Cristóbal de Aguilar nació en España, pero siempre existió un misterio con respecto a su familia y sus parentescos; de los que nunca quiso hablar.
En una colección de títulos de autores españoles, Antonio Serrano Redonnet y Daisy Rípodas Ardanaz siguieron sus pasos hasta el libro de bautismo de la Catedral de Sevilla, pero los datos son confusos: hay dos familias Aguilar, y los padres y los hijos de ambas llevan los mismos nombres.
Conocemos a este gran escritor de comedias gracias a Guillermo Furlong S.J., quien, siguiendo investigaciones anteriores, dedicó años a dar con él y sus obras, que se han convertido en una fuente de datos interesantes sobre la Córdoba de finales del siglo XVIII y principios del XIX, con descripciones de casas, costumbres, dichos, recetas, lecturas y cortesías, sin olvidar descripciones de elementos de uso en la época: chimeneas, braseros, platería, herramientas.
El hecho de incluir con afecto a los criados en el entorno familiar demuestra que esta costumbre no es un invento de ingenuos, sino una realidad de la época y de nuestra sociedad.
Luego del descubrimiento de Furlong, se encontraron varios retratos de él hechos por el pardo Manuel Garay, pintor favorito por entonces: lo vemos de pie al lado de una mesa con libros y recado de escribir, en actitud de dictar a un amanuense en hábito, se cree que este es su hijo Bernabé. El cuadro está firmado: “Manuel Garay lo hiso” (sic).
Se supone que Aguilar nació en 1733 y en 1750 ya vivía en nuestra ciudad. Alrededor de 1753 se casó con Josefa Rosa Pizarro, de las principales familias cordobesas. Tuvieron siete hijos: cinco mujeres y dos varones; se sabe que su familia fue bien avenida y amiga del Virrey Sobremonte, también sevillano.
Cuando este llegó a Córdoba como gobernador-intendente en el año 1783, Aguilar, que era notario del Obispo San Alberto –fundador de las Huérfanas–, pasó a desempeñarse como secretario de este, con quien tuvo una gran amistad.
Y cuando aquel funcionario debió dejar la ciudad en 1790, la presencia de Aguilar pasó a retiro, posiblemente debido a la inquina que –se rumoreaba– le tenían los Funes, pues, expulsados los jesuitas, los cordobeses habían quedado divididos en los “funistas” y los “sobremontistas”, y a estos pertenecía Aguilar.
Aun así, se las ingenió para mantener varias tertulias culturales, una de filosofía, otra de artes y letras, y una de damas que recitaban, cantaban, tocaban algún instrumento o leían sus escritos. Se cree que había una cuarta, donde los hombres se juntaban para hablar “de cosas que les atañen”.
Cuando su economía se vino abajo, estas no siempre se hacían en su casa, pero sus amigos colaboraron, asistiéndole en lo que pudieran.
Allí acudían los Díaz, los Allende y otras familias, entre quienes se encontraba Victorino Rodríguez y su hermano, el chantre Juan Justo, quien, según William Álzaga, en su libro La pampa en la literatura argentina, fue el primer novelista de nuestro país, con al menos dos obras: Alejandro Meneikow, príncipe y ministro ruso, sabio en la desgracia y ayo de sus hijos, y otra titulada Clementina o triunfo de una mujer sobre la incredulidad y filosofía del siglo.
En los escritos de Aguilar se nota la influencia de Fernández de Moratín y del fabulista Iriarte, lo cual no es extraño: con estos debió educarse en España.
Se sabe que era sarcástico, con una veta filosófica y de su mordacidad no escapaba ni él mismo. Quizás eso se convirtió en un problema: sus enemigos no tenían humor.
Al caer Sobremonte, quedó en una mala situación económica, pues: no era de hacer falsos cumplidos, y debió usar de su ingenio para poder mantener a su familia. Pensó dedicarse a la enseñanza privada, pero consiguió sólo cuatro alumnos. Luego pretendió usar sus dotes docentes para adiestrar canarios... que terminó regalando.
Es posible que se recluyera debido a sus dificultades económicas, pero fue la época de su mejor producción literaria: así escapaba de su desaliento y de paso se vengaba ridiculizando a sus enemigos: era hombre de ideas amplias, y sus amigos iban desde negros y españoles pobres hasta el virrey y el obispo. Se sabe que detestaba la mentira y la avaricia, y casi no tiene obra donde no haya un tacaño o un figurón de turno.
Continuará...