La Argentina no es una excepción: recordemos a Mujica Láinez y su maravilloso libro –entre otros- Misteriosa Buenos Aires.
También podemos agregar a éste la obra de nuestro inolvidable Arturo Capdevila y don Efraín U. Bischoff como los mayores referentes literarios de Córdoba pero, según mi leal ver y entender, fue don Azor Grimaut el verdadero juglar de estas viejas historias ciudadanas. A pocos, fuera de la ciudad de Córdoba, les dirá algo este nombre.
Yo lo encontré por pura casualidad –cuando tenía algo más de veinte años- en una venta callejera de libros usados, cerca de la Compañía de Jesús.
Era una edición modesta, de páginas frágiles, con una fea tapa blanda. Recuerdo haber tomado aquel tomito casi cuadrado -publicado en 1953 por una editorial ya inexistente-, y quedar fascinada al hojearlo: recién comenzaba a escribir mis historias cordobesas y allí tenía refranes, poemas, costumbres, misterios urbanos, viejas coplas de negros, recetas de comidas de las clases sociales más desposeídas de mi ciudad, santos y demonios urbanos.
Pregunté si había otras obras de él, y el dueño del local, que conocía su oficio, me dijo que no; que la gente que tenía sus obras no se desprendía de ellas.
Muchos años después, aquel librito, ahora encuadernado, tiene en mi biblioteca un lugar especial junto con nuevas ediciones que, gracias a Javier Montoya en este caso, y a Daniela Mac Auliffe en cuanto a otras de sus obras, han sido rescatadas del olvido.
Recuerdo unas líneas que escribió, por aquel entonces, una de sus nietas –estando él ya en ausencia-,unas hermosas y sentidas frases que podrían haber sido trazadas por él:
“¿Quién cuidará las parras/
y el duraznero en flor? /
¿Quién, al limonero pobre /
y el brote del malvón?”
En una ciudad que tiene muchos historiadores y escritores ocupándose de su historia grande, este hombre, que lleva el nombre de un pájaro heráldico, eligió quedarse con la historia chica, rescatando ese folklore menos promocionado, el urbano, que trata de historias que no hacen historia, pero que, desde lo mágico, lo inexplicable, lo insólito o la picardía, han quedado grabadas en el corazón de su pueblo.
Grimaut fue un rastreador y recopilador de estas creencias de gentes sencillas e imaginativas. Él mantuvo vivos duendes y fantasmas, podríamos decir, domésticos: los que pasean por los viejos barrios, anidan en la oscuridad de La Cañada, duermen en casas con secretos trágicos o simplemente aparecen y desaparecen sin dejar rastro.
Algunos de nosotros los conocemos; muchos, no saben de su existencia o apenas tienen idea del Pueblo Invisible que habita en la memoria: el Degolladito, la famosísima Pelada, especie de Banshee con acento cordobés que, cerca del cauce de nuestra mítica Cañada, al igual que su parienta irlandesa, seguía a los trasnochados para anunciarles la muerte.
Y con ellos, el Chancho Benedicto, la inolvidable Ramonita, el burro zaino montado por siete chicos, entes de fábula que merecen unas líneas aparte.