“El Loco” sigue atajando. A los 44 pirulos, guantes puestos, mirada firme y alma de potrero, Jorge Carranza salió otra vez al campo de juego. Esta vez no fue con la camiseta de Instituto, su casa, sino con la de Aldosivi. Y lo hizo para meterse en la historia grande: se convirtió en el jugador más veterano en disputar un partido oficial con un club de Primera División, superando al mítico Hugo Orlando Gatti. Pero lo suyo no fue sólo una marca. Tapó un penal, sostuvo al equipo y dejó afuera por penales a Estudiantes en la Copa Argentina. Todo eso. A esta altura de su vida. Sí, el Loco sigue atajando.
Carranza recibió una plaqueta antes del partido. Se la entregó la AFA, pero era como si se la dieran también los arcos del Monumental de Alta Córdoba, las mañanas de niebla en La Agustina, y los cientos de compañeros que alguna vez lo vieron volar en silencio. Dijo que estaba feliz, que era un orgullo, que le agradecía a Aldosivi, a sus compañeros y a Instituto, siempre a Instituto. Y ahí nomás mencionó a Gatti, “un emblema de todos los arqueros del mundo”.
Porque lo de Jorge ya no es profesionalismo y constancia: es amor al fútbol. Es necedad frente al calendario. Es jugar porque se puede. Porque se quiere.
“El Loco” no tiene más contrato con la Gloria pero ya avisó: si regresa, será sólo para retirarse. No quiere estar por estar. Quiere decir adiós en su casa, en silencio y con el respeto intacto. “Es una cuestión sentimental para despedirme de mi casa y agradecer”, confesó. Y agregó: “El club está por sobre las personas”.
No es casual que cada vez que se lo ve, tenga al lado a su hijo Tomás. El pibe lo admira, lo sigue, lo acompaña. “Es mi ídolo”, dijo el joven el día que lo acompañó a La Voz para grabar el podcast Mundo Gloria. Juntos compartieron el año más hermoso, el del ascenso con Instituto en 2022. Ahora, seguro, la emoción es la misma.
Loco y con constancia
Desde sus comienzos, Carranza fue ejemplo de perseverancia. Esperó su momento detrás de Mauricio Caranta y lo vivió todo. Incluso cuando el sueño parecía imposible. Se entrenaba como un “loco” en canchas de tierra en La Agustina, tanto que el volante Martín Godoy le puso el apodo que ya es marca registrada. “Mirá a este loco cómo entrena, dejá”, tiró Godoy. Y todos se rieron. Y quedó.
Lo marcaron entrenadores como Jorge Almirón. Aprendió de compañeros. Fue arquero, fue líder, fue símbolo. Y nunca se fue del todo. Porque en cada pibe que hoy se pone los guantes en la Gloria, hay algo suyo.
Y si el fútbol argentino tiene esos días que parecen cuentos, el de este domingo fue uno de ellos.
Porque hay tardes en las que los años no pesan. En las que el viento viejo sopla fuerte y arrastra memorias. En las que el fútbol se pone de pie y aplaude a uno de los suyos.
Carranza no desafió al tiempo: lo abrazó. Lo miró a los ojos y le dijo: “Estoy para un rato más”.
Y el tiempo, por una vez, se quedó quieto, mirándolo atajar.
