“A ver, Delfini, ¿cómo lo vas a dibujar?”. Así solía terminar muchas de sus notas Daniel Salzano. Como si la rúbrica final de su escrito sucumbiera a la necesidad de un cierre, de un complemento, de una anécdota más y Juan Delfini condescendiera con la nobleza de sus retratos a acompañar lo escrito.
Desde hace más de 40 años, Juan Delfini retrata todo tipo de personajes. Nació en Ucacha, al sur de la provincia de Córdoba, hizo durante años caricaturas en las calles de Barcelona y de Buenos Aires, trabajó en Puntal de Rio Cuarto, en La Voz del Mundo bajo la batuta de Juan Sasturain, y después toda su vida la dedicó a la ilustración en las páginas de La Voz del Interior.
Con la muestra que se inaugura este jueves, se podrá apreciar un gran recorrido de su producción, desde aquellas primeras en 1981 hasta lo más reciente, con el agregado de algunas obras de su faceta más personal, dibujos y pinturas que no estaban realizados bajo el apremio de la publicación.

Entre la risa y la caricia
Los retratos de Delfini habitan una especie de paradoja, porque la caricatura es un género que tiende a hacer reír. Y sus retratos apenas rozan el humor a través de la ternura que incitan: no hacen reír porque son bellos.
Hacen saltar el resorte de algo: un rasgo sobresaliente que muchas veces uno reconoce, pero Delfini no lo recarga con exageración, sino que lo calibra de tal manera que destaca sin abrumar.
Delfini interviene los rostros no agregándoles cosas, sino resaltando un desliz: pómulos, pera, jopo, nariz, comisura de los labios, pestañas. Enuncia verdades del cuerpo sin caer en el estereotipo. Nunca desciende a la caricatura escandalosa o agresiva, lo que sería grotesco, sino que busca una representación suavemente irónica de la individualidad del sujeto a través de la leve ponderación de algún rasgo.
“La caricatura puede exaltar lo grotesco y también lo sublime. Puede exaltar lo bello, esa es también la función de la caricatura” dice, con su tono tranquilo. Su mesa de trabajo es simple y tiene la antigua nobleza del orden de lo esencial: lápiz, tinta, témpera, acuarela, agua. Como si la esencia de sus retratados pudiera extraerse de la simpleza de los medios.

Pero, a la vez, Delfini pinta con una vena barroca: el suave dibujo es aturdido por los trazos del pincel, la pureza del color se arrastra hacia la desaparición por exceso de agua, los contornos blancos desatan un contraste violento que concentran la mirada en lo retratado.
Se puede decir que el arte de la ilustración en Delfini está en la astucia: esa elegante picardía en encontrar el rasgo distintivo, destacarlo y construir el resto a partir de ese gesto.
Digamos que son ilustraciones de ideas, porque los retratos de Delfini no son inmóviles, siempre están en acción y siempre “dicen” algo del sujeto: no es sólo un retrato de Marilyn Monroe, porque esa pequeña tristeza en el rostro es la idea de Marilyn; no es sólo un retrato de Marlon Brando, es la inmensidad y la prestancia de su lucha por ser el Padrino. Los retratos de Delfini están vivos porque están contando una historia.

Si en la pintura la inteligencia de la imagen viene de su deformación, el arte de Delfini se puede definir por ese rasgo perspicaz y agudo que muestra una verdad didáctica que se impone si pensamos que ese rostro nos dice algo.
Y ahí está la particularidad del arte de Juan Delfini: entretiene con su fina ironía y enseña con esa acción emocional de contar una historia. Es al mismo tiempo gracioso y profundo, discreto y penetrante. Y esta muestra de un conjunto amplio y diverso de su obra es una síntesis de su trayectoria, un autodescubrimiento de su trabajo diverso y una ventana abierta a recorrer a través del trazo del lápiz, del plumín y de los colores la historia del mundo desde su costado más tierno y profundo.
Para ir
“Delfini se expone”, muestra de la obra de Juan Delfini. En el museo Evita, avenida Hipólito Yrigoyen 511, Córdoba. Inauguración: jueves 7 de agosto a las 18.