En sus rudimentarias viñetas capaces de contener cualquier idea, cualquier realidad, la historieta transforma el mundo del que proviene para reinventarlo. Puede ser el histórico pasado, el incierto futuro o la rutina de todos los días, el medio siempre se revela flexible para representar lo imposible. Entre las recientes novedades extranjeras destaca en ese sentido Demencia 21, de Shintaro Kago (Tokio, 1969), uno de los autores más representativos del manga actual y también uno de los más bizarros e inventivos.
En una serie de frenéticas secuencias de sketches folletinescos el autor desarrolla las andanzas de Yukie Sakai, una joven entusiasta que se desvive por ser la mejor empleada de una empresa que provee asistencia geriátrica. Talentosa y bien dispuesta, la muchacha se enfrenta a situaciones de lo más descabelladas y humillantes para mantener su trabajo a la manera de una Alicia en el país de la explotación laboral.
Todo puede pasar en estas diecisiete fábulas dementes selladas con eficaces remates en las que Kago hace alarde de un humor macabro, sádico y socarrón, y en las que Yukie es permanente víctima y heroína.
Una anciana senil que hace desaparecer a las personas a las que olvida, un hombre atrapado en una sociedad vertical de rascacielos infinitos, un enfermo cardíaco aficionado a manejar en autopistas temáticas, un moribundo conectado a unos cables de hospital que conducen a un universo paralelo o una mujer que empieza a contagiar sus arrugas son algunos de los casos asignados al cuidado de Yukie, que, no importa la situación, siempre le encuentra la milagrosa solución al problema.
Borges, Cortázar, Calvino y Ballard resuenan a veces como eco literario de estas parábolas surrealistas con las que Kago rinde a la vez tributo a tradiciones bastardas y subterráneas del noveno arte. El propio artista menciona a Salvador Dalí, Hokusai, los Monty Python y Katsuhiro Otomo como probables influencias, y quizás el arte todo entre en su brutal procesadora.
Desde Francia
De un tono radicalmente distinto es Preferencias del sistema del francés Ugo Bienvenu (1987), cómic de elegancia cinematográfica (el autor, que ya tiene varias novelas gráficas en su haber, se dedica también a la animación) situado en el año 2055. Con un estilo de dibujo cool que recuerda a Paul Pope y un naturalismo fluido reminiscente de su compatriota Bastien Vivès, Bienvenu recrea un mundo muy parecido al nuestro, donde sin embargo destellan evidentes rasgos futuristas: autos cromados que parecen salidos de Tesla, raros anteojos y cascos de uso cotidiano, y robots plenamente integrados en la sociedad.
Algunas cuestiones de todos modos no parecen haber cambiado demasiado en ese entorno sofisticado: el diligente agente Yves Mathon se dedica a decidir qué obras del acervo humano merecen permanecer o ser borradas, dada la imposibilidad de guardar el total de datos que se generan por segundo.
Suerte de censor forzoso de un sistema que no puede parar de seguir reproduciéndose sin sacrificar la memoria digital y colectiva, a Mathon le toca decidir nada más y nada menos que el destino final del filme 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, mientras su vida atraviesa eventos inescrutables: la muerte de su padre, una mudanza inminente y el nacimiento de una hija que se gesta en el vientre de Mikki, su robot doméstico.
El conflicto surge cuando Mathon recurre al androide para guardar en su memoria las obras que sus ominosos superiores quieren desechar, poniendo en peligro su matrimonio y disparando una trama de persecución paranoica no exenta de acción cinética. En su segunda mitad, Preferencias del sistema, cambia por completo, convirtiéndose en una bella fábula bucólica protagonizada por la niña Isi y el fiel Mikki, transición virtuosa con la que Bienvenu mantiene viva la memoria del arte narrativo.
Dioses y demonios
El aspecto temporal es igual de decisivo en el tercer volumen de The League of Extraordinary Gentlemen (“La Liga de Extraordinarios Caballeros”), que abarca el arco de un siglo en las tres entregas que se publicaron originalmente entre 2009 y 2012. No se puede esperar menos del ambicioso Alan Moore, uno de los grandes revolucionarios de la historieta comercial de las últimas décadas con obras como Watchmen, V de Vendetta y From Hell, aunque en esta saga nacida de su sello ABC y dedicada a personajes paradigmáticos de la Inglaterra victoriana su creatividad parecía mermada.
Este tercer volumen –que coincide con la liberadora salida de la franquicia de la casa matriz DC Comics– merece mención aparte por su renovada vitalidad, que evoca algo de esa genial inventiva de cuño mágico, contracultural y psicodélico que Moore supo compartir con colegas como Neil Gaiman, Grant Morrison o Jamie Delano.
La primera historia, “¿Qué mantiene viva a la humanidad?” (título de una canción de La ópera de los tres centavos, de Bertolt Brecht, una de las cuantiosas citas de las que abusa Moore), todavía luce un tanto empantanada en el pasado decimonónico por más que tenga lugar en 1910. En efecto aquí la sobreviviente tropa de agentes del gobierno británico formada por los inmortales Mina Harker (de Drácula), Allan Quatermain (de Las minas del rey Salomón) y Orlando (de la novela homónima de Virginia Woolf) se alía con otros personajes emblemáticamente estrafalarios para hacerle frente a la vengativa hija del Capitán Nemo, Janni Dakkar, que arremete contra los muelles del Támesis con su subacuático Nautilus.
Sin embargo, lo que realmente importa aquí es la subtrama en la que el grupo de antihéroes frecuenta a un conjunto de ocultistas y videntes que advierten sobre la confabulación megalómana del fallecido mago Olivier Haddo (personaje de una novela de W. Somerset Maugham que refería a su vez al verídico Aleister Crowley), que mientras va poseyendo distintos cuerpos vivos prepara el advenimiento de un apocalíptico anticristo. La aparición en escena del misterioso viajero temporal Andrew Norton acaba por darle forma a una intriga cronológica.
Las dos siguientes narraciones, “Píntalo de negro” y “Déjala que caiga” (situadas en 1969 y 2009), son sin duda lo mejor del volumen, con un Moore que combina cultura pop, metafísica e historia cercana con el desparpajo de viejas épocas, aunque el fallecido y correcto dibujante Kevin O’Neill no esté del todo a la altura del delirio (Moore también es quien es gracias a los ilustradores insustituibles con los que trabajó).
Situadas en 1969 y 2009, las entregas construyen un divertido in crescendo hacia la batalla final con el transmigrante Haddo en las que se intercalan la exuberancia callejera del “Swinging London”, el concierto diabólico-lisérgico de una banda de rock que emula a sus “majestades satánicas” y el acceso a otra dimensión en la estación de King’s Cross que alberga el enfrentamiento entre el titánico anticristo (que no es otro que… Harry Potter) y Dios, personificado por una enigmática Mary Poppins. Queda así comprobado que nada es demasiado para un cómic, donde hasta las mayores deidades deben ceñirse al universo apaisado de los cuadritos.
Para leer
Preferencias del sistema. Ugo Bienvenu. Hotel de las Ideas. 169 páginas. $ 19.000.
The League of Extraordinary Gentlemen vol. 3. Alan Moore y Kevin O’Neill. Planeta. 264 páginas. $ 30.200.
Demencia 21. Shintaro Kago. Hotel de las Ideas. 296 páginas. $ 20.000.