Siempre se dijo que nadie podría soportar vivir la vida de Diego Armando Maradona ni siquiera 15 minutos o media hora.
Parece que también “vivir” la muerte de Diego es imposible para cualquier otro ser humano.
Es que si hasta sus días finales fueron un triste y feroz reality show, donde todo su maldito entorno trataba de quedarse con las migajas y los billetes que todavía desprendía la figura del “10”, ahora, ya en su descanso eterno, el circo sigue. Con payasos de sobra.
Una jueza busca filmar su propio documental de manera oculta mientras se realiza el juicio en el que se intenta encontrar las causas y los culpables de una muerte que se cree que podría haber sido evitable.
Mientras tanto, uno de los acusados, el que era su doctor de “confianza”, ahora aparece disfrazado en otro cuerpo mucho más voluptuoso, de fisicoculturista, intentando sin suerte pasar inadvertido en una calle que no olvida a quienes no rescataron al exfutbolista del abismo en sus últimos días.


El circo mediático incluye las lágrimas de sus hijas, las reconocidas y aquellas no reconocidas, sus rubias exparejas deambulando por los medios y también los amigos del campeón contando las mismas anécdotas (“Diego la vuole nera”) para figurar dos minutos más en pantalla. Para todavía “existir”.
La tristeza inunda a los que realmente amaron a Diego. A todos los que lo lloraron genuinamente en aquellos días eternos de un velorio multitudinario, donde los que menos tienen le ofrendaban su amor en un desfile interminable.
La sensación generalizada es que nunca le dejaron vivir la vida que quiso a Maradona (con todos sus errores a cuestas, que eran suyos, de nadie más) y ahora tampoco le dejan transitar su muerte.
La Justicia, más lenta que aquellos defensores ingleses que supo gambetear para siempre, demorará en encontrar a los culpables, aunque todos saben quiénes son.
Aquellas víboras que convivieron con Diego esos últimos años, exprimiendo su imagen hasta más no poder. Quedándose con su apellido para fabricar pelotas y alfajores. Para seguir vendiendo, aunque ya no quedara nada por vender.
El pedido de los que realmente quisimos y queremos a Diego es que finalmente lo suelten al “Pelusa”, que lo dejen dormir sin estar tironeándose por un puñadito de toda esa purpurina que desprendía su figura. Eso ya no está más. Ya no existe.
Hace apenas unos días, en Italia, su querido Napoli salió campeón y hubo festejos mirando al cielo en el estadio Diego Armando Maradona. Agradeciéndole a “San Diego” otro milagro más. Allá lo tienen así, santificado. No le piden más nada. Sólo le agradecen todo lo que dio. Adentro de una cancha y también afuera, donde tuvo cientos de gestos solidarios con los napolitanos.
En Argentina, el milagro sería que la Justicia condene a los culpables de la muerte de Diego. Y que, de una vez por todas, el “10” pueda morir en paz. Ojalá, al menos, Maradona pueda tener ese último detalle a una vida que nadie podría vivir como él. Nadie.