En la sala hay una gran mesa de madera cruda, vajilla y coloridos ramos de flores de cerámica de extraña belleza. De las sombras, surge la figura de una mujer con un saco de un infrecuente color verde, un maquillaje estilo oriental, con ojos saltones que miran con delicadeza y profundidad. Pide un vaso de agua y una curita, porque se ha lastimado la mano.
Nada podría haber sido más premonitorio al entrevistar a una artista como Nicola Costantino, inclasificable en su inquieto movimiento por todos los costados del arte: escultura, pintura, fotografía, performance, cine, moda, cerámica, y manipuladora de todo tipo de objetos y materiales.
Nicola Costantino se sienta y habla pausadamente, moviéndose con la cautela de explorador. El hecho de que se haya lastimado la mano no es menor cuando se piensa en una artista que está siempre trabajando con materiales y herramientas de todo tipo, exponiendo el propio cuerpo a un intenso trabajo de manipulación y expresión.
En esa especie de canibalismo de los materiales y las técnicas, ha forjado un trabajo inclasificable que muestra siempre un perfil singular.
–La situación del arte actual parece un poco extenuado o anémico, con cosas que ya no sorprenden.
–Me da la sensación de que el arte contemporáneo es viejo, porque tiene 100 años y desde hace 60 años no vemos cosas diferentes. Ya todo es viejo en un mundo que también es diferente. Creo que todos los artistas deben haber vivido en momentos en que lo que estaba les parecía viejo, eso es como un estado permanente del artista. También hay un problema: lo que realmente es diferente muchas veces produce rechazo. Los artistas vivimos en ese estado permanente de no saber qué va a resultar, si se va a reconocer como algo valioso. Es siempre un dilema. Pero apostamos a conectarse con la obra, que logre impactar, atravesar, hacer reflexionar. El arte no puede resultar indiferente.

-Una artista multifacética como vos, ¿cómo se posiciona frente a una recepción imprevisible?
–Cuido mucho y tengo en cuenta la factura de las obras, para mí es muy importante que sea algo no visto. Que la gente se pregunte no qué significa, sino cómo está hecho. En el sentido de ¿qué es esto? Cuando hacía los “Chanchobola”, momificaba las pieles de cerdo y era una cosa tan hiperrealista que te dabas cuenta de que venía de un chancho verdadero. Lo mismo con la peletería humana y el desconcierto que causaba, porque mucha gente pensaba que era piel humana. Para mí, esa parte técnica es muy importante, no todos los artistas llegan a eso. Me gusta decir que los artistas somos como los gusanos del compost, que transformamos la podredumbre en belleza
–Hurgas en las posibilidades creativas de todos los materiales. Sos como una mujer renacentista capaz de hacer de todo: cocinar, manipular herramientas, pintar, golpear, horadar, cortar, fundir.
–Me fascina la capacidad de exploración de materiales. Desde chica estudié todo tipo de materiales. Iba a las fábricas donde hacían cascos de moto para aprender a trabajar la resina, después me iba a la fábrica de pintura para aprender la química de los elastómeros, aprendía mecánica, de todo. Me encanta decir que soy una artista renacentista, en el sentido de la expresión de búsqueda. Me da risa porque ahora no me cuesta hablar, disfruto, pero antes no me gustaba, no sabía que decir de mis obras. El artista habla con las imágenes y ponerlo en palabras era muy difícil. Con los años me di cuenta de que hay cosas sobre las que podés reflexionar. Hoy es más revolucionario producir belleza que seguir reproduciendo algunos patrones del arte contemporáneo, que ya es viejo y no sorprende mucho.
–¿Cómo empezó la fascinación con la comida para transformarla en reflexión artística?
–La cocina es muy sensitiva. Mi primer obra fue una bacanal con un chancho en taxidermia parado en una cama de agua, con otro chancho al horno y rodeado de pollos al spiedo y la gente tenía que comerlos con las manos. Siempre me gustó la cocina, porque creo que en la comida de todos los días hay una búsqueda de placer y no es nada inocente cuando uno piensa los costos que tiene comer carne. Los animales que consumimos masivamente son una metáfora de la sociedad, como que la humanidad está consumiendo al mundo.
–En tus trabajos hay un uso del cuerpo involucrado directamente.
–A lo largo de mi carrera, tuve mi parte performática. Se trata de usar el cuerpo como medio de expresión y materia prima, un instrumento para poder producir. Estoy todo el tiempo haciendo con las manos, poniendo las manos. Una vez una amiga tuvo un bebé y le dije algo así como: “Vos lo trajiste al mundo”, y ella me dijo: “No, yo sólo puse las manos”. Eso me pareció la función del artista, como que la obra no te pertenece, la obra la captás, la pensás, pero después ponés las manos y sale. Como un nacimiento, como un instrumento. Me sentí representada en eso.

–La naturaleza siempre estuvo presente en tu obra, pero ahora aparece de una manera más bella...
–Es un proceso. Hace 30 años, cuando empecé, la sangre, la piel, el cuero, lo visceral, era lo que yo necesitaba. Era el clima de época con el fin de las dictaduras latinoamericanas. Pero hoy creo que es importantísimo la relación que tenemos con la naturaleza, que también es un tema político porque tiene que ver con cómo miramos la naturaleza. Creo que estamos fallando mucho como humanidad porque pasaron muchas cosas terribles después de la pandemia. Todo empeoró. Lo que necesita hoy el mundo es belleza, es estar más en contacto con el arte, un arte que no sea sólo en museos o galerías, que la gente se pueda encontrar con las cosas en cualquier lugar donde vaya, en la calle, en el shopping. Por eso este trabajo con el nerikomi, esta técnica es un gran desafío. Y me fascinó la idea de poder hacer una obra multiplicada porque no me interesa la obra de pieza única, prefiero hacer moldes con varias copias y que se reproduzca.
Para ir
“Antes que el hielo llegue a los estanques”. Muestra de Nicola Costantino. Distrito BAP/ Abre, Los Aromos 203, La Calera. Entrada libre y gratuita.