La mezcla de géneros populares en una obra de largo aliento a veces logra que el texto se emancipe de su intención inicial y se aventure hacia argumentos insospechados. Como si la multiplicidad de técnicas narrativas diera el permiso artístico necesario para que resulte tolerable una eventual falta de verosimilitud.
En la novela Crisálida, del español Fernando Navarro, el misterio, el terror y el gore se funden en la historia de iniciación de una niña que debe convivir con la locura de su padre, repentina y al principio inexplicable, que arrastrará a toda la familia hacia un estado de progresiva deshumanización.
Desde la cama de un sanatorio para enfermos mentales, la niña ahora adolescente, que se hace llamar Nada, cuenta la fabulosa historia, ocurrida varios años atrás. No lo hace tanto a impulsos de recuerdos, sino más bien de unos sueños, mitad frutos de la noche, mitad inducidos por los fármacos, que bañan el relato de un clima soporífero que torna más asfixiantes aún los horrorosos acontecimientos que vivió con su familia –padre, madre y cuatro hermanos– en un bosque perdido de la Sierra Nevada granadina.
El padre, al que ella le dice el Capitán –ningún personaje de la novela tiene nombres reales–, decide abandonar su hogar en la ciudad para mudarse a los confines de la civilización, ahí donde se pierde la huella del hombre y reinan las bestias y las criaturas fantásticas del bosque. Crítico del progreso brutal, de la manipulación genética y de las máquinas ecologicidas, el Capitán arrea a su, al principio, desconcertada familia hacia esa vuelta a lo primitivo, un refugio para reconciliarse con la naturaleza virgen, lejos del egoísmo y del afán de lucro de los hombres.
En ese ensayo tribal, casi cavernícola –primero, duermen a la intemperie; luego, en vehículos abandonados a modo de cuevas–, el principal peligro no será ya la animalización, sino lo que esa lenta simbiosis con lo bestial hará con el lenguaje.
Quizá sea esta la apuesta más ambiciosa de la novela: cómo reflejar en el relato esa prehumanidad que ha colonizado la mente de la niña.
El animismo, el mito, la leyenda, el totemismo que permean en ese universo salvaje fomentarán en su voz –junto con el progresivo desequilibrio mental– una desarticulación de la sintaxis, alterando por largos momentos el ritmo natural del discurso.
La necesidad de supervivencia en ese medio hostil pronto desconocerá las relaciones filiales y los vínculos entre los hermanos. De sus consecuencias sobrevendrán crímenes, sevicias y conductas contra natura que saturarán de sangre y vísceras las páginas más crudas del relato.
La violencia desembozada apuesta a que el horror puro y el asco sean la zanahoria del lector. Quizá sean también, por el contrario, los que consigan expulsarlo de la historia.

Para leer Crisálida
Fernando Navarro
Editorial Impedimenta
2025, 272 páginas