Belgrano rompió una racha adversa de cinco partidos sin ganar de local y lo hizo ante Banfield el sábado por la noche cuando el 2 a 1 quedó sellado en el marcador final.
El triunfo lo acomodó en la Zona A, lo ilusionó con seguir en la buena senda dentro del torneo, le permitió hilvanar una segunda victoria en fila y le dio un mimo a la gente que colmó el estadio como siempre.
Pero el triunfo ante el Taladro tuvo nuevamente un protagonista que desde principio de año se lo estaba esperando, que la gente lo pedía y que con su juego se hace presente para alimentar la esperanza de que el equipo puede dar otras cosas en campo: Lucas “el Chino” Zelarayán.
El “10” volvió a ser la manija del Pirata, porque se acomodó casi como el segundo delantero, delante de los volantes centrales y cerquita de Franco Jara, como para que ese sea su socio a la hora de construir, manejar, jugar y en especial “lastimar” a los rivales.



El equipo crece desde la mano de Zelarayán, pero para que eso pase deben sus “socios” estar presente y ellos lo ayudan al capitán a ser el mejor, ser el abanderado de una escuadra que de a poco hace que los corazones se enciendan y la ilusión golpee la puerta de cada uno de los simpatizantes del Pirata.
Cuando en enero se anunció oficialmente la vuelta del Chino, todos en Alberdi esperaron encontrar lo que hoy se está viendo. Ese que es capaz de romper una defensa con una gambeta como lo hizo ante Banfield, para marcar un gol estupendo o aquel que desde fuera del área la clavó contra el caño en Rosario para sentenciar la eliminatoria de Copa Argentina.
Zelarayán volvió para estar donde quiere estar, para poder cantar desde la cancha, para disfrutar jugar en el equipo que ama y la gente está agradecida. Por eso cuando el estadio se puso de pie para gritar “chino… chino”, su corazón debe haber estado feliz, porque volvió para darle al club del que es fanático todo lo que le puede dar.
Esta segundo semestre, después de una pretemporada como quería él y pretendía el DT, lo muestran mejor en lo futbolístico, en lo físico y en especial en lo anímico, porque está “enchufado” siendo el que se quiere que sea.
El fútbol es un juego de conjunto y de contagio, donde la entrega y el sacrificio se hace colectivo casi por obligación, pero cuando el que todos saben es un distinto y este aparece en escena, los demás ayudan a que el cometido final se cumpla.
Zelarayán se muestra como Zelarayán, feliz con la Celeste contra el pecho, alegre de estar en Alberdi de que su gente lo mime y lo quiera. Pero también sabe que el equipo es oytro, que ganó en orden y que de a poco va mostrando que la ilusión no es ajena, también se vive y disfruta por Alberdi.