Paisajes terminales, animales sacrificiales, trabajadores sin nada para perder, tramas agónicas: construida sobre la base de escasos elementos, la narrativa de Ana Paula Maia (Nova Iguaçu, Brasil, 1977) se repite de libro a libro con la persistencia del viento que gira solo en el desierto, aunque de fondo la alimente un germen exploitation digno de Robert Rodriguez.
Más western que realismo social, la saga que inicia con Entre rinhas de cachorros e porcos abatidos (2009) y sigue con De ganados y hombres (2013), Entierre a sus muertos (2019), De cada quinientos un alma (2022) y la recién publicada Búfalos salvajes ostenta al cazador, minero y abatidor de ganado Edgar Wilson como emblema de un universo reciamente masculino, al que se le fueron anexando compañeros de ruta no menos amorales como Bronco Gil o el excura Tomás.
En una zona ficticia de Brasil espolvoreada de mataderos, crematorios, estaciones de servicio e iglesias, estos personajes han ido sobrellevando conflictos turbios como vacas enloquecidas, epidemias apocalípticas o circos embrujados (tal el eje fantástico de Búfalos salvajes) con las agallas de un serial interminable.
De paso por la Argentina por su participación en el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires, la autora –que hoy reside en Curitiba– cuenta que ese imaginario surgió naturalmente, como si siempre hubiera estado allí, luego de un debut de noir urbano (A guerra dos bastardos, 2007) que ya no la representa. ¿A qué atribuye Maia ese hallazgo narrativo? ¿Cuánta conexión verídica mantiene con el horizonte rural?
“Yo no viví exactamente en ese tipo de mundo. Mi padre tenía un bar en un suburbio de Rio de Janeiro donde había un universo similar, estaban los hombres del bar, también los vecinos, que eran hombres hoscos, pero ninguno de esos personajes era como los míos, tan rudos. Pienso que aquellos hombres eran también crueles, pero no los conocí, no tuve vivencias con ellos. A la vez me encantaban las películas de Sergio Leone y las no tan buenas de Chuck Norris y de Charles Bronson, y las historias de terror. Entonces era un poco de realidad, un poco de ficción y de las cosas que me gustaban. Todo eso fue componiendo un estilo, una obra, un concepto”, señala la escritora, que se desempeña además como guionista.
Y agrega: “En Brasil tenemos una idea fuerte del western. Están los sicarios y ahora los milicianos, los policías que se juntan para tener un poder paralelo, eso ya ocurría antes. El sertão tenía a los cangaceiros, y en el país impera esta noción del hombre de campo o de ciudad que tiene un arma para defensa propia. Hay una energía de pistoleros en Brasil”, dice Maia.
–Retratás una crueldad que padecen tanto hombres como animales, y en una de tus novelas se dice que quienes comen hamburguesas también matan vacas en cierta forma. ¿Existe una vocación crítica, de denuncia?
–No hay un mensaje. Quiero escribir sobre un abatidor de ganado, entonces busco información técnica de cómo se abate un ganado y las cosas se van armando. No hay que decir demasiado sobre un personaje o añadir capas innecesarias. Edgar Wilson es aquel hombre que no cambia, nosotros tampoco cambiamos después de los 20 años. No es necesario que un personaje empiece de una manera y dé un giro, tome un camino. La vida real no es así. Mis libros tienen algo de la vida ocurriendo y yo imagino cómo puede ser esa vida a partir del calor, las dificultades, el olor de esos espacios tan brutales. Porque yo como carne, no digo que no matemos a los animales, sino que esto es algo que ocurre, hay personas como Edgar Wilson. ¿Son buenas o malas? No lo sé. Intento al máximo no interferir. No digo “ahora Edgar Wilson va a ser un hombre digno, honesto, va a dejar de matar”. No, va a ser Edgar Wilson siempre, porque Edgar Wilson no tiene máscaras sociales. Esa es una distinción que la literatura nos permite, que en ese universo, en ese espacio nadie necesite una máscara. Cuando no están a gusto, ellos cambian de empleo y trabajan de otra cosa, no importa si abatiendo ganados o recogiendo animales muertos. Nadie quiere hacer sus trabajos. Son hombres desprendidos de todo, hasta de la muerte. Para mí, es necesario que existan esas personas.
Miedo de otros
–Tus últimos tres libros, que articulan la “Trilogía del fin”, tienen como centro una epidemia. Siendo que la pandemia con la que coincide temporalmente se inició en un mercado de animales, ¿notaste una conexión con tu trabajo? ¿Qué paralelismo hay en ese sentido de “fin”?
–No lo asocié directamente, pero en Entierre a sus muertos Edgar Wilson estaba trabajando en las carreteras y encontraba un animal muerto, y cuando él llegaba para recoger a ese animal, percibía que no estaban siendo devorados por las bacterias. Entonces hay una atmósfera de que algo está por ocurrir, y esa primera parte de la trilogía es de 2016. También hay un diálogo en esa novela con un personaje que se menciona de nuevo en Búfalos salvajes, un hombre que trabaja en una estación de servicio y que tiene un perro viejo, y que dice “a veces estoy acá solo con mi perro y percibo que el aire se detiene, que todo se detiene”. A veces sentimos la presencia de algo que está aquí, existiendo, queriendo surgir. Por eso, a veces es un poco difícil vivir en zonas violentas, porque uno va captando eso. A veces tengo miedo y sé que no es el mío, que es el miedo de otros.
–Exceptuando casos como los de Azalea o Rosario de “Búfalos salvajes”, casi no hay mujeres en tus relatos. ¿Qué implica esa ausencia marcada?
–Yo soy la mujer que escribe la obra, estoy en todos los hombres, y los hombres están en mí. Hay una mutación que acontece al escribir. No sé, cuando escribo literatura, no me gusta mucho hablar de mujeres. Cuando escribo guiones, sí, pero en literatura o en textos más profundos necesito trabajar solo con hombres. Ya intenté escribir sobre mujeres y me salió algo pésimo, horrible, no soy una buena escritora para escribir sobre mujeres, pero para mí eso está bien. Cuando es necesario, ellas están, pero las historias son masculinas, no consigo modificar eso y lo asumo con calma. Yo estoy aquí representando a las mujeres, yo soy las mujeres.
–El Brasil actual también queda fuera de tu mundo. ¿Incide ese presente?
–No me interesa mucho retratar el país, pero pienso que está un poquito en mi ficción. En De quinientos un alma había un Brasil más de Bolsonaro, había un capitán loco que estaba prendiéndoles fuego a los espacios y que conversaba un poco con la actualidad. Cuando hablo de política en mis libros, lo hago de forma sutil porque no quiero que sea una cosa cargada, fechada, ya que pienso que todo cambia y nada cambia. La región ficticia donde sucede mi ficción surge de cuando escribí Carbón animal (2011), ya que en esa historia necesitaba tener juntas la mina de carbón y la carbonería donde se hace el carbón, que en Brasil están en regiones distintas, unas en el sur y otras en el norte. Quería todo en un espacio y no tenía cómo, y por ese motivo inventé Abalurdes. Como me encantó esa libertad, permanecí en un lugar llamado Valle de los Rumiantes, un sitio lejano rodeado de carreteras, pero que es Brasil, todo el tiempo es Brasil.

Para leer Búfalos salvajes
Ana Paula Maia.
Eterna Cadencia.
128 páginas.
$ 24.900.























