“Por fin pertenezco a un grupo vulnerable y hablo en primera persona y no en nombre de otros como un alma bella biempensante”, escribe María Moreno en un párrafo cruento que remata diciendo: “Ahora vendrán los premios y los reconocimientos, que, en el fondo, se deberán a mi silla de ruedas, y no a mí”.
La autora acaba de editar un libro feroz en el que habla del suceso que le cambió la vida y la dejó en una silla eléctrica. “Ese es su alarmante nombre correcto”, aclara Moreno sobre la silla de ruedas que le permite una movilidad reducida que, por otra parte, ella ya tenía cuando podía caminar porque, como ha dicho en varias entrevistas, nunca fue amante de moverse mucho.
La cosa cambia cuando se trata de la mano, del acto de escribir, de tomar notas. Eso sí es un verdadero problema para la escritora que tiene todo el costado derecho paralizado y ahora, cuando le cuesta escribir, ha llegado a “odiar a la autora eufórica” que alguna vez fue.
Hoy, con todas las dificultades y el cambio en su escritura que la empuja hacia enunciados más cortos, dice “Una frase lograda me parece tallada en un grano de arroz”.
Es que ahora, tarde, se da cuenta de aquellas cosas a las que uno nunca presta atención hasta que las necesita (como esa frase que dice que nadie valora lo que tiene hasta que lo pierde). No puede escribir a mano con la derecha, pero tampoco puede hacerlo con la izquierda porque nunca entrenó ese costado.
Pero sí, apura su índice izquierdo sobre el teclado de la computadora para que las ideas que se le vienen a la cabeza salten a la pantalla con la rapidez con la que se le ocurren.
Se trata de una mente que recobra su velocidad al tiempo que el cuerpo la pierde y asegura que ahora que sufre las consecuencias del ACV ya no piensa tanto en la vejez como antes.
La pérdida
La merma, título excelente para este texto que también lo es, es una mezcla de ensayos y pequeños textos que hablan sobre un cuerpo con discapacidad al tiempo que revelan una mente lúcida y conectada al ciento por ciento con ese presente de pérdida.
Una Moreno en carne viva se anima a detallar las penurias de una internación, las prácticas hospitalarias que la mantienen con vida y aquellas que le exigen una actitud optimista de la que desconfía.
“¡A caminar!”, le gritan los kinesiólogos, mientras ella masculla que no quiere caminar. “Fue muy difícil convencer a los líderes de la autosuperación de que no quería caminar a la edad de morir o de durar”, escribe.
En el mismo texto también vuelve sobre el periodismo haciendo una pesquisa sobre lo que implica tener piernas o brazos biónicos.
Es que, en el afán de recuperar la parte perdida, la autora entrevista a otras personas con discapacidad para saber cómo receptaron sus cuerpos aquellas prótesis, con la curiosidad de quien se pregunta por el cuerpo propio.
¿Cómo sería amputarse el miembro sin movilidad para colocarse un artefacto tecnológico de carbono que le permita hacer cosas que ya no puede?
Paradójicamente, la periodista estaba escribiendo sobre el autor mejicano Mario Bellatin (a quién también le falta un brazo) cuando comenzaron los síntomas del ACV. Moreno recuerda que se preocupó por poner una coma donde debía, incluso antes de llamar a su hijo para avisarle de que algo no estaba bien.
Ahora, desde su casa, Moreno responde a La Voz mediante una entrevista escrita, en la que se trasluce su perspicacia.
−El psicoanálisis fue siempre un insumo clave en tu escritura. ¿Qué lugar ocupa a la hora de tratar de poner en palabras lo que significó el ACV en tu vida? ¿Hay forma de separar en vos “la vida” y “la escritura”?
−Creo que el psicoanálisis está tan imbricado en mi escritura y sobre todo en mi manera de leer, mucho más que el estructuralismo, el feminismo y hasta el existencialismo, que casi me olvido de él. Espero, y creo, no hacer psicoanálisis aplicado. La vida y la escritura están separadas por la forma, a la que por cierto estoy muy atenta. Realmente una palabra lleva a la otra y la vida está olvidada por ese juego.
−En un momento del libro, decís que fue difícil explicarles a los líderes de la autosuperación que no querías caminar bajo presión. ¿Fue difícil decírtelo a vos misma?
−Fue muy difícil y en eso me ayudó el psicoanálisis. Las sesiones de kinesiología me angustiaban, hasta que durante un reportaje que me hizo Marta Dillon pude decirme a mí misma “yo no quiero caminar, quiero escribir”.
−Imagino, por lo que decanta en el libro, que en los hospitales habrás podido identificar los hilos de la institucionalización, de procedimientos que, en pos de mantener la vida, deshumanizan al paciente. ¿Creés que se habla lo suficiente de la voluntad de los pacientes de decidir sobre sus cuerpos?
−Se trata de devolvernos a nuestra condición de bípedos. En un centro de rehabilitación, la palabra está muy devaluada: tragar es más valioso que pensar. Esto tiene su lógica, pero los juegos y las canciones que se hacen allí se dirigen a un individuo varón de 50 años fierrero y futbolero. Yo no participaba de eso porque no me sabía las respuestas. A juzgar por los programas de televisión que se imponían ahí, los pacientes debían ser en su gran parte macristas. ¡Encima muchos habían perdido la cabeza!
−¿Qué lugar ocupa el cuerpo en el resto de tus escritos desde que pasó el ACV? ¿Es algo de lo que ya no te podés desprender?
−Mi generación tenía la creencia de que el cuerpo era sólo sexo y que el deseo era sólo sexual. Que los profesionales de la salud sólo nos atenderían por tricomonas o ladillas. Parafraseando a (Osvaldo) Lamborghini, puedo decir que hoy el cuerpo es “mierda, culo y picazón”.
−Decís que has llegado a la síntesis en tu escritura por un déficit y no por voluntad. ¿Creés que esa síntesis finalmente puede aportar formas nuevas y valiosas de escribir?
−Poco a poco voy recuperando cierto barroquismo. Esa era una frase muy del principio y, además, era una frase que me sonaba bien.
−En la foto de la tapa, da la sensación de que estabas corriendo una carrera de velocidad con la silla. Ahora que la ves, ¿adónde creés que te lleva?
-Me lleva a aumentar la velocidad. A atropellar a los morosos. A ganar la ruta… ¡A NO CAMINAR, SINO VOLAR! (N. del R.: las mayúsculas son de Moreno).

Para leer La merma
María Moreno
Random House
159 páginas
$ 26.999