Hubo un tiempo en el que un hombre con barba y anteojos, serio y de voz profunda era tomado por intelectual. En ese mismo tiempo, ser intelectual implicaba un halo de prestigio y respeto que suscitaba un silencio reverencial. Lo digo así en el pasado impreciso de los cuentos de hadas, porque hoy la categoría misma de intelectual invita al desprecio y a la desconfianza.
Más allá de los matices y del porcentaje de pose, se podría decir que intelectual es aquella persona que trabaja o dedica gran parte de su vida a pensar. Para pensar, lee, y para organizar y comunicar lo que piensa, escribe. Este recorrido, por definición, le merece una cuota importante de legitimidad y credibilidad.
La reciente polémica por la figura de Jianwei Xun reafirma el quiebre de la imagen social del intelectual en el presente. Jianwei Xun no es una persona, sino el nombre que Andrea Colamedici y un editor eligieron para firmar la que iba a ser la obra del año: Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad. Publicado por editoriales acreditadas, es el resultado de las conversaciones que Colamedici mantuvo con programas de Inteligencia Artificial.
La inexistencia de Xun fue descubierta hace pocas semanas por una periodista que quiso entrevistarlo. Pero hasta entonces, había sido citado por haber forjado el concepto de hipnocracia, que tan bien describe nuestro tiempo: designa el poder que se ejerce a través de la manipulación de narrativas colectivas para “hipnotizar” a los individuos.
Colamedici finalmente asumió su papel de creador en lo que considera es un experimento filosófico y una performance artística que refuerza aquello que quiso demostrar.
Ediciones de anagrama
Este mismo mes, volvió a ser noticia otro desenmascaramiento. Peter Navarro es asesor financiero de Donald Trump y columnista de The Financial Times, espacio desde el que defiende la inflexible política arancelaria del presidente y crea suspenso por los futuros y temibles cambios.
Como buen señor pensante, Navarro diseñó una política arancelaría que puede provocar un colapso mundial a partir de su formación y estudio de la materia. En varias de sus obras (con títulos taquilleros como The Coming China Wars y Death by China) cita reiteradamente a Ron Vara para darle sustento y validez argumentativa a sus ideas.
En 2019, trascendió que Ron Vara no existe y que fue el propio Navarro quien lo inventó y lo bautizó con un anagrama de su apellido. Su justificación fue que a él le gusta entretener y hacer las cosas un poco más divertidas, que se trató de un chiste interno dispuesto a la luz del día que nadie advirtió.
Especie en extinción
Xun y Vara son dos apellidos que invitan al debate moral y legal, pero no son menores las consecuencias sociales de estos casos. ¿Es valioso un intelectual si cualquiera puede imitarlo y hasta inventarlo? ¿Merecen alguna consideración las ideas de intelectuales falsos?
La literatura abunda en casos de autores con seudónimos que no menoscaban la calidad de la obra, a veces ni siquiera es relevante la firma. Pero en el ensayo las cosas son diferentes. Involucra un criterio que exige la responsabilidad de sostener un punto de vista sobre lo analizado y ofrecerse genuinamente a la discusión.
Las ideas son valiosas en sí mismas, claro, pero si no sabemos quién las construye (o descubre), la tarea misma de pensar pierde el poco prestigio que le queda. El clima actual favorece el regocijo en la ignorancia, exacerbada mediante la ternura y el cancherismo del no saber en aquellas personas que deberían saber de lo que hablan.
El resultado de juegos como los de Colamedici y Navarro es la desvalorización del saber y, en consecuencia, de aquellos que trabajan para ampliar los límites de lo conocido. Ante este vacío, un intelectual puede ser cualquiera que se anuncie como tal, incluso las entidades que cartesianamente no existen porque no piensan.