En una conversación profunda, Alejandro Dolina reflexiona sobre el amor, la poesía, la tragedia y el peronismo. Pero sobre todo habla de la palabra, la que baraja el azar y nombra el tedio para Borges, o la que no se puede pronunciar con esta boca en este mundo, según Orozco, la que se prohíbe por Aramburu y la que nos da nombre.
La charla se da en el marco de su llegada a Córdoba de la mano de La conversación infinita, un espectáculo junto a Darío Sztajnszrajber que cruza filosofía, humor y pensamiento crítico. Tras agotar una primera función, la producción agregó una segunda.
−Habló 40 años todos los días en la radio, en sus libros, en sus cuentos, en sus poemas, en cada una de sus líneas, en canciones, ¿y sigue recurriendo con tanta tenacidad a la palabra?
−La palabra es el pensamiento. Hay un libro de Octavio Paz, en donde él recuerda un concepto general que anda por ahí, según el cual la poesía vendría a ser algo, una especie de mundo indescriptible del que las palabras dan una noticia más o menos incompleta. Él habla de ese pensamiento que es muy frecuente entre los filósofos aficionados y aún posesionados. El dice que no, que no es que haya un mundo indescriptible del que las palabras dan alguna idea. Él dice que la poesía son las palabras. Y yo digo también que el pensamiento es la palabra. Cuando queremos tratar de pensar sin hablar, de pensar sin palabras, dejamos de pensar. Entonces, buscar en este tiempo un refugio en el mundo de las palabras y tratar de descubrir sus secretos, si es que los tiene, es la tarea de toda mi vida. No es que la haga bien, la hago mucho.
−En Córdoba mucha gente se va a preparar, se va a perfumar, sacó la entrada, reservó un espacio para ir a un conversatorio sobre la tragedia de la condición humana. ¿Qué es eso, un refugio?
−Creo que todo tiene que ver con la tragedia. Hay un libro de Nietzsche que es, creo, El nacimiento de la tragedia. Y ahí en el capítulo 1 Nietzsche habla de los griegos y de su relación con la tragedia. Y dice, cómo puede ser que el pueblo que más hemos admirado, los tipos más lindos, los más ingeniosos, más talentosos, el pueblo que todos elegimos cuando hablamos de historia, haya inventado justamente la tragedia. Y consiste como usted bien dice en perfumarse e ir al teatro a ver espectáculos que terminaban mal, que mostraban crímenes, asesinatos, injusticias. Y a los tipos les gustaba eso. No había ni siquiera una cosmogonía o una cosmología de felicidad allí.
−No, es cierto, pero había poesía...
−Pero había poesía. Pero había poesía y ellos habían aprendido a disfrutar de eso. No necesitaban engañarse con finales felices del universo ni de nuestra vida, donde nuestros aciertos serían recompensados. Esos mismos tipos se perfumaban, como decís vos, para ir a ver una tragedia.
−Usted escribió un texto poético dentro de la novela “Crónicas del ángel gris”; allí se refiere al universo como una perversa inmensidad donde casi nunca estamos en ningún lado -Juega con el oxímoron al mismo tiempo- y termina diciendo que en medio de las infinitas desolaciones hay una buena noticia y es el amor, ahora bien, estuve repasando el libro de Darío cuyo título sentencia que el amor es imposible, no existe. ¿Entonces?
−Está bien planteado, es cierto. Hay una contradicción con Darío Sztajnszrajber cuando él dice que el amor es una ilusión, no existe. Pero a lo mejor basta con la ilusión. Y ¿sabe qué? Es una parte, esa pregunta, una parte de una pregunta central, más abarcativa. Finalmente hay que preguntar si existe la realidad. Si no es que el universo es una percepción nuestra y nada más. Que el universo está dentro de nosotros y somos solo la percepción. Es una pregunta filosófica también. Bueno, si cabe para el universo todo, cabe para el amor también. Ahora me parece que en el amor la ilusión funciona bastante mejor. Tal vez la ilusión es nuestra única esperanza.
−"La conversación infinita" se le dice a la propuesta, me remite al poema ajedrez de Borges que culmina diciendo “como el otro este juego es infinito”...
−El otro es el mundo, ¿no? En el poema de Borges es el mundo, el universo.
−No se puede escribir poesía si no se pierde algo.
−Claro. Si no perdés algo, la poesía pierde eficacia. Imagínate el tango “Estoy muy bien con mi señora esposa”. No funciona ese tango. Claramente.
−No entender, la duda, el misterio, ¿es un hecho fundacional en su vocación?
−Sí, por supuesto. Uno se anota en esta carrerita del pensamiento justamente porque no entiende. Es un acontecimiento fundacional. Sí, porque te sitúa en el inicio, que es el no entendimiento. No vale, no sirve anotarse en la carrera del pensamiento para demostrar que uno ya sabe. Bueno, si ya sabés, no te anotes, pero además no sabés.
−Reconozco en usted distintos Dolinas. Uno que puede hacer el show de Alejandro Molina y protagonizarse siendo otra persona, una ficción desopilante. Otro que puede trabajar sobre la poesía en solitario, un escritor al cual se le nota el ostracismo y un conductor de radio picante, pícaro y popular. ¿Cómo se llevan?
−Contengo multitudes, decía Whitman. Todos, tal vez, contenemos multitudes. Pero en este caso usted se refiere a algo más específico, el escritor. Usted dijo algo que a mí me gustó mucho escuchar. Yo podría decirle que la radio es una forma narrativa, una forma real, pero yo reconozco una diferencia entre el tipo que escribe los libros y el tipo que hace los programas que yo hago. Son incluso una fuente de desengaño, porque el que está habituado a escuchar el programa y lee un libro se va a desengañar. Y el que lee el libro y escucha el programa se va a desengañar más todavía. Están hechos de distinta manera y como si fueran hechos por distintas personas. Cuando escribo me lo tomo mucho más en serio. Yo no sé cómo me sale, ni quiero saberlo. Pero yo me lo tomo mucho más en serio. Lo de la radio es muy venturoso una reunión de amigos. Lo del libro es mucho más trabajoso. Pero además requiere una planificación. Me parece muchas veces hasta extenuante. Uno no está contento mientras está escribiendo. Yo mientras hago radio estoy feliz, en cambio, mientras escribo me siento muy desgraciado. Porque siento que no lo estoy logrando. Mejor dicho, sospecho, ni siquiera lo sé. Pero si tuviera que elegir a uno de los Dolinas elegiría el que escribe.
−¿Sigue siendo un peronista triste?
−Hay que ser un poco triste para ser peronista. O mejor dicho, ser peronista te pone un poco triste.
−Dependiendo de los contextos, ¿no?
−(Risas) Todos hablan de la alegría peronista. Yo me detendría un segundo a pensar en la tristeza peronista. Es la tristeza del hombre sensible al ver la injusticia. Esa misma tristeza nos lleva a tomar la decisión de hacernos peronistas, que es una situación más humanista que política.
−También es el peronismo una cosa sin tantas respuestas...
−Claro. El peronista no tiene respuesta para todo. Tiene muchas preguntas y tiene muchos sentimientos. Y tiene mucho amor, más que soluciones económicas.
Para ir a La Conversación Infinita
Domingo 1 y lunes 2 en Quality Espacio. Primera función agotada, para la segunda las entradas arrancan en 25.300 pesos en https://qualityespacio.com.