Hace unos días se produjo el supuesto hallazgo de una obra de Pablo Picasso. Se trataría de un retrato de Hitler, que habría sido pintado en una fecha a determinar entre 1935 y 1937. La pintura llevaría por título El ojo de la serpiente. Entre tantos potenciales hay una certeza: no lleva firma. Otra certeza: si se trata de un Picasso, habría que revisar la idea de que un genio alcanza siempre la genialidad.
Una víbora que hace de bigotito hitleriano sirve por el momento como sólida pista de la investigación. Y algo así como una estructura cubista de domingo por la tarde-noche, desganada, sería la huella picassiana que se analiza. La verdad es que sea quien sea que haya pintado el cuadrito, parece haber estado más interesado en ridiculizar al cubismo que al jefe de las hordas nazis.
La pintura fue presentada en Italia, en el marco de un encuentro sobre arte y nazismo. La experta Annalisa Di Maria, promotora del supuesto descubrimiento, señaló que en caso de comprobarse la autoría deberíamos ver en la obra un “ejemplo de la gran oposición y la lucha de Picasso contra Hitler”. Y dijo más: “Sólo un genio y un maestro del expresionismo con un profundo sentido de la ironía punzante podría haber creado tal pintura”.
Habría que revisar, de paso, la noción de experta.
Hay otro retrato famoso, que Picasso pensó como homenaje, pero que realizó como caricatura. Al menos, eso fue lo que pensaron algunos fanáticos dados al sacerdocio cultural mezclado con política.
Picasso fue un comunista atípico: esperaba el rojo amanecer y la caída del capitalismo mientras le vendía obra a los burgueses que podían pagarla. Se afilió al Partido Comunista en 1944. Nunca dijo ni mú sobre el exterminio de opositores en la Unión Soviética. Eso sí: jamás se rindió a pintar según los principios del realismo socialista.
En 1953, unos días después de la muerte de Stalin, Les Lettres Françaises, semanario cultural comunista que dirigían sus amigos Louis Aragón y Pierre Daix, publicó en su portada un retrato del dictador soviético realizado por Picasso. Hasta ahí todo bien. Un ejercicio de obediencia ejecutado contrarreloj.
Apenas la revista ganó las calles estalló una polémica. Arreciaron las críticas. En el número siguiente, el semanario retrocedió en chancletas. Un texto de opinión señalaba: “Dibujar al padre de los pueblos es, pura y simplemente, una herejía”. El Partido Comunista Francés sentenció en un comunicado que “el más grande titán de todos los tiempos” había sido representado “como una persona cruel y con rasgos asiáticos”. Otro artículo señalaba que en el retrato no había ni una línea que dejara ver la bondad y el amor por los hombres de Stalin.
Picasso se había metido sin querer en un vía crucis. Para decirlo en criollo: lo putearon en todos los idiomas conocidos de este lado y del otro de la Cortina de Hierro. Viendo el retrato, es difícil explicar por qué. Ni rastros de las deformaciones cubistas que tanto desagradaban a los comisarios del arte comunistas.
Una certeza final: nadie es dueño de la verdad sobre qué dice, diría o quisiera decir una imagen.
