De un tiempo a esta parte, el libro como narración autónoma ha ido fracturándose y disolviéndose en propuestas impuras, mixtas, heterogéneas. Acoplándose a una estela que el arte despejó en formatos y medios como el collage, el montaje o la instalación, el tradicional volumen de imprenta se abre a géneros yuxtapuestos, a insertos gráficos variados, a un diseño meticuloso próximo al libro objeto.
Si bien la propuesta no es nueva y acusa referencias canónicas (pensar en los experimentos misceláneos de Cortázar o en libros-caja como Composición n° 1, de Max Saporta, o Vox, de Anne Carson, por citar algunas), la tendencia se afianza tanto a nivel global y local demarcando un estante contemporáneo.
En ese sentido, el sello cordobés Portaculturas acaba de crear una colección específica en esa línea llamada Pòrta Neuva, cuyo primer lanzamiento es Mar pequeño del que peregrina, del poeta chileno Diego Alfaro Palma (1984). Pensado como un artefacto de diseño, el volumen enlaza a su vez con el espíritu botánico de libros como Naturaleza moderna, de Derek Jarman, haciendo de su escritura un arte del sembradío a varios niveles.
Apelando a la estructura orgánica de las estaciones, Palma registra en un diario con forma de cuaderno los avatares de la huerta doméstica que cultiva en el cerro La Huinca de Limache. Compostaje real y literario, el texto baja la vista al suelo para concentrarse en los procesos naturales, las técnicas de plantación, la multiplicidad física y nominal de los tomates, zapallos, habas, papas y acelgas, pero también de las flores, los insectos y las aves circundantes.
“Ya no me interesa tanto la poesía como la poesía de la remoción y el brote”, dice el autor, que sin embargo desliza versos breves (en homenaje a las caléndulas, la ortiga, el musgo) y eleva cada tanto la mirada para avistar unas casas bajas que imagina habitadas por enanos anarquistas, comprobar la sequía provocada por el monocultivo y la minería, o ir a visitar al poeta Felipe Moncada para compartir una guitarreada.
Los recientes acontecimientos políticos de Chile connotan el repliegue de Palma en su jardín como un acto de fe, una evasión comprometida con el dar vida, un ejercicio actualizado de la libertad agreste. Por eso la intertextualidad histórica se cuela a consciencia a través de una “biblioteca naturalista” que cita a Henry Beston, María Graham, Edward Thomas, Robert Macfarlane, Barry Lopez o W. H. Hudson, a quien Palma tradujo.
Una historia natural que está siempre reescribiéndose, reciclándose, removiéndose en el rastrillaje silencioso: “La huerta es una página llena de tachaduras y anotaciones en los bordes”, corrobora Palma.
Otro exponente local de mixtura formal e inquietud naturalista es Acuáticos, de Melina Alzogaray (1979), crónica de viaje inclasificable que cuenta con diseño e imágenes de Laura Zanotti (1984) y que publicó Fruto de Dragón, sello especializado asimismo en despliegues híbridos. Entre el patchwork del libro de artista y el desparpajo del fanzine, Alzogaray registra una expedición de un mes y medio a Misiones con aires de road movie biológico-antropológica, deteniéndose en lugares, habitantes y comidas de la región, pero sobre todo en criaturas de la naturaleza: hongos, mariposas, moscas, hormigas, libélulas.
“Acuáticos es un ecosistema constituido por una comunidad de diferentes organismos que están vinculados entre sí y se necesitan para sobrevivir”, explicita Alzogaray en uno de los textos, asistemáticos y algo punks en su tipografía mutante, prosa poética y franqueza subjetiva. Viverista y hermana del artista Tomás Alzogaray Vanella, la autora incorpora su historia personal en el relato, que involucra el nacimiento en el exilio y el entierro familiar de libros en dictadura cuya posterior recuperación se narró en otro libro (La Biblioteca Roja, de Ediciones Documenta).
Para ella, los libros han estado desde siempre ligados al suelo, la humedad, la fermentación, la descomposición, la memoria y la herencia, los procesos y las temáticas que Acuáticos abraza lúdicamente con sus fotografías, entrevistas, recetas e instructivos prácticos. La mención al influyente manifiesto El arte nuevo de hacer libros, del mejicano Ulises Carrión, da cuenta de la búsqueda transversal de Acuáticos, de su regeneración del libro en un nuevo ser.
Cloro y color
Asociado asimismo al agua, pero de una manera distinta, Bocetos de natación, de Leanne Shapton (1973), indica otra variación del libro intervenido. Clásico en su narración y arte, el texto recrea las ambivalentes memorias de la autora canadiense como nadadora de competición en su juventud. De a ratos nostálgica, de a ratos distante, de a ratos tensa al evocar las presiones inherentes al deporte, la narración se extiende en sus más de 300 páginas con una delicadeza y transparencia ejemplares, consiguiendo la emulación entre nado y escritura que Shapton se propone.
Ese efecto la artista lo logra en parte con fluidos saltos espaciotemporales entre su infancia, adolescencia y adultez, incluyendo visitas a piletas de todo el mundo a las que Shapton dibuja al final a modo de archivo conceptual. Editora de arte del New York Review of Books, la autora narra en segundo plano su iniciación artística e intercala distintas series de obras suyas en Bocetos de natación, ya sean esbozos aguados de figuras que nadan, rostros de personajes que conoció, fotografías de sus trajes de baño o una tipología de colores sinestésicos adheridos a recuerdos puntuales.
Casi una galería de arte en sí misma, y por momentos una novela gráfica literaria (uno de los agradecimientos va dirigido a Richard McGuire, el autor de Aquí), Bocetos de natación altera el formato libro desde dentro, jugando con las posibilidades del diálogo entre imagen y palabra como si estos elementos hubieran convivido siempre en el relato.
Que la narración multimedial llegó al mainstream lo prueba Blanco, el recientemente traducido libro de la premio nobel Han Kang (1970), publicado originalmente en 2016. Atravesado de principio a fin por el registro fotográfico de una acción ritual que protagonizó la autora coreana, el texto se deshilvana poética y programáticamente a partir de una lista en apariencia arbitraria que se introduce al principio: manta de bebé, batita de recién nacido, sal, nieve, hielo, luna o arroz son alguna de las palabras enhebradas por el color blanco que Kang luego desarrolla en capítulos breves, quebradizos y desolados que duelan una lejana pérdida íntima.
Exorcismo conceptual, purga performática, ceremonia incolora (en Corea se practica el luto blanco), Blanco extrema los lindes del texto con el silencio y lo indecible, acoplándose a una excepcional familia de libros encarnados en colores: Bluets, de Maggie Nelson; Croma, de Derek Jarman; Sobre lo azul, de William Gass.
“Respiraré tu último aliento en ese blanco, en todo lo blanco”, cierra Kang su cegadora oración, y así también el libro que la contiene, la propia idea de libro, se desvanece como en un suspiro.
Para leer
Blanco. Han Kang. Penguin Random House. 175 páginas. $ 23.999.
Bocetos de natación. Leanne Shapton. Blatt & Ríos. 336 páginas. $ 43.900.
Acuáticos. Melina Alzogaray y Laura Zanotti. 112 páginas. $ 33.000.
Mar pequeño del que peregrina. Diego Alfaro Palma. Portaculturas. 112 páginas. $ 29.000.