión San Vicente...
Es verdad que la rivalidad entre ambos generó desbordes en toda época, pero en antaño la caballerosidad y los gestos de amistad le ganaban a lo más repudiable del “folklore” de la gastada.
Más de uno creerá que el abuelo fabulaba cuando contaba que en 1939, en ocasión de un clásico decisivo por el título del Oficial de 1939, Talleres se quedó con la victoria 2-0 y, a la hora de dar la vuelta olímpica, el plantel de Belgrano se sumó a los festejos. Pero el hecho se reflejó en las páginas de La Voz del Interior. “El presidente del Club Belgrano, Dr. Ranulfo González, apenas finalizado el match corrió a felicitar al de Talleres, Sr. Miguel Angel Tobler, y luego como un digno epílogo de una lucha caballeresca, los jugadores de Belgrano acompañaron a los de Talleres al dar estos la vuelta olímpica al field recibiendo la ovación del público”, escribió este diario.

Unos años antes, en 1931, el dirigente albiazul Teodoro Amatucci, socio fundador y miembro de la comisión pro-estadio, presidió el acto de colocación de la piedra basal de la Boutique y tuvo un discurso difícil de imaginar en nuestros días. “Talleres y Belgrano –sostenía el directivo– son el binomio que divide las simpatías del pueblo deportista de Córdoba. El hermano mayor, Belgrano, ya tiene su estadio. Hoy le toca el turno al hermano menor, Talleres, que con la colocación de la piedra fundamental de su campo de deportes, se le arrima para, en breve, igualar posiciones y seguir la marcha ascendente que una rivalidad deportiva trueca en una amistad sincera y verdadera”.
En 1968, los celestes hicieron la punta en eso de chocar por los puntos contra los grandes de la AFA. Por su carácter de oficial, el episodio constituyó todo un suceso para el fútbol cordobés, que se volcó masivamente a alentar a los de Alberdi. Cada presentación del equipo de “Palito” Mameli, “la Pepona” Reinaldi o “el Toni” Syeyyguil era una cita obligada para hinchas propios y ajenos. Y los de Talleres, en gran número, no faltaron, aunque hoy parezca imposible de imaginar.

Las crónicas de entonces están plagadas de testimonios de esa “rivalidad amistosa” entre Belgrano, Talleres y su fuerte sentido de pertenencia provincial. ¿Podrán creer los hinchas de hoy que un gol de Daniel Willington a Jorge Newbery, en Junín, se celebró en Alberdi mientras jugaba la “B”? Así lo cronicó La Voz del Interior el 29 de julio de 1974: “Los altavoces del estadio de Belgrano anunciaron el gol de Willington para Talleres; hubo una ovación y el grito de ‘Córdoba’ repetido varias veces”.
Eran otras épocas, claro está, en la que los rivales eran básicamente los porteños y primaba el sentido federal. Por eso no extrañó, por ejemplo, que la barra albiazul homenajeara con un asado a los de Altos Hornos Zapla de Jujuy en 1974.
Y la sana convivencia iba más allá de las hinchadas, como lo reflejó una solicitada oficial de Talleres del 19 de marzo de 1977, publicada en este diario, con motivo del 72º aniversario de Belgrano: “CAT saluda a los integrantes de la comisión directiva de Belgrano, a su masa de asociados, a sus simpatizantes y a la solidaria barra de Los Piratas, artífices de toda existencia honrosa de esta gran institución”.
Tan amigos fueron que, entre 1981 y 1984, hubo más de un intento de fusionarse en “negociaciones secretas” que no prosperaron entre Amadeo Nuccetelli, Walter Spengler y otros dirigentes. La idea era crear el Club Atlético Córdoba y reforzarlo con refuerzos de primera línea entre los que se mencionaron a Daniel Passarella, Ramón Díaz y Ricardo Bertoni. Pero la idea no “picó” entre los hinchas. Ahí, los clubes entendieron que la amistad no llegaba para tanto.
Ya entrados a la segunda mitad de los años ’80, la ausencia de éxitos deportivos de ambas instituciones derivó en la necesidad de aferrarse a algún motivo de festejo y así nació la repudiable costumbre de gozar con la “desgracia ajena”. El molde se rompió y al final, la rivalidad sin límites y el imperio de la violencia terminaron por ganar la partida. El “folklore” se impuso y ya nada fue igual. Como dijo alguna vez un DT resultadista, “nada de amigos, al rival hay que pisarlo”.