Signada por el drama, el glamour y la decadencia, la vida de Caroline Blackwood (1931-1996) es de esas capaces de opacar cualquier ficción. La autora británica transitó una infancia de internados tras la venida a menos de su clan aristocrático, y una adultez no menos desdichada de excesos y matrimonios fallidos (con el pintor Lucien Freud, el músico Israel Citkowitz, el poeta Robert Lowell).
Solo una rezagada y fecunda incursión en la literatura le trajo cierto sosiego, que halló su mayor reconocimiento con la novela La anciana señora Webster (1977). La escritura fue, sin embargo, un portal especular para Blackwood, como demuestran los desoladores relatos reunidos en Ni una palabra y que encabezan casi por entero mujeres resentidas, desesperadas, alcohólicas, al borde del precipicio.
Que vida y obra respiran juntas en Blackwood lo prueba la primera tanda autobiográfica, en la que la escritora evoca una niñez desamparada y salvaje en la que quedó marcada por la perversión de un jinete rural o la violencia de un compañero de escuela. El arco que abre ese conjunto es aún más trágico si se lo entiende como la cruel iniciación previa al derrumbe de las ficciones ulteriores, que causan una retorcida comicidad con sus andanzas patéticas y digresiones depresivas.
Una madre que roba chocolates para su hija en Navidad (después de haberse comido los que le había comprado), una mujer que deja mensajes en su contestador para sentirse menos sola u otra que concurre a una fría reunión mientras su perra agoniza en casa marcan el tono de estas narraciones lúgubres y llamativamente serenas, como si tras su paso no quedara nada para decir.

Para leer Ni una palabra
Caroline Blackwood.
Chai.
212 páginas.
$ 23.000.