Barbie vive en su casa de muñecas ricas. Tiene pileta y jardín. La asiste una mucama paraguaya llamada Teresa. Cualquiera pensaría que lo tiene todo para ser feliz, o por lo menos para estar contenta en su mundo de plástico y mentiras, pero la verdad es que anda llorando por los rincones porque sabe que el rubito Ken, desde hace años, la engaña con su secretaria.
Esa podría ser una sinopsis muy ajustada de Barbie también puede eStar triste, aunque falta el detalle de peso: esta pequeña gema vanguardista, realizada por Albertina Carri en 2001, es una película porno.
En pleno boom generado por el estreno mundial de Barbie, el exitoso filme de Greta Gerwig, el corto animado de 20 minutos dirigido por Carri se puede ver en Vimeo (quién sabe por cuánto tiempo). Con las respectivas advertencias de que este sí es un filme estrictamente para adultos.
En esta versión triple X, Barbie habla y lloriquea (y gime hasta las lágrimas) con la voz de Juana Molina. Ken (hablado por el actor español Eugenio Poncela) es más tarado que nunca, ha ejercido el derecho de pernada con todo el personal doméstico que trabajó en su mansión y lo único que quiere es llegar a su oficina para follar salvajemente con Arbie (Divina Gloria). Su bestialidad es chocante, incluso tratándose de muñecos.
La tercera en discordia, porque en el mundo de Ken “su” Barbie es un juguete que no se comparte, resultará ser Teresa (con la voz de Susana Pampín), una hermosa morocha bisexual de piel trigueña que vive en una enfiestada trinidad del conurbano con su novio, el carnicero Keno, y una chica travesti llamada Trabie. Así las cosas.
La directora argentina utilizó un staff de muñecas y muñecos a los cuales les agregó genitales. Los movimientos pélvicos y las “actuaciones” generadas con stop motion son deliberadamente toscas, al estilo Joe 90. Un poco parodia de la “mecánica” del porno y otro poco de hacer con lo que había.
Entre las críticas más acérrimas al género está la que señala que el porno es una escuela de violación. Una fiesta de carne y subjetividades abusadas según la guía de la heteronorma. Albertina Carri recoge esa idea. “Quería subvertir el sentido de la mirada sobre los cánones de belleza y las obligaciones en los modos de vida que nos imponían a las mujeres. Por eso es una narración melodramática con puesta en escena pornográfica, los dos géneros –las novelas y el porno–, que fueron utilizados para sentar las bases de las formas del placer y la dominación del heteropatriarcado”, dijo la directora en su momento.
El corto animado se apropia del género para entrar en un terreno que a Carri siempre le interesó disputar. No se trata de evitar o tachar el porno, sino de hacerlo de otra manera (en 2018 estrenó Las hijas del fuego, un road movie porno lesbofeminista, esta vez sí con personas). Cambiarlo desde adentro, enrarecerlo.
Caricatura de los clichés y del lenguaje cachondo de la pornografía en su versión más idiota, violenta y masturbatoria, Barbie también puede eStar triste ejecuta una visión de clase (se podría pensar incluso en una venganza de clase), le suma una cuota de melancolía y deja establecida las chances de existencia de una breve utopía de una comunidad sexual, poliamorosa. Para disgusto de Ken y de sus amigos.
